El capitalismo, amigos, siempre el capitalismo. No sabemos cómo va a ser el curso que viene. No sabemos ni siquiera si vamos a tener alumnos. Las autoridades no saben cómo afrontar el problema de meter 30 o 40 adolescentes en una clase, porque las medidas sanitarias lo prohíben taxativamente. Se recomienda un máximo de 15 por aula y las administraciones se están quebrando la cabeza porque se les ha privado de la potestad de hacinarnos.
Desde hace mucho tiempo, los docentes reclamamos unas ratios razonables para que el sistema de enseñanza tenga éxito, para que se logren los objetivos que, con tanta burocracia, nos instan a cumplir sin excusas. No, no es lo mismo recluir seis horas al día a quince chicos de 14 años en un espacio reducido que a 30 o 40. Lo hemos reclamado de todas las formas posibles, pero siempre aparece la misma excusa, "no hay dinero para contratar a más profesorado, no hay dinero". Habría que invitar (lo hemos hecho) a esos que gestionan el "dinero" a ver el desarrollo diario de una clase de 2º de ESO o de FP Básica con más de 25 alumnos. Con esa edad, en la que siempre se incluyen alumnos con especial conflictividad social o familiar (tres o cuatro mínimo), no se puede esperar que aprendan mucho, ni siquiera se puede pretender que se los atienda con el mimo que merecen. Ahora, las urgencias sanitarias obligan a prever una reducción drástica del número de alumnos por clase, y se desnucan buscando una fórmula que no suponga contratar a más profesorado. Me espero lo peor.
En esta sociedad capitalista, la escuela, el instituto y hasta la universidad, se han convertido en almacenes de niños y jóvenes que permitan desarrollar la actividad económica de sus padres. Se les adoctrina en esas mismas pautas del emprendimiento y del consumo y se les saca al mundo laboral para que sean partícipes de este régimen alienado y deshumanizado. El instituto sirve para mantener a la rebeldía adolescente estabulada mientras los padres cumplimos horarios estrictos de adocenamiento. Al poder no le importa la educación y menos una educación que nos haga conscientes de nuestra situación. En esta sociedad todo tiene un valor y la educación no lo tiene tan alto como para sufragar los gastos de unas aulas racionales en cuanto a número de alumnado. Si se puede ahorrar un sueldo de profesor metiendo 10 alumnos más en clase, se hace, porque en realidad el instituto es un almacén de adolescentes, no un organismo donde se generen espíritus críticos.
Las administraciones educativas están nerviosas porque las administraciones sanitarias les van a obligar a hacer algo que por higiene social se debería haber hecho hace muchos años y que las administraciones económicas han vetado sin descanso. Y no les quepa duda de que se van a quebrar la cabeza para no dedicar más dinero a la educación. Y no les quepa duda de que nos van a sorprender con medidas que nos sacarán de quicio y que poco aportarán a la mejora de la enseñanza (y si no, al tiempo). Porque la inercia hacia la idiocia es imprescindible para formar clientes que no se cuestionen su forma de vida.
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