El español ha ido progresivamente adaptándose a un uso restringido
de la mayúscula al tiempo que sus funciones se han ido definiendo con más
claridad, aunque, como sucede con otros aspectos de la ortografía y la
gramática, intervienen muchas variables y resulta complejo sistematizar su uso.
Podemos, eso sí, tener siempre en cuenta esta máxima que tan claramente nos
indica la Ortografía de la lengua española de 2010:
… la mayúscula es la forma marcada y excepcional, por lo que se
aconseja, en caso de duda, seguir la recomendación general de utilizar con
preferencia la minúscula.
Los usos en los que no hay duda, en los que sí es obligatoria, se
resumen en delimitar enunciados (condicionada por la puntuación), marcar nombres
propios o expresiones denominativas y formar siglas. No vamos a entrar en el
desglose de cada epígrafe, desarrollados ampliamente por la Academia y al
alcance de cualquier mortal por la misma vía que haya llegado hasta aquí. Nos
vamos a centrar en algunos usos incorrectos, en ocasiones muy extendidos, con
una causa común.
La mayúscula de relevancia no está justificada desde el punto de
vista lingüístico y la RAE recomienda «evitarla o, al menos, restringir al
máximo su empleo, que en ningún caso debe convertirse en norma».
José Martínez de Sousa, autor de la obra Diccionario de
ortografía de la lengua española y que suele explicarse con bastante sencillez
y cierta ironía, dice de este fenómeno:
Hay, sin embargo, en la utilización de mayúsculas una tendencia
que obedece a razones subjetivas. La mayúscula se justifica solamente por el
deseo de expresar con ella exaltación, interés personal o colectivo, respeto,
veneración, etcétera, que nada tienen que ver, en general, con razones
puramente ortográficas. Muchas personas son incapaces de escribir naturaleza, destino,
etcétera, con minúscula, porque les parece que no quedan suficientemente
destacadas. La exaltación de lo propio por medio de la mayúscula es otro rasgo
de esto que vengo exponiendo. Así, en escritos religiosos aparecerán con
mayúscula Cruz, Hostia, Sagrada Forma, Misa, San, Fray; en escritos
militares, los nombres de las armas y todos los cargos; y así en todo lo demás.
Este deseo de exaltación explica el uso de mayúscula sostenida que
en la red se suele interpretar como grito. También motiva buena parte de las
mayúsculas improcedentes que nos encontramos en prensa y en diversidad de
escritos. Tal vez las más frecuentes sean las que se colocan a nombres comunes
como «rey» o «papa».
El Rey, con mayúscula, es Elvis. Los apodos son nombres
propios que suelen formarse del léxico común y se escriben con mayúscula
inicial (con el artículo en minúscula). Así que en el caso de Elvis
Presley sería apropiado utilizarla, no así cuando «el rey» se refiere al
título de monarca.
La norma sobre mayúsculas en títulos y cargos, que fue ligeramente
modificada en la ortografía de 2010, suscitó tal desazón que motivó
reclamaciones de algunos medios a la Academia.
En este artículo Salvador
Gutiérrez argumenta sus porqués, aunque finaliza con poca esperanza
prescriptiva. Una simple búsqueda en Google de noticias que contengan «rey» nos
deja claro que es difícil contener el reflejo de usar capital, se ponga la RAE
como se ponga. Aunque también influye la tradición y la existencia de normas
anteriores, se percibe esta motivación subjetiva en el hecho de extenderse el
fenómeno a todo el campo semántico (real, monarca, etc.) en usos claramente
comunes. La misma tendencia se puede observar en todo lo referente a la figura
del papa, que nos da idéntico resultado que «rey».
Podríamos pensar que somos más papistas que el papa a la hora de
ponernos reverenciales. No es el caso. Basta con echar un vistazo a la
encíclica "Laudato Si" o al portal casareal.es, el reino de
las mayúsculas en el que no solo sus majestades los reyes cuentan con varias,
como era de esperar, sino que cualquier palabra puede resultar agraciada y,
para abundar más, se utilizan titulares de inspiración anglosajona, con
destacadas aleatorias.
Otro
campo fértil en capitales es el de la tauromaquia. Es común encontrar escritos
con mayúscula inicial términos como «toros», «fiesta», «corrida»,
«tauromaquia», etc. tanto en medios especializados como generalistas. Esperanza
Aguirre, habitual en pregones taurinos, nos regala en este texto una
explicación de su uso liberal: «Sí, es verdad. Me gustan los Toros, así, con
mayúscula, como hay que escribirlo cuando se trata de denominar a la Fiesta
Nacional de España por antonomasia». Ortográficamente es incorrecta la
afirmación de que haya que escribir «toros» con mayúscula en este caso, como lo
sería hacerlo con cualquier otro nombre común de cualquier tipo de espectáculo.
Igualmente es incorrecto escribir «fiesta nacional» con mayúscula en referencia
a los toros. Si bien es cierto que existe un uso llamado «mayúscula de antonomasia»
se refiere a la sinécdoque de un nombre común por uno propio (la Bestia por Lucifer),
pero aquí hablamos de un nombre común con toda propiedad. La denominación
«Fiesta Nacional de España» corresponde oficialmente, según Ley 18/1987, a la
festividad del 12 de octubre; en este caso, y solo en este, es correcto
escribirla con mayúscula.
Esta afición por la sobreabundancia de mayúsculas que comparten la
casa real, Esperanza Aguirre y @masaenfurecida tiene su contrapunto en el
portal idealista.com que hasta no hace mucho vetó su uso para
evitar una voz más alta que otra. Sin llegar a este minimalismo, la mayoría de
libros de estilo y manuales recomiendan evitar la utilización innecesaria de
mayúsculas y su abuso se suele percibir como molesto para la lectura.
El fervor que impulsa a la mayúscula en los casos en los que ni
siquiera existe tradición ortográfica podría servir de diagnóstico de las
afecciones de quien la usa. Por supuesto, es defendible desde la libertad de
expresión o la objeción de conciencia ortográfica. Lo que resulta asombroso es
que siempre haya quien piense que el español está en peligro porque a los
jóvenes se les ocurren cosas como escribir en las redes sociales con mayúsculas
y minúsculas combinadas para resaltar sus mensajes.
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