miércoles, 16 de octubre de 2019

Antígona y el esperpento




Antígona se rebela contra la ley de Tebas. Quiere enterrar a su hermano Polinices, salvarlo de la indignidad a la que lo ha condenado el rey Creonte. Antígona se muestra firme, fiel a la memoria de los suyos, valiente, resuelta, desgarradora. Es una heroína trágica como hay pocas. Antes de que le llegue el perdón de Creonte (su tío), se suicida (en la versión de Sófocles) por no encontrar salida a su condena.

Es chocante cómo, siguiendo el método valleinclanesco, los españoles hemos sido capaces, otra vez, de crear una versión esperpéntica de la heroína de Sófocles. Valle-Inclán lo decía con trazas de visionario: la realidad española es el esperpento, una deformación grotesca del héroe trágico clásico. Y en esta ocasión lo hemos conseguido con una precisión que superaría las expectativas de su creador. Utilicemos la fórmula de los espejos cóncavos: cambiemos inhumación por exhumación y heroínas épicas por personajes ridículos que quieren oír misa vestidos de legionario. Los personajes y la trama ya los tenemos, solo nos falta el vate de la barba de opio para poder engendrar una nueva obra maestra del esperpento.

Y también tenemos la versión catalana (sí, lo siento, de la tendencia española al esperpento tampoco se salva Cataluña). Antígona se salta las leyes de la ciudad, las leyes que intenta hacer cumplir Creonte a rajatabla, sin concesiones a la familia o a los sentimentalismos. Cambiad Antígona por Torra o Puigdemont (tanto monta) y a Creonte por Sánchez o Rajoy (tanto monta). La deformación grotesca de los héroes es manifiesta y el final trágico se atisba, aunque aquí puede que hagamos añicos el espejo.

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