Estoy tomando una copa en el Kiosko de las Flores. Enfrente, la Torre del Oro y el Guadalquivir, río para mí tan mítico como el Leteo. Por el Arenal he llevado de la mano a Lope y Cervantes. Y en los ochenta comprábamos costo en sus puentes. Ahora espera tranquilo los viajes anodinos de los cruceros, lejos del trajín delincuente del Siglo de Oro y del XX. También ahora surcan su curso traineras conducidas por remeros musculados, embutidos en trajes de neopreno. El sosiego de este rincón trianero contrasta con las imaginaciones y los recuerdos confusos de mi destartalada cabeza. Sale un crucero. Creo que no va a las Indias y está prohibido fumar en sus dependencias. La Torre del Oro es mucho más firme que la de Pisa, pero cuando se refleja en el río, se deshace y contorsiona como la traicionera memoria.
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viernes, 10 de enero de 2025
La Torre del Oro
Machado y la lírica
Cuando leo los poemas de Antonio Machado dedicados a su esposa, no me duele su dolor, sino el mío, revivido a partir de la remembranza de Leonor en los estremecedores versos. En cierta forma, es una emoción espúrea, porque no nace de que el otro me dé pena, sino de que yo mismo me la doy por encontrarme en una situación similar a la de Machado en Soria. Es posible que la poesía auténtica consista en esto: en despertar los monstruos latentes del alma, los que te resquebrajan y te identifican con las pasiones y vivencias más desgarradoras. Todos somos polvo.
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