lunes, 24 de agosto de 2015

"Cómo ser un escritor de éxito" por Diego Cuevas

Ya se sabe cómo funciona la industria de las letras, 50 sombras de Grey vende unas toneladas de ejemplares y a la mañana siguiente tenemos, en la primera fila de las estanterías de cada librería del universo, una docena de novelas con amantes jugando a meterse bolas de billar por el culo. El código Da Vinci arrasa entre las lecturas del metro y nos llueve el marketing salvaje de cientos de thrillers que exploran el significado oculto de las dieciséis estampas de perros jugando al póquer de Cassius Marcellus Coolidge. Crepúsculo consigue aflojar la goma de las bragas de medio planeta y de repente tenemos legendarias criaturas terroríficas convertidas en pálidos adolescentes que suspiran profundo con mirada intensa y pinta de tener una rave en los intestinos. Los hombres que no amaban a las mujeres se corona como blockbuster y una colección de escritores de suspense brotan de golpe en los helados paisajes de Europa del norte. Paulo Coelho publica en papel la copia de seguridad de sus conversaciones de Whatsapp, se convierte en un éxito y sus lectores sentencian que tanta profundidad les ha cambiado la vida mientras miccionan en tonos arcoíris. Alguien escribe un flyer de bienvenida al pensamiento new age, lo titula El secreto, contrata al maquetador de Geronimo Stilton y acaba amontonado bolsas con el símbolo del dólar estampado. Un yuppie dice que una fábula sobre productos lácteos sustraídos es indispensable para cualquier empresa y una muralla de cuentos para críos, disfrazados de revelaciones para encorbatados, acabará atrincherando la sección Actualidad.
¿Cómo ser un escritor de éxito? ¿Quién coño lo sabe? Y sobre todo ¿a quién le importa?
Paso 1: Buscar un editor
En 1887 un poema titulado «Like a Giant Refreshed» llegó a las mesas de cinco editores. Tres lo rechazaron y dos aceptaron publicar la obra si el autor se hacía cargo de los gastos. Entre las respuestas oficiales recibidas se encontraban un «El mercado está lleno de cosas similares», un «Tenemos cubierta nuestra lista de ediciones para la siguiente temporada» y un «Es evidente que tiene algo especial, pero no lo suficiente para asegurar ventas». La persona que había enviado el manuscrito era un corresponsal de St. James’s Gazette, pero lo cierto es que no era el verdadero autor de la obra. En realidad había copiado palabra por palabra el poema «SamsonAgonistes» que aparecía en Paradise Regain’d, una obra del poeta John Milton, para algunos el segundo literato más notable de las letras anglosajonas después de William Shakespeare. El objetivo era obvio, demostrar que los ojeadores de nuevos talentos no tienen olfato para detectar la genialidad.
John Milton, no tan bueno como para asegurar ventas. Imagen: DP.
John Milton, no tan bueno como para asegurar ventas. Imagen: DP.
Cien años más tarde, un ocioso Chuck Ross reescribió la novela Steps de Jerzy Kosinski. Firmó la obra comoEric Demos, metió el texto en catorce sobres y los lanzó a los buzones de catorce editoriales. A pesar de que elSteps de Kosinski se había llevado un National Book Award For Fiction, y que más adelante David Foster Wallace se pondría las rodilleras a la hora de elogiar esa obra y trazarle líneas paralelas con Kafka, el texto no pasó el primer corte de ninguna editorial, entre las que para más guasa se encontraba la que había editado originalmente Steps. Y entre las respuestas de rechazo Ross se encontró con esto:
Muchos de nosotros hemos leído tu novela admirando el estilo de escritura. Encontramos un punto de comparación con Jerzy Kosinski cuando leemos los crudos y escalofriantes capítulos que has construido. El problema del manuscrito, tal como está, es que no consigue llegar a ser una obra redonda. Tiene momentos muy espectaculares, pero da la impresión de ser un boceto incompleto. No vemos la manera de publicar este trabajo en particular en su estado actual.
En los ochenta la escritora Doris Lessing, futura nobel de literatura en 2007, sospechaba que su editorial aceptaba sus manuscritos por llevar su nombre estampado y no por la calidad de los mismos. Para corroborar esto presentó dos novelas bajo seudónimo (Jane Somers) y el resultado fue el esperado: ambas fueron rechazadas. En 1991 un periodista de The weekly llamado David Wilkening encargó a su secretaria (evidenciando un conocimiento borroso de las labores administrativas) que copiase la novela The Yearling deMarjorie Kinnan Rawlings, ganadora de un Pullitzer en 1939. El volumen se paseó por veintidós editores (incluyendo al editor original) retitulado como A cracker comes to age, para coleccionar hasta trece respuestas de rechazo. Solo una de las editoriales, Pineapple press, se dio cuenta de la fotocopia y reconoció la obra original. The Sunday Times repitió en 2006 la prueba con cuarenta editoriales, envió los primeros capítulos de dos obras ganadoras del premio BookerIn a free state de V.S. Naipaul y Holiday de Stanley Middleton, cambiando nombres de personajes y el autor. El resultado: una veintena de negativas y solo una respuesta interesada por una de las obras.
Paso 2: Autopublicación = Profit.
«Móntate un blog». Con la autopublicación online comenzó Manel Loureiro narrando un apocalipsis zombi en un blog y hoy el hombre pasea tres libros de la saga Apocalipsis Z y vende montañas en Estados Unidos. Erika Leonard (E.L. James) comenzó a escribir una fan fiction erótico-pornográfica-festiva de Crepúsculo (tituladaMasters of the universe y sin relación aparente con He-Man) y la publicó en internet bajo el nick Snowqueen’s Icedragon. El éxito de visitas la animaría a retocar el trabajo para eliminar a los personajes crepusculianos y convertirla en una obra propia llamada 50 sombras de Grey. Aquella creación, pese a su prosa de Cash Converter y de ser una obra calificada despectivamente como mommy porn, le favoreció un contrato editorial y arrasó en ventas (arrebatando el puesto de best-selling author en el Reino Unido a la mismísima J.K. Rowling).Otra que tuvo suerte fue Amanda Hockinguna desconocida que se forró de golpe al poner a la venta sus párrafos en Kindle.
Y luego está el porno con dinosaurios.
Portada de Taken by the T-Rex. La escritora aseguraba que pagaba 5 dólares por el diseño de cada portada, y también que probablemente era demasiado dinero. Imagen: Christie Sims.
Portada de Taken by the T-Rex. La escritora aseguraba que pagaba cinco dólares por el diseño de cada portada, y también que probablemente era demasiado dinero. Imagen: Cortesía de Christie Sims.
Un género completamente nuevo y revolucionario, la dinosaur erotica. De repente varias historias con portadas terroríficas y títulos tan sugerentes como Taken by the T-RexRavished by the TriceratopsTaken by the Pterodactyl o Dino Park After Dark se presentaron en los catálogos de lectura online y empezaron a cosechar lectores sedientos de un nuevo y dilatado tipo de erotismo: aquel que solía orbitar alrededor de dinosaurios montando damiselas.
El caso es que toda esa orfebrería literaria que encamaba lo sensual con lo primitivo era obra de Christie Sims y Alara Branwen, los seudónimos de dos veinteañeras universitarias y compañeras de habitación que, cansadas de sufrir para costearse los estudios, decidieron probar suerte con la autopublicación de la literatura erótica más absurda que se les ocurrió (basada en sus propias experiencias, aseguran). Entregas de extensión ridícula, algunas apenas llegan a las veinte páginas, y que obviamente se basan más en explotar lo disparatado de follar con una criatura prehistórica que en contar algún tipo de historia. El producto tuvo un éxito inesperado (las críticas en Amazon de los lectores de Taken by the T-Rex suelen ser descacharrantes) y como resultado las dos chicas comenzaron a amasar suficiente dinero como para dejar de lado los trabajos basura y dedicarse exclusivamente al noble arte de la escritura, abriendo su producción a nuevas entradas de protagonistas mucho más exóticos: Taken by the PegasusRiding the Dragon Taken by the Gryphon.
A la vista de los beneficios, a las visionarias no les faltaron imitadores: desde la inquietante adaptación a la acera de enfrente de Turned Gay By Dinosaurs de Hunter Fox hasta lo descarado de alguna versión españoladel fenómeno.
Paso 3: Hacerse un nombre
En 1983 la televisión británica comenzó a emitir un ingenioso anuncio de las Páginas Amarillas de aquellas tierras. En el mismo se mostraba a un anciano recorriendo varias librerías de segunda mano preguntando por un mismo libro: Fly fishing de J. R. Hartley. Al no obtener ningún éxito en su redada librera, el protagonista delspot se refugiaba en su casa entristecido hasta que su hija le arrimaba una copia de las Yellow Pages. El anuncio finalizaba con el octogenario hablando por teléfono con una librería en la que había localizado el perseguidoFly fishing. Y entonces el espectador asistía al desenlace revelador cuando el hombre solicitaba que el libro le fuese reservado y escuchábamos su respuesta a una pregunta del otro lado del teléfono: «¿Mi nombre? Oh, sí. Me llamo J. R. Hartley».
La campaña era original pero para Roddy Bloomfield, escritor de deportes, era mucho más que eso. Era una maniobra publicitaria paralela y enorme de algo que ni siquiera sus responsables habían tenido en cuenta: otro libro. Bloomfield encargó a Michael Russell, un experto en pesca con mosca, la tarea de escribir en 1991 un libro. Lo tituló Fly fishing y lo publicó bajo el seudónimo de J. R. Hartley. En la cara de hormigón de Bloomfield se dibujó una sonrisa cuando el texto se convirtió en best-seller. Aprovechando la inercia y junto a Russell perpetraría otras dos secuelas: J.R. Hartley Casts Again: More Memories of Angling Days en el 92 y Golfing by J. Hartley en el 95, otros dos best-sellers.
J.K. Rowling, intentando despojarse de la maternidad del niño mago, se lanzó a construir una de detectives para un público adulto. El libro llamado The Cuckoo’s Calling (El canto del cuco) fue publicado bajo el seudónimo deRobert Galbraith y pese a las críticas favorables vendió una miseria (presumiblemente unos quinientos ejemplares de una tirada de mil quinientos). Cuando un columnista del Sunday Times investigó un poco se descubrió que el agente del tal Gralbraith era el mismo que el de la señora Rowling; y una vez arrebatado el disfraz (que muchos acusaron de maniobra publicitaria) las ventas de The cuckoos calling se dispararon de manera demencial: de ocupar el puesto número 4.709 en la lista de ventas de Amazon saltó directamente a la primera posición.
Paso 4: Trolling
A mediados de los cincuenta el locutor Jean Shepherd se colaba en los hogares a través de un late nightradiofónico. Y se daba el caso de que Shepherd estaba cabreado con el sistema mediante el cual se confeccionaban las listas de best-sellers literarios en aquella época, utilizando tanto los datos de venta como las demandas de libros que estaban a punto de salir. A Shepherd se le ocurrió burlarse de este tipo de listas aprovechando las ventajas de la radio e invitó a todos sus oyentes a encaminarse hacia las librerías y preguntar por un libro que no existía de un autor que tampoco era real. Para hacer las cosas más fáciles el locutor ideó una sinopsis de la trama, un autor ficticio (Frederick R. Ewing) y lo enmarcó todo con un título prometedor: I, libertine. Los oyentes tomaron la empresa tan en serio que al final la obra ficticia acabó realmente entrando en la famosa lista de best-sellers del New York Times.
Cierto tiempo después, Shepherd compartía mesa con el editor Ian Ballantine y el novelista Theodore Sturgeon cuando el primero de ellos se ofreció a publicar una novela escrita por Sturgeon y basada en la falsa obra ideada por Shepherd. En 1956 I, libertine se convertiría en realidad y su portada (obra de Frank Kelly Freas) incluiría un chiste privado delicioso: en un cartel se podía distinguir un esturión y el bastón de un pastor. O lo que es lo mismo, Sturgeon (esturión) & Shepherd (pastor).
Mike McGrady era un columnista del Newsday de los sesenta que estaba convencido de que la cultura americana había abrazado un estándar de vulgaridad tal que cualquier texto de mierda podría llegar a ser un éxito monumental si se le añadían suficientes escenas de sexo. Para demostrar su teoría McGrady reunió a más de una veintena de colegas de profesión delante de una mesa, entre ellos a dos premios Pullitzer (Gene Goltz yRobert W. Greene), y propuso escribir entre todos un libro premeditadamente malo y espantoso. Cada participante se encargaría de un capítulo y eximiría cualquier tipo de calidad de las letras mientras lo rebozaba todo de sexo gratuito. Los implicados se esforzaron todo lo posible en divertirse construyendo un monstruo de Frankenstein incoherente sobre una esposa infiel de gira por las camas de vecindario, aunque hacerlo intencionadamente mal no resultaba sencillo: varios capítulos tuvieron que ser revisados por estar tan bien escritos como para no ajustarse al criterio de calidad en negativo exigido. El resultado final sería una pieza repleta de pasajes descriptivos vergonzosos: «En ese momento ella estaba masajeando su punto de mayor altitud suavemente con una botella de Johnson & Johnson baby lotion de color rosa» o «Entonces él la despojó de sus pantis negros, hubo un sonido de celofán como si estos hubieran sido pelados de las rodillas». Y como remate una soberbia dedicatoria en la primera página: «Para papá».
Varios de los autores de Naked came the stranger. Imagen: Cortesía de Newsday.
Varios de los autores de Naked came the stranger. Imagen: Cortesía de Newsday.
El grupo tituló la obra Naked came the stranger y atribuyó su autoría a una ficticia Penelope Ashe. La hermanastra de McGrady se atrevió a ceder su cara como imagen de la misteriosa escritora y se animó a pasearse por las editoriales con el libro en las manos y cara de buena persona. Lyle Stuart, conocido por fomentar una línea editorial con mucha teta suelta, accedió a publicarla y puso en marcha su procedimiento habitual de edición: mangó sin permiso una foto del culo de una chavala a una revista húngara, la estampó en la portada como reclamo de carnes prietas e imprimió aquello en 1969. El libro zarpó hacia las librerías y semanas más tarde la mujer que ponía rostro a la ficticia autora se paseaba por talk shows y entrevistas.
Cuando Naked came the stranger había vendido más de veinte mil copias, y McGrady ya empezaba a tener agujetas de tanto descojonarse en privado de lo cateto de la sociedad americana, se decidió que ya iba siendo hora de desvelar la broma y el responsable del hoax junto con el resto de implicados dieron la cara para explicar la naturaleza y origen del producto. El público lejos de tomarse a mal que lo hubiesen tratado como idiota reaccionó como era de esperar: saliendo disparado a reservar una copia. Mes y medio después la novela había cuadruplicado el número de ventas. Y unos años más tarde alguien rodaría una versión porno del material original a cuya proyección asistiría la autora de la Naked came the stranger original. O más bien diecisiete pedazos de ella.
Mucho tiempo después, inspirados por la iniciativa de McGrady, un grupo de escritores de fantasía y ciencia ficción acordarían escribir entre todos una obra tan horrenda e incoherente como les fuese posible con un único objetivo: demostrar que en PublishAmerica, una empresa que se jactaba de publicar solamente textos de calidad elevada, no tenían ni zorra sobre la exquisitez literaria. ¿La razón? Que dicha casa había menospreciado a los autores de ciencia ficción y fantasía.
James D. Macdonald escritor y crítico, dirigió el proyecto y coordinó metódicamente a cuarenta autores para gestar un libro prodigiosamente horrible. Se trataba de Atlanta Nights y las imperfecciones de su esqueleto eran una maravilla de la planificación: personajes que cambiaban de raza o género de golpe o resucitaban sin explicación alguna, un par de capítulos distintos creados por diferentes escritores explicando lo mismo, un chaparrón de faltas de ortografía, dos capítulos idénticos letra por letra, un capítulo ausente (el libro salta del 20 al 22) y otro cuyo número se repite (hay dos 12), un capítulo generado enteramente por un programa de ordenador que remezclaba secciones anteriores, un giro de guión en su etapa final que sentencia que todo ha sido un sueño para continuar como si no lo hubiese sido. Y la mofa definitiva: las iniciales de todos los personajes bautizados en la historia deletrean la frase: «PublishAmerica is a vanity press». Alguien definió perfectamente Atlanta nights: «El mundo está lleno de libros malos escritos por amateurs, pero este es un libro malo escrito por expertos».
PublishAmerica, ajena a todo esto, recibió la pieza y dio el visto bueno para publicarla en 2004. Los autores decidieron no seguir adelante con la gesta rechazando el contrato y revelando públicamente la trampa.PublishAmerica dijo que había mirado mal y que mira, que mejor no, nunca, nada.
Paso 5: Intentar no morir siendo objeto de mofa
En 1970 Jim Theis escribió con tan solo dieciséis años una de las novelas de fantasía heroica más emblemáticas de la historia. Publicó su criatura en un fanzine y de algún modo esta llego a las manos del escritor de sci-fiThomas N. Scortia, quien fascinado con el descubrimiento lo remitió a otra escritora, Chelsea Quinn Yarbro, que a su vez enseñó el manuscrito a otro grupo de autores. Y así, poco a poco como una bola de nieve, el texto de Theis empezó a circular de forma furtiva entre los más selectos clubs de ciencia ficción y fantasía. Aquella novela se llamaba The eye of Argon y encandilaba a todo aquel que la leía. Pero por las razones equivocadas.
The eye of Argon era un accidente de tren literario, un desastre heroico, una pieza tan mal escrita (Theis parecía puntuar a ciegas y usaba tan erróneamente las palabras que muchos dudaban que el autor fuera una persona real y no un chiste) que su lectura resultaba involuntariamente cómica. Era el Ed Wood de la fantasía. Y lo mejor de todo es que la novela llegaría a convertirse en un party-game muy celebrado en el que un grupo de personas se turnaban para leer el texto en voz alta con una única norma: en cuanto el orador no pudiera contener la risa perdía su turno. Dave Langford explicaba cómo funcionaba el juego en las convenciones más importantes de sci-fi: «El reto de la muerte consistía en leer The eye of Argon en voz alta, con gesto serio y sin descojonarse. El reto Gran Maestro consistía en hacerlo tras haber inhalado helio».
Alguien localizó a Theis para entrevistarlo y este declaró que el cachondeo y la burla con los que se había recibido a algo que escribió treinta años antes le cabreaba hasta quitarle las ganas de volver a escribir cualquier otra cosa en un futuro. Theis murió en 2002 pero su obra alcanzo la inmortalidad, entre las carcajadas y convulsiones de sus lectores, por ser increíblemente mala pero involuntariamente jocosa.
Cómo ser un escritor de éxito
¿Cómo ser un escritor de éxito? Preguntádselo a alguien que lo sea.
O poneos a escribir, lo que sea, ahora mismo. Y dejad de perder el tiempo con artículos tramposos que plantean una pregunta para la que ni tienen respuesta, ni les interesa tenerla. Vosotros podéis ser el próximo Jim Theis, eso es lo único importante.

martes, 18 de agosto de 2015

Reliquias paganas: la miel helada de Lorca


En las profundidades del barrio del Albaicín, donde se ve a la tarde engullir a la Alhambra con parsimonia, podemos visitar en cualquiera de los cármenes que lo jalonan, una reliquia que no tiene parangón: la miel helada que nos dejó Lorca. Si os acercáis por allí, si os perdéis por sus callejas estrechas, si tenéis la ocasión de torceros los tobillos en su empedrado, podréis disfrutar a la caída del sol de esa deliciosa reliquia. Desde el mirador, el sol se derrite y se convierte poco a poco en una dulce placer que abruma a los labios hasta hacer estallar los ojos. Es la sabrosa imagen que Lorca dejó sobre el horizonte granadino, su miel populosa y melancólica. Lástima que se helara, que se quedara congelada un día como este en los cielos de Granada, aunque eso sirviera para conservar una reliquia que no hace falta visitar en las iglesias ni en las criptas ahumadas por la superstición. Sus propiedades: delectación insana por el amor y la muerte.

"Franz Kafka, autobiografía de una chinche" por Alberto Gordo


Franz Kafka le pidió a Max Brod que quemara todos sus manuscritos; Brod, felizmente, desobedeció la orden. Fue Brod también el responsable de que La Metamorfosis, de cuya publicación se cumplen ahora cien años, llegara por primera vez a los lectores: en 1913, un año después de que Kafka culminase su relato, Brod puso sobre aviso al editor Kurt Wolff. Después le mandó una carta a su amigo: "Envíame la historia de la chinche". Kafka estuvo de acuerdo y Wolff aceptó el original. Pero entonces el escritor tuvo dudas y pidió hacer unas últimas revisiones al texto. Entretanto una crisis con Felice, su novia, le impedía avanzar y dar por terminado el relato. En febrero de 1914 se dio un giro inesperado: pese a su compromiso con Wolff, Kafka envió La Metamorfosis a Robert Musil, que trabajaba como lector en la revista Neue Rundschau; pero los jefes de Musil lo rechazaron. Volvió entonces Kafka a la opción Kurt Wolff, envió el texto a una de las revistas de su editorial, Weisse Blatter, y ésta lo publicó en octubre de 1915. En noviembre salió en un volumen individual y en 1918 tuvo una segunda edición.

Félix de Azúa resumió en un ensayo ("Tres novelas que cambiaron el mundo".Lecturas compulsivas, Anagrama, 1998) la relación de Kafka con el éxito literario: "Kafka luchó por publicar y por ser leído. Buscó el reconocimiento y el éxito. Kafka era un artista, no un cura". Al autor de El castillo le deprimía, además del trabajo oficinesco en la aseguradora, la incomprensión de sus contemporáneos; y a cualquier nivel: tanto los problemas para publicar como el desprecio de su padre, que dejaba en la mesita, sin abrir, cada uno de los libros que Franz le regalaba entusiasmado. 

"La metamorfosis -dice Jordi Llovet- es muy autobiográfica; hay que leerla al lado de Carta al padre y de los diarios. Es una novelita muy bien hecha, una novelita doméstica, pero que encierra una metáfora muy fuerte: la de ese hijo que se dedica a un oficio inútil a ojos de los demás, que es escribir, en el seno de una familia vulgar de la pequeña burguesía de Praga". Es revelador que, en el momento de redactar el texto, Kafka se encontrase en un estado de tristeza y melancolía comparable al de Gregor Samsa. Su relación con Felice atravesaba su primera crisis importante y la enfermedad de su padre (padecía arterioesclerosis) se agravaba. Kafka veía con verdadero pánico el momento de tomar las riendas de los negocios familiares. Sentía que su entorno le obligaba a ser algo que no deseaba ser. "Una de las ideas centrales de Kafka -explica Azúa- es que nunca llega lo que esperamos, que lo que esperamos sólo tiene valor mientras lo esperamos, pero no cuando llega. En La metamorfosis es más fuerte, sin embargo, otro de sus temas favoritos: no somos lo que creemos ser sino lo que los otros nos imponen". 

Para Pablo d'Ors, la emblemática historia de la transformación de Samsa, considerada por Nabokov la narración más perfecta del siglo XX, ofrece, de un modo más directo que ninguna otra creación kafkiana, el verdadero asunto de su literatura: la humillación. "El castilloEl procesoLa metamorfosisEn la colonia penitenciariaInforme para una academiaAmérica, todo, todo son historias de un hombre humillado. Kafka se sentía probablemente humillado. Por su padre, por su trabajo, por su vocación, por la vida. Todos sus libros hablan de esto y La metamorfosis da concreción plástica a esta obsesión: un hombre se convierte en un horrible escarabajo". 

Obra eterna

¿Qué hace que La metamorfosis sea una de las narraciones más leídas de la literatura universal? ¿Es superior a El proceso o a El castillo? ¿Es más sencilla? ¿Indica mejor el significado de lo 'kafkiano'? ¿Está el mejor Kafka en sus novelas, en sus cuentos, en sus diarios o en su correspondencia? ¿Es que La metamorfosis 'contiene' todo Kafka?

Responde Azúa: "Las famas y éxitos de algunas novelas no dependen de su calidad. Tengo para mí que El proceso es más popular que El castillo gracias a la película de Orson Welles. Y Metamorfosis porque es muy fácil, es el libro de texto para iniciarse en alemán. Hay un cuento que lo contiene todo en su máxima expresión, pero no es Metamorfosis, sino otro mucho más tremendo: Ante la ley(1914)". Frente a la ficción, D'Ors prefiere al Kafka que no quiso hacer literatura, el de sus diarios y sus cartas: "Es ahí -dice- donde está la medida del genio kafkiano", un genio, tercia Llovet, ya presente en sus primeros textos incluidos enContemplación, de 1912: "Ahí Kafka ya revoluciona la prosa que se hacía en los países de habla alemana. Aunque se le nota el peso de autores como Flaubert o Dickens (sobre todo en su primera novela, América), Kafka logra algo muy especial: diagnostica la evolución de la civilización burocrática y del capitalismo, entonces aún incipiente. Ese diagnóstico es todavía enormemente válido". 

Ignacio Echevarría decía en un artículo que "sus textos constituyen el perfecto paradigma de ese permanente desplazamiento del sentido que constituye la marca de la gran literatura, de la capacidad que ésta tiene de renovarse en cada tiempo, a cada hora, ante cada lector". Félix de Azúa habla del "sistema de producción de significado" que es toda gran obra de arte: "Esto es lo que hace que el arte dé sentido a nuestra existencia, una vez desaparecida la perspectiva religiosa y convertida, la científica, en un jeroglífico egipcio. Por esta razón no es lo mismo ver un Velázquez en el siglo XVIII o en nuestros días. La obra (es un misterio) va cambiando con el tiempo y otorgando nuevos sentidos a cada momento. Por eso podemos seguir leyendo a Sófocles con gran provecho, pero es una pérdida de tiempo leer a Paul Bourget, aunque fuera el favorito de Proust.El Kafka de la angustia existencial es el de la posguerra europea, el de la guerra fría, el de la amenaza de destrucción nuclear, el del existencialismo, el de Bergman o Beckett. Hoy es otro". 

Para Borges, la obra de Kafka es como un sueño eterno, o sueños, más bien, que podrían haber sido soñados por hombres de cualquier época. Y no importa que sus novelas no estén terminadas: en realidad no terminan nunca. "Tienen un número infinito de capítulos porque su tema es de un número infinito de postulaciones", escribió el autor de El Aleph. Azúa, en el texto citado, hablaba de los infinitos entretenimientos a que es sometido Josef K. en El proceso a la espera de la inevitable condena final. "Es muy pertinente la idea de infinito -comenta Llovet-, o más todavía, la idea de trascendencia. Yo creo que Kafka es una especie de rabino del siglo XX. Si se hubiera actualizado la Biblia, después de fijarse el canon, habrían entrado muchos textos de Kafka. Son de un pensamiento trascendente judío enormemente marcado". 

La metamorfosis, ¿un relato de humor?


Kafka en un balneario (1913). Archiv Klaus Wagenbach
A Guillermo Cabrera Infante le gustaba destacar el humor de Kafka a pesar de la legión de epígonos atormentados que generó su obra. Y en particular el humor presente en La metamorfosis: "Nada hay más risible -escribió el cubano- que el incestuoso insecto (cucaracha que no puede caminar, escarabajo no debajo sino arriba de la cama, chinche devenida vegetariana de súbito) con su carapacho incrustado de manzanas que se pudren en el ambiente raro del cuarto de Gregorio Samsa. No es un sueño ni una pesadilla sino una película de horror cómico como El gato y el canario en el gueto".

Kafka era un hombre que reía. "Tenía mucho humor, no cabe duda -dice Pablo D'Ors-. Yo me río mucho leyéndole. Y he leído que él mismo se lo pasaba muy bien cuando leía sus textos en voz alta a sus colegas y amigos. Es un humor grotesco, sin duda, de esos que te deja la sonrisa congelada, en una mueca". Llovet no lo tiene tan claro. "Kafka tenía sentido del humor, lo sabemos por los testimonios de sus contemporáneos; pero en su obra... si uno coge el Informe para una academia (1917), ahí no hay nada humorístico. Humor hay, sobre todo, en su primera novela, El desaparecido, la mal llamada América, pero esa es una novela muy dickensiana, es otra cosa. Y hay destellos de humor en algunos momentos de El castillo y El proceso". Pero, continúa el filólogo catalán, "Kafka no es un humorista, como tampoco es exactamente un existencialista, como quisieron los franceses: es un autor tremendamente realista, pero que presenta, de forma alegorizada, unas situaciones que sirven para diagnosticar algo que entonces estaba latente y que no ha dejado de avanzar".

¿Y qué es lo que hace reír de la obra de Kafka? "Lo mismo que hace llorar, puesto que la risa y el llanto son las dos expresiones extremas y externas ante la intensidad emocional que puede despertar una obra de arte", responde D'Ors. "Reímos y lloramos leyendo a Kafka porque sus historias dan con universales del ser humano. Porque nos reconocemos. Porque no nos gusta reconocernos, pero no nos queda más remedio. Porque sus libros nos ponen un espejo delante y descubrimos en su lectura el horror y la belleza de la verdad". 

lunes, 17 de agosto de 2015

"De vacaciones por la España negra" por Álvaro Corazón Rural

Pero esta suciedad hay que perdonarla; vale más taparse la nariz y seguir adelante, porque gracias a la falta de cuidado se piensa poco en demoler, menos en modernizar y jamás en restaurar; todo tiene cierta poesía para el artista: torrecillas truncadas, losas gastadas, goznes torcidos, la vejez en todo reinando siempre. (Darío de Regoyos, 1899)
La imagen estereotipada que se tiene de nuestro país ha cambiado notablemente con los años. A grandes rasgos, podríamos decir que por un lado tenemos la percepción a la alemana, la que considera que somos unos vagos, que no damos un palo al agua, que no trabajamos. Y por otro a la británica, que entiende que estamos todo el día de fiesta. Guitarra, palmas. Cachondeo, cubata, chiringuito y chupaíta al cristal.
La réplica a la escuela alemana es bastante fácil. Solo hay que llevar al que piense así a uno de los lugares donde más se trabaja en España, por ejemplo a Andalucía, y poner al caballero a recoger aceitunas. Sencillo.
Y al pensamiento británico, qué sé yo. Es cierto que sirve para que los chavales de ese país que nos visitan se tiren por la ventana del hotel a la piscina, en plan de fiesta, y se queden tetrapléjicos. O para que una joven entre en una disco y, en plan de fiesta, a cambio de una copa se ponga en mitad de la pista a chupar la polla a los presentes que tengan los problemas sexuales más profundos y oscuros como para ofrecerse voluntarios.
Pues hombre, no es nuestra cultura. Es verdad. Había una tira de Ata en el TMEO hace años que contaba que un amigo del dibujante, cuando estaba en la disco a determinadas horas, solía romper a gritar «Gratis, gratis, quién le quiere chupar la polla a un borracho gratis». En España nunca se ofrecía nada a cambio, solo amor del bueno, al contrario que esa copa de los británicos. Pero no debemos ponernos tiquismiquis con el choque de civilizaciones. Para una vez que los ingleses salen de sus islas para denigrarse a sí mismos en lugar de a los aborígenes pertinentes ¿vamos a poner el grito en el cielo? Estamos hablando del milagro fiestero español. Un hito en la historia.
Pero vamos, todo esto sería sin hilar fino, repasando lo que hay con brocha gorda, porque lo que comentaremos en esta entrega de «Busco en la basura algo mejor» es que antes estos estereotipos no eran así; antes no éramos vagos y festivos. Ciento y pico años atrás nos veían como todo lo contrario, como amigos de la muerte, enamorados de la oscuridad. Para los europeos con estudios éramos un país tétrico y de gentes macabras. Algo similar al estereotipo del México profundo que ya huele en el cine, pero a lo decimonónico. Es decir, a lo bestia.
De ello da fe el libro que nos ocupa, España Negra, donde el pintor asturiano Darío de Regoyos describe sus viajes por España a finales del siglo XIX con un turista belga, el poeta Émile Verhaeren. Visto con la mentalidad actual, se trata de un excepcional folleto para ahuyentar el turismo de por vida.
No obstante, Verhaeren era un turista. Uno de muchos europeos de aquel tiempo, europeos extravagantes y modernos, que se consideraban «españolistas» en plan hipster. Como cita Pío Baroja en el prólogo de la obra:
Contaba Darío su vida en Bruselas con mucha gracia, y las aventuras de un amigo belga, españolista, que por su entusiasmo por España iba con la capa y guitarra por la calle y decidió dejar su nombre flamenco y llamarse desde entonces don Alonso Fernández de las Castradas…
Los tipos estaban enamorados de la peor versión de España. De la superstición, del fanatismo religioso, del subdesarrollo. Y sintiendo la llamada de la oscuridad, como Verhaeren, venían a recorrer nuestro país. Regoyos, en este caso, ejerció de cicerone.
Una familia gitana en Granada, 1901. Fotografía: Library of Congress (DP).
Baroja explica al principio que Regoyos no era un hombre convencional. Cuando se compraba un traje, cuenta, se tiraba al suelo y se movía frenéticamente, como con espasmos. Al cabo de un rato retorciéndose se levantaba y, con el traje arrugado, decía: ¡ahora sí está bien! Era porque consideraba que la ropa debía adaptarse a él y no al revés. Un shock para todos los que asistían al baile. Aunque ahora podríamos considerarlo como un precursor del chándal.
Además, también señala don Pío que el pintor tenía cierta inclinación a retratar al óleo cadáveres de personas y animales, pero reconocía, riendo como un loco, que se debía a sus épocas neurasténicas.
Era un elemento este pintor asturiano, sí, pero tenía la cabeza bien amueblada. En la primera página del diario de viajes ya empieza citando involuntariamente al Facebook y lo patéticos que somos todos hoy en día con la obsesión por el turismo.
¡Oh, notarios, dentistas, fabricantes de biberones o jeringas que forzosamente necesitáis descansar vuestras posaderas en asientos bien mullidos y tener los platos emperejilados! Ellos y los ferrocarriles han vulgarizado la pasión de los viajes. Ahora son estos lujos que se paga uno en cumplimiento de la promesa que se hizo a la mujer o a los niños si son buenos. Del delicioso sueño que antes era ir a la ventura en busca de lo desconocido se ha hecho hoy una distracción metódica, uniformada para libro de memorias.
Ellos prepararon su viaje por España en los peores carromatos y diligencias. Pensaban dormir al raso si fuese preciso. Todo por la autenticidad.
El trayecto por lo que obsesionaba al poeta belga, la España negra, empezaba en el País Vasco. Recorrieron sus aldeas «construidas como a bofetadas contra las laderas de la costa». Alucinaron con las viejas «que parecía que habían asistido a la agonía de Cristo». Se colaban en los funerales y escuchaban los cantos de los fieles, que duraban horas, como un mantra con un órgano desacompasado. En los campanarios de Guipuzcoa se tocaba a muerto, pero se daban también cinco campanadas en la agonía. ¿Es necesario? Se preguntaba el pintor. Eso solo podía ocurrir en un país amigo de la muerte, se lamentaba.
Vieron también alguna procesión y Regoyos admiraba la talla grosera y desproporcionada de las imágenes «expresión torpe, pero qué penetrante», puesto que en España entonces empezaban a entrar esculturas modernas francesas, «insípidas imágenes de confitería», se quejaba.
Después se fueron a ver una corrida de toros a cuyo término todos los asistentes se dirigían al bosque a continuar la fiesta presenciando bailes antiguos eúskaros.
Que las fiestas vascongadas tienen un carácter tétrico por mucha alegría que les quiera dar. La dominante negra en los trajes, la seriedad en los bailes y cantos, el paisaje y aquel cortejo de alcaldes y curas presenciando los bailes como un duelo.
El baile de los domingos, que se suponía más alegre, asombró aún más al belga. Las mujeres donostiarras bailaban sin hombres. Decía que eso causaría risa en Flandes. Regoyos le explicó que era peor la Semana Santa vasca. Ahí sí que se respiraba tristeza. El no creyente no tenía dónde meterse en esas fechas. En los bares cerraban el piano y encima de las mesas de billar se ponían los tacos formando una cruz con las bolas en los sitios donde le pusieron los clavos a Cristo. Aviso a navegantes para que a nadie le diera por jugar, por disfrutar de algo, en Semana Santa.
Tras asistir a una procesión en San Juan de Gaztelugatxe en la que las personas les parecieron hormigas, decidieron coger una diligencia en San Sebastián para ir hasta Pamplona. El viaje lo hicieron con un gitano que fascinó a Verhaeren. Era un sacamantecas, un muy bello oficio.
Antiguamente, en las corridas de toros los caballos no llevaban peto. En la suerte de varas, lo corriente era que el toro los destripase. El ruedo todo lleno de intestinos empanados en albero, eso era arte y no lo de ahora.
Una corrida de todos en Sevilla, 1902. Fotografía: Underwood & Underwood / Library of Congress (DP).
Después de la masacre, este gitano iba a sacarle la grasa a los caballos, un producto muy valioso. Y por eso viajaba de fiesta en fiesta. De hecho, al poeta y el pintor no les extrañó cuando se lo encontraron en primera línea de la plaza de toros de Pamplona gritándole a la presidencia: ¡más caballos! ¡más caballos!
Y mientras tanto, el turista encantado:
Creí que el belga se asustaría como la mayor parte de los extranjeros; pero, muy al contrario, se ponía loco de entusiasmo, diciendo que eso era lo hermoso de las corridas; aplaudía más a los picadores vencidos por el toro y al jamelgo ensartado, que a una buena pica quedando el caballo sano y salvo. Su placer era la parte cruel de la fiesta: la sangre y los caballos patas arriba.
Muy bonito de ver. Por eso, después de la corrida, se fueron a echarle un ojo a los caballos muertos en un descampado:
Los chicos daban patadas o tiraban de la cola a los muertos del montón por ver si se levantaba algún penco, cerciorarse bien si no había alguno vivo; otros apretaban las heridas para hacer salir la sangre.
—Cosas de chicos —le dije.
Y Verhaeren añadía: Cosas de España.
Pasaron la noche con los gitanos. A su campamento acudían los soldados andaluces que estaban haciendo la mili en Navarra para bailar y cantar, «para hacerse más la ilusión de que estaban en su país». Sin embargo, el gitano sacamantecas cuando se puso a cantar coplas en el corro todas hablaban de la muerte.
También asistieron a los Sanfermines, y Regoyos explicó que los naturales iban cada año con el mismo entusiasmo. «Para esto se necesita únicamente ser pamplonés», le explicó a su amigo.
La siguiente visita fue al cementerio de Zaragoza y sus lápidas con azulejos «tóscamente coloreados». Desde allí, cogieron un tren para Sigüenza. El compañero de vagón era un ciego, Verhaeven apuntó que en ningún país los había visto «de tan hermosa tristeza».
Castilla le pareció al turista como otro planeta. Regoyos siguió ejerciendo de guía, le contó:
La diferencia de líneas entre la distinguida raza vasca y la castellana es tan grande hasta en los mendigos que sabría uno diferenciarlos desnudos. Una vieja vimos en la que se reflejaban las miserias del país seco, de cerros pelados; en su cara pajiza y descompuesta se veían los colores de aquellos desiertos y las huellas de la vida de sufrimientos en tan duro clima. Sus arrugas conservaban la misma contracción sin duda de muchos años como sujeta por un resorte de tanto guiñar los ojos, luchando contra la luz fuerte; ese visaje que queda fijo en la gente que vive al sol, envejeciéndola antes de tiempo.
(…)
Vivir en las ciudades castellanas de ruinas es vivir en lo muerto, aunque sea una ruina con cielo azul.
Un pueblo desvencijado cayéndose a pedazos, sentenciaron sin más sobre Sigüenza. Cuando veía a alguien a caballo se lo imaginaban fácilmente con casco y espada. Y al llegar a Madrid, pensaron que todo era lo mismo, pero en pueblo grande. Decidieronn volver a ir a los toros, pero encontraron que por las calles los chulapos publicitaban un evento mucho más interesante, un criminal iba a ser ajusticiado con el garrote. «¡A dos reales al patíbulo!», gritaban para vender butacas.
En la capital el belga alcanzó el éxtasis. Las funerarias, lejos de estar escondidas discretamente de la atención del público, exponían sus productos a la vista de todos. Fue el punto culminante de su viaje, una funeraria con escaparte. Desgraciadamente, no pudo entrar al «pudridero de reyes», en el monasterio del Escorial.
1
Lavanderas en el Puente de Toledo de Madrid, 1908. Fotografía: Underwood & Underwood / Library of Congress (DP).
De vuelta a su país, Verhaeren escribió emocionado que era necesario llevar gafas de vidrio color rosa para ver España en tonos alegres. Apoyó el texto en una serie de coplas que robó a los soldados andaluces en Pamplona. Ahí van las tres más refrescantes de la recopilación:
Yo quisiera ser el nicho
donde te van a enterrar
para tenerte en mis brazos
toíta una eternidad.
En el carro de los muertos
la vi de lejos venir
llevaba una mano fuera
por eso la conocí.
En un cementerio entré
pisé un hueso y dio un quejío
no me aprietes con el pie
que soy tu madre, hijo mío.
Regoyos se quedó bastante contrariado con esta aventura. Vio al poeta partir más triste de lo que había llegado, pero feliz por estar triste, explicaba entusiasmado que a eso venía a España. El pintor asturiano esperaba que el sol del país le hubiese alegrado el espíritu, pero el belga dijo al partir: «Por lo mismo que es triste, España es hermosa».
No obstante, pasaron los días y Regoyos siguió pensando en su extraño amigo. En el porqué de su pasión por lo siniestro de España. Una procesión, esta vez en La Rioja, acabó con sus dudas. Un pintor riojano, Paternina, se lo reveló como un secreto. «Hay una cofradía de disciplinares que se azota cruelmente, hasta correr la sangre, hiriéndose la piel con vidrios rotos. En pleno siglo XIX , casi en el XX, sucede esto». Fue para allá porque le costaba creerlo.
Era la Semana Santa en San Vicente de la Sonsierra, cerca de Haro. Hay que añadir, echen un vistazo al Google, que esa aberrante costumbre aún se mantiene. Esta vez, en pleno siglo XXI. A Regoyos le costaba creer que la gente se azotase a sí misma, en un cuadro de Goya había visto que antaño cada disciplinante golpeaba a un compañero, pero aquí no era solo eso.
El llamado padrino, un viejo con cara de Nerón, termina aquel terrible castigo haciendo brotar la sangre agolpada en las doloridas espaldas amoratadas a fuerza de zurriagazos, con un instrumento que pone los pelos de punta, una bola del tamaño de las de billar, hecha de cera y que contiene unos pedazos grandes de vidrios rotos, salientes y cortantes. De esta bola llamada «esponja» me dieron un ejemplar, y la operación o sangría la llaman picar; así tan en crudo; lo mismo que en las plazas se pican toros, en aquel pueblo se pican los hombres.
Lo irónico del tema es que los hombres que pasaban por este tormento voluntario luego eran un buen partido para las mujeres y considerado un valiente entre los hombres. Le contaron que un gobernador mandó en una ocasión a la guardia civil para impedir que la gente se castigara de esa forma, pero no lograron nada, porque se fueron todos a su casa y allí encerrados se zurraron lo mismo, todavía con más ganas. «Desde entonces no insistió el señor gobernador en ser caritativo».
Regoyos descubrió que cada año repetían el juego cada vez más motivados. El castigo era adictivo. Y si alguien se ponía enfermo en invierno, la curiosa sabiduría popular del lugar lo achacaba a que no se había golpeado lo suficientemente fuerte.
Se disiparon todas sus dudas. Concluyó la obra en mayúsculas con un «ESPAÑA ES NEGRA». Y como publicó el libro tras el desastre del 98, añadió: «Y si el poeta nos visitara ahora, nos encontraría a todos más muertos».
Niños de la calle en Madrid en 1896. Fotografía: Alfred S. Campbell / Library of Congress (DP).