Por
pura casualidad, en un crucero por el Báltico, llegó a mi poder esta carta de
una profesora que un finlandés me tradujo al español (hubiera sido mucho más
difícil encontrar a un español que conociera el finés). Me pareció, en un
principio, un documento burocrático sin mayor interés, pero conforme la iba traduciendo
constaté una serie de claves que son muy útiles para comprender nuestras
diferencias. Aquí la dejo para el que quiera desmenuzarla.
Kokkola,
24-06-2011
Estimado Administrador de
los Servicios Periféricos de Ostrobothinia Central:
Como profesora de secundaria
del departamento de Ostrobothinia Central, me dirijo a usted para que tome las
medidas necesarias en lo que se refiere a mi deplorable labor educativa de este
año. Sin que sirva de eximente, le expongo la situación que he vivido.
Me llamo Maaliskuu
Berglund, casada y residente en la ciudad en la que desarrollo mi profesión de
educadora, Kokkola. Durante el curso pasado no he sido todo lo competente que
hubiera deseado debido a una enfermedad que ha condicionado el desarrollo de mi
labor académica. Un herpes que marcaba mi rostro y lo afeaba de manera evidente
me ha hecho asistir al aula con una apatía y una falta de profesionalidad que
han mermado considerablemente mi rendimiento. Las clases, de no más de quince
alumnos de 14 a 18 años, han resultado insustanciales, tanto para mí como para
los alumnos que han sufrido mis dolencias. Cuando empecé a notar el eccema que
me abrasaba la cara, lo intenté disimular con diversas cremas que solo
consiguieron agravar mi situación. Incluso llegué a ponerme un parche ridículo
que empeoró todavía más las cosas. Al advertirlo los chicos, se preocuparon por
mi estado y me compadecieron (como es costumbre entre los muchachos finlandeses).
Durante este año, debería haber
preparado a los alumnos de 17 años para ingresar con la preparación conveniente
en el último curso del instituto, pero creo que no lo he conseguido debido a un
simple problema estético. No solicité la baja por creer que no era razón
suficiente para faltar al trabajo. Mis compañeros, incluso los jefes de estudio
y hasta el director me instaron a hacerlo, pero me pareció una falta de
profesionalidad y de ética ausentarme por tal nimiedad.
Mi proceso mórbido fue a peor. La
preocupación solidaria de mis alumnos me provocaba una cavilación constante que
no permitía que corrigiera con precisión ni planificara las clases con la
normal exigencia. Atendí, eso sí, a sus dudas, desarrollé el programa de
gramática y de literatura finesa, aunque sin profundizar como lo suelo hacer.
Mis compañeros me apoyaron en todo momento y yo atendí en lo indispensable a
los requisitos documentales que me exigía mi departamento, aunque no emprendí
ninguna nueva estrategia ni abordé los retos que se me planteaban en la forma
que a mí me gusta hacerlo. También he llegado siempre con puntualidad a clase,
pese a la creciente falta de ánimo que se fue apoderando de mí a lo largo del
curso.
Nunca, en todos los años en que vengo
desarrollando mi labor en este centro, me había sentido tan inútil y con tanto
desánimo. Los resultados finales de los alumnos reflejaron, sin lugar a dudas,
mi falta de competencia. A muchos de ellos los vi con escasa motivación por
asistir a clase, mientras que en cursos anteriores, a algunos se les escapaban
las lágrimas el último día de clase. Los agradecimientos de las familias han
escaseado, con toda la razón del mundo, y no he colaborado en las actividades organizadas
por mis compañeros. Solo quería esconderme en mi casa y tumbarme en el sofá
alejada de las miradas y de los trabajos educativos. Mi profesión es muy
importante en mi vida. Desarrollamos una labor que pocos pueden realizar: formar
individuos con espíritu crítico para que aprendan a disfrutar de la vida
intelectual. Y a pesar de mis convicciones, no he cumplido con ellas.
Por todo esto, solicito que se sirva descontarme
la mitad del sueldo del curso pasado y que se revise mi práctica académica en
el siguiente, no fuera que la apatía me llevara a continuar con estos vicios,
como el que maneja una maquinaria averiada. Además, desearía asistir a algún
curso de reciclaje profesional para asistir a clases suplementarias por la
tarde con el fin de compensar los daños que haya podido infligir tanto a mis
alumnos, como a la comunidad educativa en su conjunto. Sin nada más y,
esperando que mi solicitud sea aceptada, se despide una humilde profesora que
ha faltado a su ética y a su profesionalidad. A sabiendas de que así lo estaba
haciendo y, con la responsabilidad de que somos un modelo educativo para toda
Europa, no quisiera ser una mancha en el expediente de nuestra magnífica
institución educativa.
Por favor, no tarde en contestarme, ya
estoy totalmente curada y desearía que el programa de reciclaje se me aplicara durante
estas vacaciones, bien yendo a algún país exótico como España para investigar
los comportamientos educativos, bien a alguno de los campus de nuestro país ahora
que el deshielo ya nos permite viajar con mayor facilidad. Muy suya, su
servidora, Maalisku Berglund de Kokkola.
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