sábado, 3 de septiembre de 2016

"Para ser feliz cuéntate buenas historias" por Kiko Llaneras


¿Alguna vez has sido feliz en un espejismo? Imagina que te enamoras y durante meses solo experimentas instantes felices. Entonces descubres la trampa: tu amante era un actor a sueldo de una conspiración. De golpe te sentirás desgraciado. Pero ¿se ha esfumado la felicidad que ya experimentaste? ¿Es menos real ahora? No puede serlo. Puedes maldecirte, arrepentirte y hasta alterar tus recuerdos, pero la felicidad experimentada no puede deshacerse.
Este espejismo ilustra una paradoja que todos llevamos dentro: no es igual experimentar instantes felices que sentirte feliz al pensar tu vida.
Para explicar esta confusión el premio nobel Daniel Kahneman dice que nos habitan dos yoes diferentes (Science 2004Nature 2006). El primero es el «yo que tiene experiencias». Es la parte de ti que vive en el presente, sintiendo dolor y placer en instantes sucesivos. Desconoce el pasado y no piensa en el futuro; vive fugazmente. Tú otro yo es el «yo que recuerda». Es la parte de ti que tiene memoria y juzga las cosas. La que responderá si te pregunto qué tal lo pasaste ayer o cómo te sientes últimamente.
La paradoja es que cada yo es feliz a su manera.
Puedo preguntarle a tu «yo que tiene experiencias» si se siente feliz ahora. Y si le pregunto periódicamente puedo saber cómo de felices han sido los sucesivos instantes de tu vida. ¿Cuántos momentos felices has experimentado? Ojalá que muchos.
Pero si interrogo al «yo que recuerda» la pregunta es distinta. A él puedes pedirle un juicio general de tu bienestar: ¿cómo de satisfecho estás con tu vida cuando piensas en ella? El «yo que recuerda» puede responder porque conoce la historia de tu vida. De hecho, es él quien la escribe. Lo hace sobre la marcha y no es fiel a los hechos: miente, altera tus recuerdos e ignora la mayor parte de tus experiencias. (Puede pasar, por ejemplo, que este año hayas disfrutado mucho viendo series y tu «yo que recuerda» anote un triste: vi muchas series). Pero lo que escribe importa, porque cuando reflexiones sobre tu vida o te preguntes si eres feliz, las respuestas brotarán de su relato.

Felices experiencias / felices memorias
Se nos plantea así un dilema: tenemos que escoger entre vivir para encadenar instantes felices o vivir para sentirnos satisfechos —¡y felices!— al rememorar nuestra vida.
Pondré un ejemplo. Es probable que uno experimente más felicidad quedándose en casa muchas noches. Es un sitio confortable y uno puede dedicarse a leer o ver películas bien acompañado. Y sin embargo, hay algo en esa felicidad monótona que rechazamos. Pero ¿quién la rechaza exactamente? No el «yo que tiene experiencias»: él sería feliz haciendo siempre lo mismo y ni siquiera notaría la repetición. No. Quien rechaza la monotonía es el «yo que recuerda», porque es un narrador y las buenas historias exigen acción.
Así las cosas, el «yo que recuerda» hace las veces de tirano: él tomas tus decisiones… y las consecuencias las experimenta tu otro yo. Para demostrarlo, Kahneman plantea un juego mental. Imagina que escoges el destino de tus próximas vacaciones. Piénsalo y decide un lugar. Ahora imagina que sabes que al final de esas vacaciones se destruirán las fotos y te administrarán una droga amnésica de modo que no recordarás nada. Las vacaciones serán solo una experiencia y ningún recuerdo. ¿Elegirías el mismo destino ahora? No te extrañes si tu «yo que tiene experiencias» elige la playa antes que hacer trekking por el sudeste asiático.

Para sentirte satisfecho con tu vida, tomas decisiones que no hacen que experimentes más placer, alegría ni felicidad. La tiranía del «yo que recuerda» consiste en que actuarás pensando no en las experiencias sino en su recuerdo y el relato alrededor.
Y eso explica muchas cosas.
Explica que no me guste escribir, sino haber escrito.
Y explica que corramos maratones: porque la experiencia es una mierda pero el recuerdo compensa. (Y si has corrido una maratón y crees que me equivoco, reconoce que no puedes saberlo porque en tu cabeza no está la experiencia sino el recuerdo.)
Explica también que existan los perseguidores de historias. Como aquel amigo que decidió arrepentirse siempre por hacer y nunca por no hacer. ¿Sabéis esas noches que dudas si pedir otra copa? La pide siempre. ¿Y cuando quieres decirle a una chica «vamos fuera»? Él ya está con ella de la mano. Como resultado, mi amigo comete grandes errores, hace mucho el ridículo y se pierde en Elche. Pero también acumula historias asombrosas.
La tiranía de la memoria nos empuja a buscar nuevas historias y explica que algunas parejas rompan sin motivo aparente.
Explica también a Sarah Bernhardt, en la versión de Julian Barnes, que rechazó casarse para experimentar mucho y luego rememorarlo: «Estoy hecha para la sensación, para el placer, para el momento. Busco continuamente sensaciones y emociones nuevas. Mi corazón desea más excitación de la que nadie, ninguna persona, puede darme».
Y explica esta frase de Ferlosio que debo a El guardián: «Mundo feliz aquel en que los niños no entendiesen ni aun remotamente la pregunta: Y tú, ¿qué quieres ser de mayor?».

* * *

Si ahora volvéis a la historia del principio, veréis la paradoja resuelta: descubrir que tu amante es un impostor no destruye la felicidad que ya experimentaste, pero destruye el relato y por eso duele y por eso importa.
Importa y duele porque vivimos al servicio del «yo que recuerda».

Confieso que esa tiranía me parece poco grave. No me importa vivir al servicio de esa parte de mí que lleva un diario y luego decide si estoy satisfecho. Quizás porque me gustan las historias o porque ese otro yo que tiene experiencias me parece líquido y de segunda clase. Solo una duda me corroe: quizás la tiranía del «yo que recuerda» me parece poco grave porque quien escribe y piensa estás líneas es el propio tirano.

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