Ayer volví a disfrutar de la comedia pura como del baño en el río cuando era niño. El escenario, inevitable, el Corral de Comedias de Almagro. La temperatura, inusual, por estos lares manchegos de canícula bochornosa. Algunos abanicos, pero prescindibles. Y sobre el escenario, una compañía portuguesa que no conocía, Chapitó, ya soy su rendido admirador. Estos sí han conseguido resucitar la comedia del arte, el entremés, los sainetes y el espectáculo de payasos, todo en uno. Solo tres actores: un clon de Benigni, un histrión descacharrante y una chica con una vis cómica esplendorosa. La obra, Julio César, en versión descompuesta y desternillante. La escenografía, inexistente, no hace falta y el vestuario, espectacular: unos guantes plateados, unos bigotes, papel de plata y un rollo de papel brillante rojo. La base de la actuación es la mímica, aunque el texto ayuda y mucho a partirse la caja desde el principio hasta el final. Hacen una deconstrucción de la historia del primer emperador romano digna de los mejores cómicos. Todo suena a chufla, todo es una burla constante: se ríen de la historia, de la gravedad de la literatura, de los mitos, de la posteridad. Y lo mejor es que arrastran en su disparate a todos los espectadores, entregados incondicionalmente al espectáculo humorístico. Los Chapitó, con su dulce tono portugués, nos dan las claves de varios enigmas históricos: cómo murió Craso, quién le cortó la cabeza a Pompeyo, por qué Marco Antonio se llama Marco Antonio, cuál fue la reacción de Calpurnia ante los excesos de su marido, por qué a Cleopatra le quedaba tan bien el biquini, por qué se rebela el senado contra César y cuál es el significado de la palabra "perpetuo".
El final, apoteósico, un Julio César alto, desgarbado, sudado hasta la rabadilla, tras cruzar el Rubicón entre las risas incontenibles del público, es asesinado por algunos senadores, después de que suene la flauta de pan del afilador. El rollo de papel brillante rojo es la sangre de Julio, que riega toda Roma y nos hace reventar de risa otra vez. Uno sale de los pasillos estrechos del corral con el pecho abierto, con el ánimo recuperado y con la sensación de que las penas con risas son menos, casi nada. "¡Ave, César!", gritamos todos los que asistimos al espectáculo, pletóricos de buen humor y agradecidos a los cómicos. Hasta el clima en la noche almagreña se ha vuelto amable. "¡Ave, Chapitó!, los que has resucitado te saludan".
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