lunes, 16 de diciembre de 2024

Fuera de temporada


 

Deliciosa película Fuera de temporada. Otra historia de amor, otra. Al leer la sinopsis, no me atraía en absoluto, no sé por qué la he visto. Una historia sencilla, trabajada con una delicadeza extraordinaria. Todas las historias de amor son iguales (como las familias ricas de Tolstoi), salvo las que introducen las pausas y el sentido del humor necesarios para que exploten y nos alcance su onda expansiva. Sí, todas las historias de amor son iguales, salvo las de los verdaderos desgraciados que encuentran la espoleta y la activan, de quienes el tiempo se ríe a reventar. Esas historias son las que nos conmueven, las que nos agitan, las que nos deshacen. A pesar de que todas sean iguales, esas parecen distintas porque las hacemos nuestras. 

La película acaba con una frase maravillosa: "Prométeme que no volverás aquí". Voy a reservar un spa. Por cierto, esa actriz, Alba Rohrwacher (he tenido que mirar Google tres veces para escribir su apellido), me acongoja. 

domingo, 8 de diciembre de 2024

Alabanza de corte

 El primer piso del instituto más antiguo de Albacete, ahí está mi aula. Alumnos de un nivel desconocido para mí hasta ahora: motivados, interesados, aplicados, con referentes culturales... Y no solo unos cuantos, sino la amplia mayoría. Entrar en una clase de 2º de bachillerato en este centro es descubrir una especie de realidad paralela. No es que yo no me recuerde igual cuando estaba en el mismo nivel educativo que ellos, es que se nos consideraría -taxonómicamente hablando- como razas distintas, si atendemos a los intereses y preocupaciones de la mayoría de este alumnado. 

He estado en otros centros (todos rurales), me he encontrado con chicas brillantes, claro que sí, pero por norma general su hábitat quedaba tan lejos del mío que he hecho esfuerzos ímprobos por inculcarles un poco de cultura general. No sé si tendrá que ver con la distancia de lo urbano frente a lo rural, que yo creía casi extinguida; o de la clase social a la que pertenecen estos muchachos..., no sé, pero me encuentro con gente educada, interesada por la pintura, por la literatura, por la educación, por el teatro, por el cine, por la música... qué sé yo. No sé si esto es una isla en medio de la idiocia o no, no lo sé. Pero estoy disfrutando en mis últimos años como docente de una sensación que no había gozado hasta ahora. Se me escucha mayoritariamente, y no solo eso, se me escucha y dialogo con ellos porque les interesan los temas de los que hablamos; y no solo eso, también tienen asideros sólidos y de alta cultura en los que sustentan sus conversaciones. No puedo desaprovechar esta oportunidad. 

Y, por otra parte, pienso, si todos gozáramos de la bonanza social que rodea a estos chicos, si todos disfrutáramos de un acceso fácil y habitual a la cultura, si todos tuviéramos la posibilidad de interesarnos por las variadas opciones de ocio que ofrece una ciudad (aunque sea pequeña), ¿no seríamos todos mejores seres humanos?, ¿no participaríamos todos de esta sensación que proporciona sacarle jugo a la inteligencia? Ahora veo mucho más claro un libro de Thomas Bernhard, del que he sacado muchos fragmentos para el comentario de textos, donde se expone un menosprecio de aldea y alabanza de corte, que yo creía desmesurado; pero constato ahora que no, que incluso se queda corto.

 Al profundizar en los comportamientos de los chicos de pueblo (yo mismo lo era), observo que sus impulsos, sus intereses y sus hábitos están marcados totalmente por las convenciones locales, en la mayoría de los casos impuestas por la Iglesia o por unas tradiciones, como poco, chocantes. La familiaridad con el cosmopolitismo, los libros, el arte, la música, el teatro, el cine, la cultura entendida en su más alta expresión, no es algo habitual en el entorno rural, sino, por regla general, extravagancias de algún concejal moderno, al que se le suele echar pronto del cargo.           

sábado, 7 de diciembre de 2024

Viaje a Oporto: primera escala, Salamanca y la literatura


 

La última vez que estuve en Salamanca, murió Juan Pablo II. Y diréis (o no), ¿por qué recuerdo este dato tan alejado de alguien tan poco católico como yo? Pues no lo sé. Bueno, sí, porque recibimos la noticia en un kebab. ¿Veremos a Sara Mago? En Salamanca, no; pero en Oporto es posible. El problema es que no me acuerdo de su cara en estos momentos, solo veo a Esperanza Aguirre citándola. ¡Qué riqueza la de guardar referentes culturales en la memoria!, ¡qué placer, visitar otros países y reconocerlos por su tradición literaria! 

La llegada al hotel de Salamanca es apoteósica. Un billete huérfano de 20 euros nos da la bienvenida. Es la primera señal. El oro de los Reyes Magos. Salamanca está tomada a finales de noviembre, como tantas otras ciudades españolas, por los amantes de las luces de Navidad. A pesar de la marabunta, la Plaza Mayor y el café Novelty nos ofrecen aún el placer de saborear el pasado barroco y modernista en todo su esplendor. Nos hacemos (cómo no), una foto con el bronce de Gonzalo Torrente Ballester, embalsamado sobre las sillas del café, con esa mirada perdida del medio ciego, entre gozos y sombras. Un señor desconocido se ha colado en nuestra foto, pero gracias a la habilidad de la fotógrafa, con buen criterio, sustituimos su careto por el de Carlos Areces (ver imagen). La muchedumbre atesta las calles empedradas de la ciudad universitaria. Todo sea por el Black Friday y las luminarias. Cuando se ha estado más de una vez en una ciudad, uno intenta volver a los lugares emblemáticos que dejaron buen gusto en el paladar, pero ninguno de nosotros tres (gente de bien, aunque de confusa memoria) tenemos los recuerdos muy nítidos. Aun así conseguimos ver la iglesia sobre la que se levanta Zara (qué simbología perversa tiene todo esto) y tomar unos refrescos en el bar "Niebla" (con decoración digna de una buena exposición de fotografía erótica antigua). Nos reciben con vasos de agua, algo no muy prometedor. La turbamulta, pese al GPS, nos retrasa y llegamos justos al punto de encuentro. Una de las alumnas, además de a "Niebla", y a Unamuno ha localizado referencias de la Pardo Bazán: "¡Sí, sí, Ópticas Ulloa", dice entusiasmada, convencida del hallazgo literario, "la de los Pazos". Como decía al principio, siempre es gloria poseer referentes culturales y reconocerlos. 

Por la noche, otra ruta de senderismo hasta el centro. La excursión merece la pena: "El Puerto de Chus", taberna curiosa, plagada de estudiantes. Comprobamos que el Black Friday (el bueno, el auténtico) se aplica en los cubos de tercios. Mientras tanto, en el hotel, se celebran las insustituibles cenas de Navidad: una despedida de soltera, una jubilación y una sociedad de divorciados. Jolgorio y trato social siempre sanos, si exceptuamos el espectáculo de dos enanos vestidos de jeques a hombros de dos divorciados. Recordé entonces ese siglo XVII burlón y cruel con los distintos, ese tinte antediluviano de nuestra tradicional idiosincracia del mal gusto. Quevedo lo habría pasado bien en esta cena. 

Comienzo esperanzador, mañana más, pero sin enanos. Salamanca nunca defrauda, ni siquiera en Black Friday. Nosotros, por suerte, sabemos reírnos con otros divertimentos.