En La corte de los milagros, Valle-Inclán, a través de un diálogo de jaques, desarrolla una argumentación muy acertada sobre por qué deben hacer la revolución los pobres. Y, aunque la novela es de 1927, se podrían emplear en la actualidad los mismos argumentos:
—Yo he rodado por todos los cortijos de esta tierra, y en todos ellos roban al trabajador, que deja la vida en los campos y no come. (...)
—El mundo está muy descompuesto, y hay que arreglarlo. ¡Unos tanto y otros tan poco, no está bien!
—¿Qué méritos pone el que hereda?
—Ser hijo de su padre.
—¡Y muchas veces no serlo!
—Un mundo bien gobernado no permitiría herencias. Allí todos a ganarse la vida, cada cual en su industria. ¡Ya subirían los despiertos! Dende que se acabase la herencia, se acababan las injusticias del mundo. Y como el dinero agencia el gobernar, los ricos que truenan en lo alto, todo lo amañan mirando su provecho, y hacen de la ley un cuchillo contra nosotros y una ciudadela para su defensa. ¡Si a los ricos no les alcanza nunca el escarmiento, por fuerza tienen que ser más delincuentes que nosotros! ¡Con la salvaguardia de su riqueza se arriesgan adonde nosotros no podemos! (...)
—Se puede robar un monte y no se puede robar un pan. ¡Eso es la España! (...)
—¿Eso es justicia? La extrañeza es que, siendo tantos los castigados por la falsedad de las leyes, no se junten y hagan valer su fuero. (...)
—Si yo tuviese cincuenta hombres que me siguieran, veríais la iguala que hacía, y entonces, el que trabajara que comiera. ¡Y cuántos ricos inútiles iban a jamar maroma!
(...)
—¿Es justicia que un hombre, cuando se estropea para el trabajo, no tenga otro amparo que la muerte?¡Con menos que la horca no pagan los que fomentan tanta desigualdad como hoy impera!
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