miércoles, 15 de febrero de 2017

Romeo y Julieta, de los Moya y Ramírez de toda la vida



Sergio se viste de choni, peluca rosa y minifalda de vuelo. Mario, de mascachapas, gorra con la visera en la nuca y camiseta por el ombligo. Sergio es Julieta. Mario, Romeo. Ella no es Capuleto, sino de los Moya de toda la vida. Él no es Montesco, sino de la rancia estirpe de los Ramírez. Si Shakespeare los pudiera ver (él, en el descansillo de la escalera de acceso a los servicios y ella, en lo más alto, apoyada en la barandilla) mientras Romeo requiebra a Julieta, escribiría una comedia nueva. No reconocería su obra, pero se habría divertido tanto como nosotros ante la declaración de amor plagada de ripios y obscenidades. Y se habría descacharrado con las resueltas respuestas de Julieta, la del cabello sonrosado. No han respetado el espíritu dramático de la obra, tampoco la personalidad de los personajes, ni el devenir trágico del argumento. Todo es parodia, sorna y chascarrillo. Todo es júbilo adolescente en los graves pasillos del instituto. Todo es desmesura y buen humor. Y si Shakespeare se hubiera detenido para analizar el verdadero sentido de su representación, habría apreciado que ellos, la choni travestida  y el mascachapas, pese a la parodia grotesca, veneran la obra del bardo, la sienten en lo más hondo de su voracidad adolescente    

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