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miércoles, 10 de junio de 2015
La placidez de la bestia
Rumiamos los necios bajo el balcón de quien nos arroja los desperdicios y agradecemos su gesto. Nos sometemos al dominio del amo que nos da de comer las sobras, mientras a ellos les crece el vientre como un tumor maligno. No somos capaces de diferenciar la porquería de los manjares, nos basta con no pensar demasiado para seguir respirando. Si ellos nos proporcionan lo necesario por qué ir a buscarlo, por qué cuestionarnos la calidad de la comida, por qué buscar una independencia que solo nos traería problemas y la venganza de los que velan por nosotros. Es mejor así: la placidez de la bestia. La ignorancia da sosiego, adocena, pero permite contemplar la vida como la oveja que ve subir a sus corderos en el camión del matarife, sin ninguna alteración, con idiotez, con la idiotez de la inconsciencia. Rumiamos los necios, comemos los desperdicios del amo y le damos las gracias por cuidar de nosotros, almas sin piernas, de balido largo y hueco.
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