jueves, 6 de agosto de 2020

"El mapa y el territorio" de Michel Houellebecq


Es mi primer acercamiento a este autor francés, tan aclamado y tan denostado por la crítica literaria, y, como diría un personaje de Amanece que no es poco, me lo apunto muy satisfactorio. El mapa y el territorio comienza como una anodina historia del pijerío artístico parisino, pero pronto se revuelve en una sátira fina y precisa de nuestro ridículo mundo moderno. El autor nos conduce, a través del ascenso meteórico del artista Jed Martin, en el ambiente de las galerías de arte, de su esnobismo y del modelo de vida occidental de la alta burguesía francesa. Jed, hijo de un arquitecto podrido de dinero y frustrado por no haber seguido su impulso artístico juvenil, es el prototipo de triunfador. La fina ironía de Houellebecq nos va anunciando que su visita al mundo de Jed es más que una trama novelesca, es una disección sardónica de la sociedad capitalista del primer mundo. Todo se desborda cuando se Houellebecq se introduce a sí mismo como personaje. Y no, el escritor no se idealiza, todo lo contrario, se caricaturiza, a él y a su entorno; y en el paroxismo de la historia nos somete a un maltrato que te hace sonreír por muy escabrosa que sea su peripecia. La habilidad de Houellebecq es la del narrador que no parece querer otra cosa que contarnos una historia, sin embargo, el lector va ahondando en las profundidades de unos personajes no ridiculizados, pero sí caricaturizados como representantes de unos hábitos sociales y morales un tanto nihilistas. El colmo se lo llevan el personaje del propio autor y la vida familiar del comisario Jasselin. Sus profecías acerca de en qué va a convertirse el mundo rural de la campiña francesa (muy creíble) son el último ingrediente con que el francés consigue plasmar un patético panorama de las sociedades modernas entre la parodia y la reflexión.   

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