lunes, 28 de marzo de 2016

"Tras el continente sumergido de ´La Celestina`" por Rocío García


“Oh, sorpresa de mí, cuando entro en La Celestina en profundidad y me encuentro con todo un continente sumergido”. Las palabras de José Luis Gómez (Huelva, 1940) cambian de ritmo y de tono. Suenan más bien a versos o patrones rítmicos, los mismos que ha aplicado a la prosa de la obra de Fernando de Rojas (1476-1541) en la versión que dirige e interpreta en su primera colaboración con la Compañía Nacional de Teatro Clásico y que se estrena en el Teatro de la Comedia el 6 de abril. Antes, hoy 27 de marzo, se celebra el Día Mundial del Teatro. El académico y director del Teatro de La Abadía, testarudo incansable, ha rastreado la época, ha analizado los personajes y el lenguaje, ha buceado en las profundidades ocultas del manuscrito inicial de Rojas —un judío converso en aquellos años de plomo y miedo dominado por el absolutismo confesional— y ha emergido con un clásico en el que ve una analogía perfecta con nuestro tiempo. Una obra que se inscribe más allá de una historia de amor desastrado, la de Calisto y Melibea, y que entra de lleno en el hondo drama del hombre en lucha con su destino. “Es la obra más inteligentemente corrosiva y negra de la literatura española de todos los tiempos”, dice.
 “Templa la voz”, “atento al ritmo”, “el tono sostenido”, “fluir pero no desdibujar”. Se van aclarando las sugerencias de Gómez a lo largo de una fatigosa y fructífera mañana de ensayos. Se ha puesto la falda larga de vuelo y la blusa anaranjada, y ha cogido un bolso grande y un pañuelo para recogerse en el personaje de Celestina, cabellera rala, arrugas profundas, un ojo malo. Va del escenario — “Toda la calle vengo / tras vosotros por alcanzaros, / y jamás he podido / con mis luengas faldas”— a la mesa de trabajo, susurrando y dudando. “He encontrado todo aquello que Rojas, sagacísimo encubridor, judío converso, escondió pero que la filología y estudios posteriores han sacado a la luz. Celestina es una obra que surge en un contexto en el que se implanta el absolutismo confesional en España, que provoca la salida de 250.000 españoles, judíos, lo mejor y más culto de la sociedad, valientes que se ven obligados a exiliarse, como siempre en nuestro país”, explica.
En este ambiente oscuro, que semeja a una cárcel común y abierta para todos, Rojas escribe una primera versión de la obra en la que el encuentro amoroso entre Calisto y Melibea es solo uno. Sobre este manuscrito inicial y no los posteriores que publicó —“sus amigos y lectores querían más aventuras y amores”— ha trabajado Gómez. Un texto que utiliza el artilugio de la tragicomedia y la reprensión moral a los amantes para “gualdraparse como los caballos” y evitar las heridas de las cornadas ante la inevitable arremetida de la Inquisición.
Fue tras el proyecto de Cómicos de la Lengua, desarrollado por la Real Academia Española, cuando el director y actor descubrió las dificultades verbales que ofrecía esa joya de la literatura española. “Llevo años clamando que el nivel de alocución generalizado en el teatro español está por debajo de las exigencias de la propia literatura dramática. El uso de la lengua en el teatro se limita muchas veces a pronunciar bien, a un hecho fonético, y es verdad que se pronuncia correctamente, pero la alocución escénica es otra cosa. Tiene que ver con la capacidad de, en el fluir de la palabra hecha habla, elucidar sentido siempre, más allá del sonido, y hacer posible que en las imágenes de las que están poblados muchos textos y, más en Celestina, emerjan con facilidad para el público”. Gómez se entusiasma con el espíritu de la palabra hablada, en esa constante labor investigadora que ha presidido su trabajo al frente de La Abadía, más allá de programar y hacer espectáculos. “En la Academia insisto mucho en que la palabra escrita carece de algo que tiene la palabra hablada y es que es naturalmente emotiva. ¿Por qué? Porque tiene soplo. ¿Y qué es soplo? Neuma. ¿Y que es neuma? Espíritu”.
Habla de la calle
No deja de sorprenderle La Celestina. Tras meses de estudio, descubre nuevas maravillas de un texto que combina grandeza literaria y habla de la calle, saber clásico y refranes populares y que Rojas advirtió de que era para “ser oído”. Gómez empezó a darse cuenta de que los periodos de frase, a pesar de estar escrita la obra en prosa, son octosílabos, endecasílabos, alejandrinos a veces. ¿Qué más puede pedir alguien enamorado del habla? Alguien a quien se le han ido apareciendo, a través de un túnel misterioso, las gitanas, las viejas de su tierra, las pescaderas, los acentos, los gestos, las manos... No se ha visto en la necesidad de copiar nada, todo le ha salido como un torrente de impresiones; de sopetón, le llegó todo lo que rodea a esta bruja alcahueta, brillante y mentirosa.

“Más que una mujer, Celestina es un ser andrógino, una extraordinaria figura poética, un conglomerado de sugerencias”, subraya quien interpreta por segunda vez en el teatro a un personaje femenino (la primera fue en Alemania, en sus años tempranos, con Madama Pace en Seis personajes en busca de autor, de Pirandello), y también por segunda dirige y protagoniza un montaje (el anterior fue La vida es sueño, de Calderón, en la que hacía de Segismundo). “He procurado no hacer eso porque me dedico más a la dirección que a mí como actor, y esto puede amenazar a mi Celestina. No está el horno para esos bollos porque sé que me van a medir con vara muy estricta”, añade. Gómez se identifica con esta seductora en la férrea voluntad de no arrugarse, de aguantar, de esforzarse sin desmayo. La advertencia de su padre — “nunca te arrugues”— la puso muchos años antes en palabras Celestina: “Jamás el esfuerzo desoye la fortuna”.

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