En el siglo XVI Madrid es el mayor lupanar de Europa.
Según el libro de Néstor Luján, La
vida cotidiana en el Siglo de Oro español, existen numerosos
prostíbulos situados en la calle de Francos (curiosamente, Cervantes tuvo su
última residencia en la calle del León esquina con Francos), donde acuden a
desfogarse los hombres de clase alta; o en la calle Luzón, más visitados por
los comerciantes y los turistas de la época. Las clases más populares se
entregan al pecado en la bulliciosa Plaza del Alamillo y la peor clientela, la
más peligrosa, hacen lo propio en la calle Primavera. Al menos hasta que tanto
escándalo y tanto desenfreno hace a los alcaldes de Felipe II trasladar
buena parte de aquellos puticlubs a las más discretas barriadas de San Martín y
San Juan.
Todo está regulado y las arcas del Imperio donde no se pone el sol
son generosamente alimentadas por esta profesión a la que se ven abocadas
muchas mujeres por culpa de la pobreza y la necesidad.
Licencia para ejercer la
prostitución
Ni estas desdichadas escapaban a la alambicada burocracia
imperial. Si se quería ejercer la prostitución legalmente, debías:
-Ser mayor de doce años.
-Haber perdido la virginidad.
-Ser huérfana o de padres desconocidos o haber sido
abandonada por la familia, siempre que esta no fuese del estamento noble.
Una vez satisfecho este apartado, la desdichada candidata a
trabajadora sexual debía pasar una ceremonia ante un juez. El funcionario
de turno pronunciaba un monótono sermón en el que sugería a las postulantes que
cejasen en sus planes laborales. Una vez rechazado este punto, el juez les
hacía acto de entrega de un documento que las autorizaba a hacer la
calle. Esto, claro, cumpliendo una serie de estrictas reglas sanitarias y
aceptando someterse a las inspecciones gubernamentales de las casas de
lenocinio. Estaba prohibido mantener relaciones sexuales en caso de tener enfermedades
venéreas. De incumplirse este punto, la infractora era castigada con una pena
de cien azotes, la pérdida de todos los enseres o con el destierro de la
ciudad.
Una vez en la calle, según tu clientela, tu edad o tu forma de
vestir, podías recibir alguno de esta serie de epítetos:
Devota: Trabajaba fundamentalmente con gente de la Iglesia.
Podía tratar con sus clientes en régimen de concubinato o estar a
cargo de unos cuantos clérigos.
“Cada cual, como aquellos
diezmos de Dios, así le venían luego a registrar para que mirase yo y aquellas
sus devotas”. La Celestina (Fernando de
Rojas).
Escalfafulleros: Prostituta “de baja calidad” que obtenía a su clientela de
entre los fulleros, rufianes y valentones.
Gorrona de puchero en
cinta: Mujeres que se prostituían a
cambio de comida.
Lechuza de medio ojo: Puta callejera, tapada “a medio ojo” por el manto.
“¿Tú te comparas conmigo
que peco de mar a mar
si lechuza de medio ojo,
vas de zaguán en zaguán?” (Francisco de Quevedo)
Marca godeña: Ramera principal que vestía ropas de calidad y
ganaba hasta cinco ducados al día.
Maleta: Acompañaba a los soldados. Hacia 1640 se limitó su
presencia a un ocho por ciento de la proporción de soldados. Se les
llamaba también soldaderas.
“En la compañía éramos
cerca de cincuenta…y con cinco mozas que llevábamos en el bagaje”. Vida y Hechos de
Estebanillo González
Mujer de manto tendido: Moza joven que usaba como tapadera diversos oficios al
tiempo que se prostituía por cuenta propia.
“Violante de Navarrete:
moza de manto tendido,
la bandera de rodete,
entre hembras luminaria
y entre lacayos cohete”. (Góngora)
Pandorga: Prostituta “grande, madura y fondona”. Conocidas también
como “pandorgas de la lujuria”
“Porque sobre los
Trigueros
pandorga de la lujuria,
respeto que fue de un
tiempo
de Benito el de la Rubia”. Cancionero. (John Hill)
Piltrofera: Prostituta a domicilio que dormía en muchos piltros o
camas.
“Mira qué vieja rasposa
por vuestro mal sacáis el ajeno: puta vieja, cimitarra, piltrofera. Soislo vos
desde que nacisteis”. La lozana andaluza (Francisco Delicado)
Trin tin y batín: Así se llamaba a las que cobraban en dinero contante y
sonante. El nombre era una imitación del sonido de las monedas.
Trotona: Callejera.
Trucha: Prostituta muy joven y de cierta clase.
“Si llegamos a Alcalá, le
tengo que servir allí…con un par de truchas que no pasen de los catorce, lindas
a mil maravillas y no de mucha costa”. Quijote de Avellaneda.
Zurrapa: Prostituta “de muy baja calidad”.
“Las putas cotorreras y
zurrapas,
alquitaras de pijas y
carajos,
habiendo culeado los dos
mapas
engarzada en cueros y en
andrajos
cansadas de quitarse
capas.
llenaron esta boda de
zancajos”. La boda de la Linterna y el Tintero. (Francisco de Quevedo).
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