martes, 22 de noviembre de 2016

"El vino como forma de transmisión de cultura" por Sergio Parra


Si bien hay quienes han usado el vino como vía paliativa de la infelicidad y el desasosiego, lo que comúnmente se ha venido a llamar «ahogar las penas», el vino también ha obrado como transmisor cultural, como más tarde lo hicieran la imprenta o, incluso, internet.
La autoridad wikipédica se limita a describir el vino como una bebida obtenida a través de la fermentación de la uva, y que los testimonios arqueológicos sugieren que este caldo se produjo por primera vez en el Neolítico, entre 9000 y 4000 a. e. c., en los montes Zagros, entre el norte de la actual Irán y Armenia. No en vano, Areni, en Armenia, son los restos arqueológicos de las instalaciones vitivinícolas más antiguas conocidas hasta la fecha y datan del 4100 a. e. c.
Sin embargo, a poco que no nos quedemos en la superficie de esta acepción, descubriremos que también ha formado parte y ha participado activamente de cambios históricos y sociales de gran relevancia.
El vino como antítesis de la barbarie
El vino es un líquido que ha servido tradicionalmente para trasmitir cultura, y a modo de máquina de la verdad, para expresar lo que verdaderamente sentíamos. «El vino revela lo que está oculto», declaró Eratóstenes.
Si la cuna de la filosofía, la política, la ciencia y la literatura fue la antigua Grecia, fue el vino la correa transmisora de esas ideas. Gracias al comercio marítimo de esos caldos mediterráneos, no solo las ideas se diseminaron, sino que se sometieron a juicio y escrutinio en fiestas o simposios en los que los concurrentes bebían de un recipiente compartido de vino diluido. Gracias a él, los participantes eran capaces de superarse a sí mismos en ingenio, empleando para ello las más abracadabrantes figuras retóricas. Decía por ejemplo el poeta cómico griego Aristófanes: «Rápido, traedme una copa de vino, para que me remoje el entendimiento y diga algo inteligente».
En palabras de Tucídides, autor griego del siglo V a. e. c. que fue uno de los más importantes historiadores del mundo antiguo, «los pueblos del Mediterráneo empezaron a emerger de la barbarie cuando aprendieron a cultivar el olivo y la vid». Y es que el vino empezó a considerarse un signo de distinción, un símbolo de civilización y una forma de distinguirse fácilmente de los bárbaros, bebedores de vulgar cerveza.
La vinculación del vino con los griegos y la cerveza con los bárbaros no solo tenía que ver con el sabor o los efectos etílicos que producían ambas bebidas, sino también por las dificultades que entrañaba elaborarlas. El vino, indudablemente, era mucho más difícil que obtener que la cerveza, como explica Tom Standage en La historia del mundo en seis tragos:
La fruta es estacional y se estropea con facilidad, la miel silvestre solo estaba disponible en pequeñas cantidades y ni el vino ni la hidromiel podían almacenarse durante mucho tiempo sin cerámica, que no surgió hasta alrededor de 6000 a. C. La cerveza, en cambio, podía fabricarse a partir de las cosechas de cereales, que eran abundantes y fáciles de almacenar, lo que permitía elaborar cerveza de manera fiable, y en grandes cantidades, cuando era necesario.
También los griegos pretendían establecer claras diferencias de clase y de posición intelectual entre los bebedores de vino y los de cerveza, hasta el punto de que, en ocasiones, se elaboraban teorías un tanto descabelladas, como esta que J. C. McKeown copia literalmente de Aristóteles en Gabinete de curiosidades romanas:
Los que se emborrachan de vino caen de bruces, mientras que los que han tomado la bebida de cebada (cerveza) echan la cabeza hacia atrás, puesto que el vino produce pesadez de cabeza, mientras que la bebida de cebada es soporífera.
Para los griegos, beber vino era sinónimo de civilización y refinamiento: el tipo de vino que se bebía y su edad indicaban lo culto que se era. Salvando ciertas distancias, el vino era como internet: te permitía comunicarte con los demás dejando a un lado de rigideces protocolarias del día a día, a la vez que te significaba como individuo cultural y tecnológicamente superior.
Las etiquetas de Roma
Como explica Tom Standage en La historia del mundo en seis tragos: «La difusión del consumo de vino prosiguió en tiempos de los romanos, la estructura de cuya jerárquica sociedad se reflejaba en una estratificación minuciosamente calibrada de vinos y clases de vino». Con todo, la variedad de la época sería extraña para nuestro paladar, porque aquel vino solía mezclarse con agua (incluso de mar) y otros ingredientes, como frutas, miel o especias. Algo así como el calimocho o la sangría.
Estos caldos, además, llegaban de muy lejos y debidamente transportados en ánforas con sellos que pueden compararse a nuestras modernas etiquetas. En estas etiquetas podríamos leer el nombre del mercader o transportista, el contenido neto, los datos del control fiscal, entre otras indicaciones.
Eso sí, a veces los vinos más caros se reservaban para uno, y a los convidados se les servían otros menos sofisticados, tal y como explica Fernando Garcés Blázquez en Historia del mundo con los trozos más codiciados:
Por vanidad, los romanos pudientes invitaban al mayor número posible de personas, pero por tacañería o prudencia, luego hacían trampas. Plinio el Viejo critica a aquellos de sus contemporáneos que «sirven a sus invitados un vino distinto del que ellos beben, o a lo largo del banquete sustituyen los buenos por otros mediocres». Plinio el Joven, sobrino del anterior, registra otra fullería: guardar el vino en pequeños frascos de calidades diversas y sacar unos u otros según la importancia de los invitados.
El vino más caro y lujoso de la época y, por consiguiente, el que solo se reservaba para invitados muy especiales, o para nadie que no fuera uno mismo, era opimiano, la mejor cosecha de Falerno, de la región de Campania, en el sur de Italia. Lo bebió Julio César, y también al emperador Calígula le sirvieron opimiano de ciento sesenta años.
Sacramento
Tras Grecia y Roma, el vino prosperó en diferentes culturas, sobre todo con su vinculación a lo religioso, tanto para alabarlo como para defenestrarlo. Un código visigodo redactado entre los siglos V y VII, por ejemplo, desgranaba castigos detallados para cualquiera que dañara un viñedo.
Entre los cristianos, el consumo de vino era una modalidad de comunión sagrada, aunque siempre en pequeñas dosis, a diferencia de los cultos a Dionisio y a Baco, los equivalentes divinos en Grecia y Roma. En algunos casos, la venta de vino elaborado en las tierras de la Iglesia constituyó una importante fuente de ingresos. Entre los vinos más conocidos en esta época está el hipocrás (mezcla de vino y miel).
El vino, aquí, sería para alcanzar otra verdad, pero esta vez de índole mística.
La prohibición musulmana del alcohol tiene un origen multifactorial, pero también un origen un tanto caprichoso, como explica Standage:
Según la tradición, la proscripción del alcohol por parte de Mahoma fue fruto de una pelea entre dos de sus discípulos durante una fiesta con bebida. Cuando el Profeta buscó orientación divina sobre cómo evitar semejantes incidentes, la respuesta de Alá fue tajante: «El vino y los juegos de azar […] no son sino abominación y obra del Demonio. ¡Evitadlos, pues! Quizá así prosperaréis. El Demonio solo quiere crear hostilidad y odio entre vosotros valiéndose del vino y el juego, e impediros que recordéis a Dios y practiquéis la azalá. ¿Os abstendréis, pues?».
En España se instaura en el siglo XVIII la figura del guardaviñas (posición que perdura hasta 1960), que hace un papel fundamental en la vigilancia de los viñedos. Debido a las dificultades de producir vino local en el norte de Europa, este escaseó, sustituyéndose progresivamente por la cerveza. La distinción entre cerveza en el norte de Europa y vino en el sur subsiste hoy día, en base a patrones de consumo que se forjaron a mediados del primer milenio y fueron determinados en gran medida por el alcance de las influencias griega y romana.
El vino es cultura que se transmite a través del paladar y que engrasa las relaciones sociales y abre la mente del par en par. Por esa razón, el vino no solo debe consumirse, sino considerarse un patrimonio cultural digno de estudio, exhibición y admiración, y también debe engarzarse con otras obras de arte. Un legado como el que recoge el Museo Vivanco de la Cultura del Vino, situado en Briones (La Rioja), y que es considerado el mejor museo del vino del mundo.
En una superficie de cuatro mil metros cuadrados, el edificio se divide en seis espacios que recogen los diferentes pasos de la elaboración del vino y donde se muestran elementos y herramientas que se han empleado para este fin a través de la historia, así como piezas arqueológicas de Babilonia, Egipto, Grecia o Roma, como el vaso con la diosa Hathor, procedente de la XXII Dinastía egipcia (945-715 a. e. c.)
También allí podemos contemplar cómo el vino ha propiciado tecnologías asociadas al mismo, como los distintos tipos de botellas y sacacorchos (un total de tres mil, incluidos los primeros modelos patentados datan de finales del siglo XVIII), así como una prensa húngara de doble husillo, la única pieza conservada de la Primera Exposición Vinícola organizada en la ciudad de Pecs el 11 de agosto de 1888. En el espacio Guardar las esencias, por ejemplo, también se exhiben desde una botella cuadrada de cristal de la cultura romana (siglo II-III e. c.), hasta la que Vivanco ha utilizado como modelo para fabricar las botellas de sus vinos, una botella cilíndrica de vidrio soplado, datada en 1840, de Francia.
Un amplio espacio dedicado al arte (pinturas, esculturas y bajorrelieves) también se expone en un apartado sobre el vino en la cultura, como un grabado de Joan Miró, Le troubadour, que representa un sacacorchos de doble palanca, tipo inventado en 1850 por J. Heeley en Gran Bretaña.

Literatura, arte, cine, gastronomía, educación, investigación… todo eso es lo que le interesa compartir y divulgar a Vivanco, con su museo y fundación, en el que se encuentra el Centro de Documentación (donde encontramos obras tan importantes como Oda al Vino manuscrita de Pablo Neruda) y la editorial. Ocho mil años de historia que evidencian, una vez más, que el vino no solo es una bebida, sino una forma de transmisión de cultura.

La voz de Unamuno (1931)

El poder de la palabra

domingo, 20 de noviembre de 2016

"¿Cuál ha sido la mejor adaptación al cine de Shakespeare?" por Javier Bilbao

En un tiempo en el que el Puente de Londres estaba bellamente decorado con picas de las que pendían cabezas de traidores y la gente se entretenía con peleas de osos o con chimpancés montados a caballo siendo atacados por una jauría de perros, Shakespeare tuvo que estrujarse mucho las meninges para idear historias que pudieran cautivar al público, sin apenas decorados y con actores pobremente pertrechados. Todo debía depender de la imaginación y de la fuerza de la palabra. Dejó escritas casi un millón de ellas, con tal acierto que siglos después Hollywood no podría encontrar mejor guionista, de manera que en la lista de nombres más citados en la base de datos IMDb ahí lo vemos bien acompañado de Ron Jeremy y Adolf Hilter. Tiene más de un millar de referencias, aunque su influencia en el cine es sencillamente incalculable… al menos hasta la publicación de esta encuesta. Nos proponemos a continuación escoger nuestra adaptación favorita de un texto shakesperiano, o la segunda mejor, dado que difícilmente nada podrá superar esto.
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Macbeth
Orson Welles, Roman Polanski, Akira Kurosawa… muchos de los mejores cineastas han quedado prendados de esta obra en torno a la ambición por el poder, que nos deslumbra como una bombilla incandescente a las polillas e igual que a ellas nos termina achicharrando cuando nos aproximamos demasiado. Macbeth, como es costumbre en los personajes del dramaturgo, tiene además la lucidez suficiente para ser consciente de la perdición a la que es arrastrado, de ahí que acabe asumiendo aquello de que la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada. Cómo un director podría resistirse a una historia de tan altos vuelos. Todas las adaptaciones han sido meritorias, destacando por su originalidad Trono de sangre con Toshiro Mifune —que ya tiene desde esta semana su estrella en el Paseo de la Fama— aunque nos quedamos con la más reciente, esta del 2015, por la espectacularidad de sus imágenes y por contar nada menos que con Michael Fassbender y Marion Cotillard.
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West Side History
La primera adaptación de Romeo y Julieta vio la luz en una fecha tan temprana como 1908. Desde entonces ha padecido toda clase de experimentos, desde el que propinó Baz Lurhman hasta Gnomeo y Julieta, pero si hemos de preguntar por la versión más celebrada casi todo el mundo nos dirá este musical ambientado en Nueva York que a punto estuvo de ser protagonizado por Elvis Presley. Qué mejor ocasión para recordar este momento.
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El mercader de Venecia
Desde comienzos de la Edad Media los judíos no podían poseer tierras ni ejercer muchos trabajos en buena parte de Europa; por su parte a los cristianos los Evangelios les decían bien claro que los préstamos con interés no eran moralmente aceptables. La solución idónea resultó ser la especialización de los primeros en dicha actividad económica: nacía así el estereotipo del judío usurero. El problema es que los acreedores no suelen caernos simpáticos… Shakespeare recogió el antisemitismo de su tiempo y moldeó con él uno de los mejores personajes de la historia de la literatura, Shylock. En lugar de convertirlo en un simple malvado lo dotó de tal humanidad que su discurso se convirtió en un alegato mil veces recordado desde entonces, como en la escena final de Ser o no ser.
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Hamlet
Entre el encorsetamiento de las adaptaciones clásicas del Bardo y la espantajería pop de algunas de las más recientes hay un virtuoso término medio que Franco Zeffirelli supo encontrar. Aunque naturalmente es algo susceptible de opinión, así que aquí tienen para comparar el monólogo de la versión de Laurence Olivier, aquí el de la película de Kenneth Branagh, aquí el de la interpretada por Mel Gibson y por último el de la versión de Ethan Hawke.
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Enrique V
Las seis películas ha dirigido Kenneth Branagh en torno a la obra de Shakespeare lo convierten en uno de sus adaptadores oficiales. Enrique V fue la primera de todas ellas, y tal vez la mejor, al menos le valió sendas nominaciones como actor y director. No podemos olvidar su escena cumbre, en la que arenga a sus soldados antes de la batalla del día de San Crispín.
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Mucho ruido y pocas nueces
Sus comedias generalmente no han tenido unas adaptaciones de calidad semejante a sus tragedias, quizá el motivo sea que el humor es perecedero y está más sujeto al contexto cultural. Pese a todo el resultado fue aceptable en esta versión de Branagh en la que contemplamos a un insólito Pedro I de Aragón. Otra comedia de este director, que no era una adaptación aunque sí estaba vinculada al universo de Shakespeare, fue aquella tan simpática titulada En lo más crudo del crudo invierno. Por otro lado, Joss Whedon tuvo tiempo entre Vengadores y Vengadores para filmar su propia versión de la obra, con cuatro duros y la participación de sus colegas habituales. Una simpática adaptación en blanco y negro en escenario contemporáneo.
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Otelo
En la época de nuestro autor andaban al acecho los puritanos, que lógicamente no veían con buenos ojos algo que divirtiera a la gente como era el teatro. Lo que no existía, por suerte para él, era esa evolución posterior del puritanismo conocida como corrección política, con su empeño por fiscalizar la ficción. Por esta obra hoy día hubiera tenido que dar muchas explicaciones pero afortunadamente ya está escrita y no puede cambiarse. En esta versión vemos de nuevo a Kenneth Branagh, esta vez interpretando a Yago, uno de los personajes más sugerentes y perversos que ha dado la obra shakesperiana.
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Campanadas a medianoche
Como vemos, hay personajes salidos de su pluma que parecen adquirir vida propia y tomar su propio rumbo. Es el caso del vitalista Falstaff, a quien interpretó un esférico Orson Welles en esta cinta rodada en España (por ahí vemos a Fernando Rey) que recrea fragmentos de un total de cinco obras suyas. De nuevo estamos ante un cineasta adicto a Shakespeare, pues previamente ya había dirigido Macbeth y Otelo.
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Ran
De Kurosawa podemos decir lo mismo. Entre las diversas obras literarias occidentales que adaptó al contexto japonés destacan las del dramaturgo inglés, como la mencionada al inicio o esta superproducción que recreaba El rey Lear.
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Diez razones para odiarte
Hollywood se ha recreado siempre en la descripción de los institutos americanos a la manera en que lo hace un documental cualquiera sobre los antílopes de la sabana, sin ahorrarnos detalle sobre sus ritos de apareamiento y sus luchas jerárquicas. Era inevitable que semejante hábitat terminase siendo el escenario de alguna adaptación shakesperiana, en este caso de la que es quizá su comedia más conocida: La fierecilla domada. El resultado fue mejor de lo que cabía esperar en esta película protagonizada por el malogrado Heath Ledger.
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Julio César
Mankiewicz coescribió y dirigió esta tragedia en la que nuestro autor recreaba la conspiración y el asesinato de Julio César. Quiso cuidar cada detalle, y para ello contó con actores que ya estaban familiarizados con esta obra salvo en el caso de Marlon Brando, que a pesar de ello supo estar a la altura y resultó nominado al Óscar. John Huston describió su interpretación aquí como «abrir un horno caliente dentro de una habitación oscura», aquí tenemos un ejemplo.
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Shakespeare in Love
No es una adaptación de una obra en concreto pero sí de la vida y del universo de Shakespeare, por lo que merece que la incluyamos. Obtuvo siete Óscar esta encantadora historia que juega con el travestismo que tanto gustaba al escritor inglés (la quinta parte de sus obras lo incluyen, qué vicio llevaba), con una Viola disfrazándose de hombre para poder actuar en el teatro y aproximarse al escritor, quien terminará dedicándole un personaje en Noche de reyes.
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Planeta Prohibido

Basta con que cambiemos un mago por un científico, Miranda por Altaira, Robby por Ariel, la isla por el planeta Altair-4, Calibán por aquel ente maléfico que «renueva su estructura molecular de microsegundo en microsegundo», los supervivientes del barco por la tripulación capitaneada por Leslie Nielsen y en lugar de La tempestad tendremos frente a nosotros este clásico de la ciencia ficción.

"La trama" por Alberto Massa


Pruebe a meterse unas pinzas (lo necesariamente finas) por la cadena de huesecillos. Llegue hasta el tímpano. Somos conscientes que esta empresa duele, no ha de preocuparse. Apriete bien las pinzas. En este momento conviene apretar los dientes lo más fuerte que sepa. Procure, por mucho que no lo consiga, extraer. Choque. Adquiera. Saboree cómo el dolor desaparece. Comprendemos que es probable del tímpano brame un pitido molesto. Cállese, su esposa no tiene culpa de que eso duela. Su hijo tampoco. Esto ha sido cosa de usted. Quizás no debió contratar nuestros servicios ¿Se arrepiente? ¿Cómo? ¿Mucho, poco, demasiado, en exceso? Tranquilo, puede sacar la pinza. Este es un manual para que usted, definitivamente, sea capaz de controlar su ansiedad. Ayer rompió un jarrón. Se cagó en la comida de su perro Burton. Amenazó a su hijo con el cinto. Su mujer está sufriendo. Coja este martillo y esta aguja. Pruebe a acariciar el iris de su ojo izquierdo con la aguja. Espere, se nos ocurre algo mejor. Extraiga el mechero con el que enciende sus habanos los domingos del bolsillo izquierdo y queme la punta. Encienda la mecha de esa pequeña aguja. Es poco más grande que una de esas que usan en acupuntura. Es lo suficientemente fina. ¿Se marea? ¿Usted se marea? El vendedor del producto le dijo que era probable que, durante el ejercicio, tuviese alguna que otra náusea. Vaya al baño. Vomite. Tenga cuidado de que toda esa bilis caiga en el inodoro o su mujer tendrá que pasar una fregona. Sufra, es usted un auténtico hijo de la gran puta. No obstante, hace lo que puede por cambiar y eso le honra. Desde nuestra empresa concedemos un aplauso a todo lo que está poniendo de su parte. Regresemos a la aguja con la punta quemada. Clave en el paladar. No vaya demasiado aprisa. Sienta. Este es un dolor rico. Por favor, caballero, límpiese la sangre con mejor disimulo. No es tanta. Sabe mal, es cierto. Su esposa ha recibido órdenes de prepararle unas judías verdes, uno de sus platos favoritos. Clave más. No, señor. Ahora queremos que se lo meta hasta dentro de un solo golpe. Apenas tres centímetros. Bien. Si le sale una lágrima permítase relajarse comprobando cómo acaricia el perfil de su nariz. El moflete derecho se encuentra curándose de ira. Piense en el mar. Su boca, en este momento, es una ola a punto de repetirse. Ande, descanse un poco. Nuestra empresa le agradece su comportamiento. Respire. Toque su corazón. ¿Late muy aprisa? Es buena señal. Ahora agarre sus testículos y apriete lo más fuerte que sepa. No sabe hacer trampas. No debe. Debe apretar hasta sentir que su nuez se resiente. No está apretando ¿Qué es lo que le impide hacer caso? ¿Acaso estamos en esto juntos en balde? Recoja el martillo del suelo. Dígale a su mujer que le dé un golpe en esas, sus partes. Vaya a la cocina y dígale: Por favor, Concha, esto es una cosa de tres contando a nuestro hijo. Deja la preparación de ese plato tan exquisito, coge este martillo y atízame en los huevos. Ella procurará hacer caso a las órdenes de comportamiento asignadas para su rol. Bien. Da usted pena ahora mismo ¿Sabe? Revolcándose por la cocina. ¿No puede respirar? En la medida en que el dolor cesa puede notar cierto regusto. Decrece su mal. Dígale a Conchi que use el aceite hirviendo de la sartén con la que acaba de freír un huevo para usted y lo vierta sobre su cara de cerdo dolido. Lo sentimos. Es duro. Uno de nuestros autos de fe más fieros. Contamos con que deberá observar su cara y verá cómo prevalecen esas quemaduras. Conchi, hágalo, dígale que lo haga. Es por amor. Debe hacerlo. Queremos que recuerde. Bien. Tranquilo. Siéntese en la silla. Procure gritar hacia dentro. El vecino de abajo trabaja de tres a nueve. Se llama Ramón y se encuentra disfrutando del escaso descanso del que goza. Por favor, no grite. Nuestros servicios funcionan al 190%. Evitará sus nervios. Se apuntará a un gimnasio. Concederá valor a las terapias de Alcohólicos Anónimos a las que asiste cada jueves. Vaya al médico. Habrán de coser. Serán unos cuantos puntos. Todo. Absolutamente todo es por su bien. Mañana, caso de que le hayan dado el alta, trabajaremos la parte del iris ¿Recuerda aún dónde dejó el soplete que enviaron en persona a su domicilio tres de nuestros mejor dotados especialistas? Coma un poco antes de ir al médico. Conchi prepara unas judías verdes maravillosas. Estas están recién rehogadas. Espere. Le recordamos que, en todo momento, debe cuidarse. Deje a su hijo tranquilo. Sólo está haciendo las tareas del colegio. Sabemos todo lo demás. Lo difícil que le es llegar a fin de mes y que, en el fondo, como bien ha demostrado aceptando nuestra terapia, quiere lo mejor para usted y para su familia. Enhorabuena. Vaya al médico. Su esposa le acercará en el coche de alquiler de nuestra propia empresa. Por favor, señor ¿No cree que olvida algo? Haga el favor de vestirse antes de salir por esa puerta. Ha sido usted muy amable. Reiteramos la enhorabuena. Y recuerde: debe estar preparado para los ejercicios de mañana. Le recordamos que son un poquito duros. Ninguno de ellos, si se atiene a nuestras instrucciones, lo matará. Pulse aceptar. Es el botón derecho de su móvil. Muy buenas tardes y mucha suerte en el hospital, caballero. 

viernes, 18 de noviembre de 2016

Recomendación de "Te negarán la luz" en Radio Adaja

Enlace del programa "Entre Culturas" de Radio Adaja en el que se recomienda Te negarán la luz, junto a "El médico" de Noah Gordon. Peor habría sido que lo hubieran emparejado con el de Sergio Ramos, bueno, no sé.


http://www.ivoox.com/en-cultura-entre-culturas-aconsejamos-algunas-novelas-historicas-audios-mp3_rf_13795532_1.html

miércoles, 16 de noviembre de 2016

La depresión de Wert


Y Wert contempla  la votación sobre la LOMCE en la pantalla curva de su apartamento de 500 metros cuadrados, con un pastís en la mano. Y sonríe con vicio, como el criminal que desde una playa paradisíaca oye noticias sobre sus fechorías. Y se relame porque acaba de degustar un foie fresco que le producirá ciertos ardores por la noche, pero que podrá aguantar con una copa de Veuve Clicquot. Y se levanta de la cama con dificultad, se le abre el batín y se descubre su miembro gastado y flácido. Y abre el cajón de la mesita y despega del plástico una Viagra para cumplir cuando llegue su pareja de pilates. Y duda si tomarla o no porque la semana pasada no le funcionó. Y notó la sonrisa de su pareja, como la del criminal que va a cometer un delito en otra sucursal bancaria. Y cambia de canal porque ha terminado la votación y sintoniza una película porno en la que una maestra de primaria se lo hace con un pitbull. Y sonríe despacio, sin ganas, porque siente el miembro muerto. Y suda con angustia y se desdibuja su sonrisa porque ya no trempa ni con el parlamento, ni con la sodomización del profesorado, como el criminal rodeado por cuatro morenos en las duchas de la cárcel.    

sábado, 12 de noviembre de 2016

"La muerte en Venecia" y un billete de tren de 1987


Al abrir La muerte en Venecia cae un billete de tren de 1987. Leí por primera vez esta historia cuando tenía 24 años. Ese billete amarillo que registra un viaje de Utiel a Valencia por 37 pesetas es el cartón de la nostalgia, el pasaje para visitar los estragos del tiempo.
¿Qué sensaciones me dejó ese libro la primera vez que lo leí? No lo sé con certeza. Solo recuerdo que al poco tiempo vi la película de Visconti y me compré el disco de la quinta sinfonía de Mahler. O la impresión que me causó fue muy intensa o el esnobismo me llevó muy lejos.
Al releerlo, no extrañé ni a Aschenbach ni a Tadzio ni a Venecia. Veintinueve años después los reconozco como a esos amigos que no ves hace tiempo y, en el reencuentro, ninguno se extraña. Todos actuamos con naturalidad. La metamorfosis de Aschenbach quedó estampada en mi memoria, así como la imagen de una Venecia esplendorosa y a la vez decadente y enferma. El viejo austrohúngaro dominado por la disciplina férrea del artista centroeuropeo ve cómo se desmorona todo su ideario cuando pasa por delante de él un adolescente polaco, Tadzio. Mann echa mano de los diálogos de Fedro para explicar la fascinación que produce la belleza, el abismo al que nos aboca cuando se introduce dentro de nuestra alma. El viejo escritor se tinta las canas, se maquilla, intenta paliar el deterioro causado por el paso de los años para no espantar la frescura magnífica de Tadzio, al que observa en la playa con el deleite del enamorado más entusiasta. Una epidemia de cólera barre silenciosamente la ciudad, la hunde en el aroma fétido y dulzón de la peste. Y a pesar de la alarma y de la imprudencia de permanecer allí, el viejo artista no abandona la ciudad. La belleza se impone a la disciplina y a la muerte por un momento. Ve por última vez al muchacho en la playa. No cruza palabra con él, ni siquiera le roza los rizos rubios de su cabeza, ni siquiera puede apartarlo de la violencia. Su cuerpo, su rostro, su cabello, provocan en el espíritu lo que el artista busca transmitir en su obra. Y, como siempre, la muerte vence. Aschenbach enferma y muere elevado por una pasión inesperada, atrapado por la despiadada condición de una ciudad que lo ha entregado al amor y a la muerte.
Viajé a Venecia este mismo año y reconocí la ciudad como si hubiera paseado por sus calles de agua, a pesar de no haber estado allí nunca. Como he reconocido a Tadzio y a Aschenbach al volver a encontrarme con ellos. El vagón en el que viajé a Valencia en 1987 posiblemente también lo reconocería si lo hubiera leído.      

viernes, 11 de noviembre de 2016

"El país de la pandilla basura" por Toni García Ramón


Decía Sherlock Holmes que uno de los grandes problemas de la investigación era la precipitación con la que se sacaban conclusiones sin conocer los hechos. Puede que Holmes fuera un personaje ficticio, pero su reflexión es dolorosamente real y ciento veintinueve años después sigue siendo relevante.
Resulta imposible no acordarse de Holmes viendo hace unos días el circo mediático montado alrededor del caso de Diana Quer (a uno también le viene a la cabeza El gran carnaval, de Billy Wilder), la adolescente desaparecida hace unas semanas en Galicia y convertida desde entonces en objetivo de todo tipo de especulaciones de los sospechosos habituales, los detectives de pacotilla que pueblan los programas matinales y sus no menos sospechosos/as presentadores/as.
Las dos cadenas generalistas que alimentan su papada de desechos, preferentemente humanos, han sacado estos días el babero para absorber el placer que les produce llenar una hora de contenido de todo tipo de especulaciones, habladurías, rumores y paparruchas. Un día la culpable es la madre, una maltratadora de manual (claman los expertos); dos días después el claro sospechoso es el padre, que pasó del rol de salvador y mesías al de miserable acosador psíquico y hasta violento. A la semana siguiente se habla del tío, que se mandaba multitud de mensajes con la desaparecida, algo inquietante, por supuesto. Un periódico llegó a publicar una noticia (destacada) en la que titulaba: «Hallada una mochila sin vinculación con el caso de Diana Quer». Cuatrocientas palabras para explicar que se había encontrado algo que fue inmediatamente descartado por los investigadores.
El problema ya no son las señoras de la mañana televisiva, que hablan de la prima de riesgo, el atasco político, el contrato temporal o las infidelidades del conde no-sé-qué, pasando de un tema a otro con la misma facilidad con la que uno pone un pie delante de otro y lo llama caminar. Tampoco lo son sus colaboradores, famosos por dos coletillas «es mi impresión» o «eso creo, vaya», que apuntan al final de sus frases, como el que intenta tapar la erupción de un volcán con las dos manos y muy buena disposición. El problema, el de verdad, es la sociedad que aguanta esta presión «informativa» sin inmutarse.
En un paisaje hiperestimulado donde todo ha adquirido la velocidad del Halcón Milenario, es normal que el ritmo normal de una investigación policial nos parezca tedioso, lo que no resulta tan entendible es la obsesión por adentrarse en el fango, sonriendo y sin botas de agua. «Diana Quer, pobre niña rica» titulaba uno de esos programas donde todos parecen encantados de poseer las claves de una vida plena y saludable. Luego, minutos después, una mesa de expertos abundaba en una conversación por whatsapp (exclusiva,  naturalmente) y durante más de cincuenta minutos despedazaban a la familia Quer por esos pecados que presuntamente han cometido. En el fondo, en una gran pantalla, fotos de la niña en biquini, sacadas de su Twitter, porque —obviamente— aportan mucho a la reflexión.
Esas mismas fotos, usadas en algunos artículos, dieron pie a su vez a una avalancha de comentarios de los habituales de los foros de esos periódicos serios: «Así vestida no me extraña que haya desaparecido»; «Eso le pasa por ir sola a según qué horas». Cierto es que este tipo de noticias (como la de la «presunta» violación colectiva en los sanfermines) son como esas trampas para los roedores: basta con añadir una cantidad significativa de cebo y no hay rata capaz de resistirse a pegar bocado.
El caso Quer es el paradigma perfecto que permite diagnosticar los males de un país embarrancado en algún lugar del pasado. Un país que ignora o ningunea la cultura, los libros y el arte pero que devora revistas del corazón, idolatra al presentador que anuncia un bingo cibernético de medio pelo y va por la decimoséptima edición de Gran Hermano. La decimoséptima.
La pandilla basura manda en España. Un día se nutren de Marta del Castillo o de Diana Quer, como hace unos años hacían lo propio con las niñas de Alcàsser o cualquier caso susceptible de ser abordado con la voracidad de un caníbal que lleva un mes sin llevarse nada a las fauces. No hay líneas rojas, ni campos minados: todo vale, todo el tiempo.
Lo más preocupante del caso es la cantidad de personas aparentemente sanas e inteligentes que se permiten opinar sobre este tema con la ligereza con la que uno se come unos churros un domingo por la mañana.
P. T. Barnum (no por nada el inventor del circo moderno) solía decir que «hablar es barato». Los que recuerden las cámaras analógicas recordarán también que había que pensárselo antes de darle al percutor: solo había veinticuatro oportunidades (cuarenta y ocho máximo) de hacerlo bien. Todo cambió con la llegada del universo digital. Se pueden hacer mil fotos, podemos incluso guardarlas todas, aunque no sirvan ni para empapelar la pared de la consulta de un dentista. Lo mismo pasa con las palabras: el tipo que te informa, circunspecto, de las terribles torturas infligidas a un joven o de un brutal atentado en París, tratará, diez minutos después y en ese mismo escenario, de venderte un colchón con la mejor de sus sonrisas.

En un mundo barato, donde nada resulta intocable, todos seremos tarde o temprano pasto de los buitres. El pastor luterano Martin Niemöller, figura de la resistencia a plena vista en tiempos del tirano de bigote recortado, hizo popular aquello de «cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista. Cuando vinieron a por los judíos, no pronuncié palabra, porque yo no era judío. Cuando finalmente vinieron a por mí, no había nadie más que pudiera protestar». Quizás ahora venga a cuento recordarlo.

El alumno de 16 años que se convirtió en Sigfrido


Un aula de instituto. Quinta hora de un día señalado por los augures. Brunilda es María y Crimilda, Andrea. Sigfrido es Sergio y Günther, Mario. El dragón, Amanda y Hagen, Iván. Brunilda y Crimilda llevan pamelas de Venecia y Sigfrido, una espada de plástico. Günther se significa como rey con una corona de papel que le ha fabricado Lorena y el cofre de cartón encierra el tesoro de los Nibelungos. Todo está preparado para la representación. Ellos no saben de qué va el Cantar de los Nibelungos, pero adentrarse en una historia desconocida disfrazados y como protagonistas los convierte en alumnos receptivos, alegres y emocionados. Todo lo contrario de lo que uno suele encontrarse en las aulas. Sigfrido (Sergio) mata al dragón (Amanda) de un certero espadazo y vuelve en barco (una silla) al reino de Günther. Se le declara de rodillas a Crimilda (Andrea), como Günther (Mario) a Brunilda (María). Antes, Günther ha hecho unas flexiones a petición de la exigente Brunilda. La primera parte acaba bien. Dos bodas oficiadas por Celia en las que los novios se prometen amor eterno. La segunda parte, el lunes. La clase se entusiasma con la representación improvisada y el atrezo de los chinos. Yo también. Suena el timbre. Me llevo las pamelas, el cofre, la espada y la corona de cartón. La ilusión nos ha sacudido durante 55 minutos. Esto es la enseñanza, esto es la vida. Quien lo probó lo sabe.

"Rimbaud, un rebelde hoy" por Josep Massot


Mozart murió a los 35 años y cambió la música para siempre. Rim­baud murió a los 37, pero a los 19 años ya había escrito toda su poesía, una poesía que abrió el camino de la modernidad, con un solo libro publicado en vida. Desde entonces, jóvenes inquietos de todas las generaciones siguen siendo influidos por la obra y la vida del primer rebelde moderno, el primer escritor maldito, pasional, imprevisible, nómada de bares, vagabundo por los caminos de Francia, un poeta vidente, reinventor del amor, insurrecto en la Comuna de París, para enrolarse en un barco ebrio en un viaje hacia el infierno, blasfemo e insolente que, en la cumbre de su genio, se hundió en el silencio para dedicarse al tráfico de armas, café y marfil en Harar y morir pobre, como vivió.
Atalanta publica una nueva hazaña editorial: la edición de la obra completa de Rimbaud. Toda es toda. Poemas, variantes, borradores, obras en prosa, cartas, notas, cuadernos, declaraciones judiciales... El editor, Jacobo Siruela, dice que “este joven feroz revoluciona toda la poesía establecida y representa como nadie la esencia de lo moderno, de lo nuevo. Él es un poeta del siglo XX, no del XIX. Pero su grandeza estriba en que abomina de todos los artificios de la cultura, que el llamaba ‘el espíritu de las cosas muertas’, para buscar la absoluta unión entre el arte y la vida; algo que se desarrollará a lo largo del siglo XX, no siempre con buenos resultados.
“La belleza que él perseguía –dice el editor– trata de alcanzar a lo desconocido de la vida, que solo el vidente, como dice en una de sus cartas, y el verdadero poeta pueden experimentar. Por todo ello, el misterio de su poesía radica en que nunca pierde su juventud. Quizá porque provenga de lo que él denominaba, sin saber bien de lo que estaba hablando, ‘lo otro’”.
Mauro Armiño reconstruye una biografía que podría tener ecos en las vidas de artistas que se rebelan contra un orden social caduco y quieren devolver la poesía a la experiencia de vida. “Se trata de llegar a lo desconocido mediante el desarreglo de todos los sentidos. Los sufrimientos son enormes, pero hay que ser fuerte, haber nacido poeta… no es culpa mía en absoluto. Es falso decir: ‘Yo pienso’, se debería decir: ‘Se me piensa’… Yo es otro. Tanto peor para la madera que se descubre violín”. Frase más turbadora que el Je suis l’autre, de Nerval
Rimbaud, antes de enviar al asilo a los poetas parnasianos, aprendió exhaustivamente las normas de la poesía clásica. Para innovar hay que conocer la tradición: fue premio extraordinario en las composiciones latinas. Después, un historial precoz de fugas en busca de la experiencia de la libertad plena que acaban en la cárcel. Al poeta Teòphile Gautier le reprocha: “No ha visto más mundo que el que se ve por la ventana, y no ha tenido ganas de ver más”. Él, en cambio, vive la vida intensa en un país primero en guerra (con Prusia) y después inmerso en el caos de la revolución. En la Comuna de París la policía le ficha como uno de los francotiradores del batallón Vengadores de Flourens, chicos de quince a diecisiete años.
Es entonces cuando une vida y obra: “Usted –le dice a su profesor– siempre terminará como un satisfecho que no hizo nada, porque no quiso hacer nada”, y marca el camino que seguirían después los dadaístas, los surrealistas, los poetas beat, los punkies... la revolución poética que convertirá en cenizas un mundo que ha quedado caduco: “La innovación requiere formas nuevas” Cuando Verlaine, de 27 años, recién casado con una muchacha de 17, le acoge en París, no sabe que acaba de convertir su casa en un infierno. Las bravatas y los estallidos de violencia de Rimbaud hacen que acaben expulsándole de todos los lugares. Incluso se lía a golpes con el fotógrafo Carjat, que iba a inmortalizarle, y el cual, tras la pelea, destruye los negativos: solo se han conservado ocho. Goncourt escribe en sus diarios: “Rimbaud ha traído a París el genio de la perversidad”.
La pareja Verlaine-Rimbaud podría protagonizar una road movie, una fuga de alcohol y peleas, perseguidos por una legión que encabezan la madre de Rimbaud, la mujer de Verlaine y el prefecto de policía.
Armiño resume el desenlace: tras una pelea en Londres, Verlaine embarca rumbo a Bélgica y, desde el barco, escribe a Rimbaud, a la madre de Rimbaud y a su mujer con la amenaza de suicidarse. El día 7 de julio, escribe de nuevo a Rimbaud para proponerle ir a España y enrolarse en las tropas carlistas. El día 8, Rimbaud llega a Bruselas y anuncia a Verlaine que quiere regresar solo a París. El 10, Verlaine compra un revólver y a mediodía vuelve borracho al hotel donde se aloja con su madre y con Rimbaud. Hacia las dos de la tarde, dispara contra su amigo, hiriéndole en un brazo. Rimbaud le denuncia y Verlaine es encarcelado. Desde la cárcel escribiría Crimen amoris, y Rimbaud, Una temporada en el infierno.
A partir de 1875, Rimbaud solo escribió cartas. “Se enrola –dice Armiño– en el ejército colonial holandés, y con este llega a Sumatra y a Batavia, recorre a pie los Vosgos, Suiza y el San Gotardo, y en Alejandría trabaja como director de explotación de una cantera; termina en África, contratado por una firma de importación y exportación, realiza por todo el cuerno de África expediciones para conseguir marfil, pieles, algunas a parajes apenas conocidos por los occidentales, como Ogadén”. También se dedica a vender armas a los reyezuelos de Somalia, y en Adís Abeba gestiona una factoría comercial.
Y al final, la ruina, la quiebra de la empresa, las condiciones de vida extremas, la enfermedad. Pero no puede ni quiere volver a Europa. En 1890 escribe a su madre. “Al hablar de matrimonio siempre he querido decir que seguiría siendo libre para viajar, para vivir en el extranjero e incluso para continuar viviendo en África. Estoy tan desacostumbrado al clima de Europa que me costaría mucho readaptarme. Hasta es probable que necesitase pasar inviernos fuera, suponiendo que algún día vuelva a Francia... Hay, por otra parte, algo que me resulta imposible, la vida sedentaria”.

Un cáncer en la rodilla le hace volver a Marsella, donde le amputan la pierna. Quiere embarcar de nuevo a Adén, pero el cáncer se extiende por todo el cuerpo. “Yo, inválido y desdichado, no puedo averiguar nada, el primer perro de la calle se lo dirá”.