CUADRO SEGUNDO
“UN OBISPO, NEGROS Y ELEFANTES”
A lo lejos barritan los prelados
(Con aires de Valle)
(Bajan la escalera metálica del avión el Rey Campechano y su corte de mascotas y duendes. Estira la pierna con gañidos de rodamientos poco engrasados. Un golpe de cálido viento le seca la gota que dejara la eslava en el pantalón de bonito. En el suelo del aeropuerto unos niños negros con chaqueta de marinero y taparrabos bailan una danza mandinga; las niñas muestran sus senos florecientes y cubren sus bajos con moaré pomposo de blanco impoluto hasta los tobillos. El rey sonríe con diente de plástico y caen tres fundas a los pies del secretario, quien las recoge con asco. A los negritos los acompañan negros granados y encorbatados, también un obispo que se ha recogido el bonete con un barbuquejo en sobrasada de carrillos).
EL REY MANDINGA: (Besa la mano del monarca hispano) Bienhallado sea su señoría.
EL REY CAMPECHANO: Que el dios oscuro os guarde muchos años.
EL OBISPO: (Al oído del monarca) Por suerte al dios negro le dimos baños,
levantamos iglesias con lejía.
EL REY CAMPECHANO: ¿Y estas negritas bailongas y sueltas?
¿Y estos negritos de badajo tierno?
EL OBISPO: Toman la comunión en pleno invierno
y lo agasajan con bailes y vueltas.
No están aún domados estos muchachos.
Les aprieta el traje en los genitales,
se lo quitan, son pecados veniales.
Es difícil sujetarles los machos.
Las hembras están vivas y trotonas,
ellos siempre empalmados, bien enhiestos.
(Observa el Rey el bamboleo de los senos, con la baba en el vértice del labio. Se sofoca y sonroja con el dolor del sol en lo alto de la gorra de plato. Su Secretario y la eslava ven volar el bonete del obispo al estallarle el barbuquejo. Se suelta la sobrasada de los mofletes y corre con los muslos pegados dos o tres metros. Una negrita le acerca el bonete a Su Eminencia).
TODOS LOS PRESENTES: (Fuerzan su castellano) ¡Viva el Rey Mandinga y el Campechano!
(Dos negritos y dos negritas le ofrecen una pamela, bizcocho merengue y leche de búfala para que moje sopas. Así la amistad de los dos pueblos quedará sellada. Traga el Rey el mejunje y escupe con toses la argamasa. El obispo se limpia los calostros de la cara con la manga de la casulla).
EL OBISPO: (Con el bofe aún de resoplo) ¿No gusta a Su Majestad este yeso?
EL REY CAMPECHANO: (Gime con lágrimas de vomitera) ¿De cuándo los reyes beben papillas?
¿Dónde, de este infierno, está la salida?
EL OBISPO: (Nervioso) La pamela, nos jugamos la vida.
EL REY CAMPECHANO: Me la pongo, pero tráeme una silla.
(Se sienta el Rey, se quita la gorra de plato y se calza la pamela sobre las guedejas resudadas).
LA ESLAVA: ¡Qué herrmoso mi Juancarr! ¡Qué rrubicundo!
(Los negritos abanican con palmas la cara abotagada del monarca y bufa este con soplos de buey labrador. La ninfa le pellizca un moflete y deja una marca de leche en el cárdeno de la piel).
EL OBISPO: ¡Alegre esa cara! Mañana una misa,
elefantes y niñas en camisa.
Lo pasamos bien en el Tercer Mundo,
cristianar negros lo nuestro nos cuesta,
vestir salvajes es muy oneroso,
levar iglesias, trabajo costoso.
Son, a menudo, cargas indigestas,
si no se endulzan con algún pecado.
EL REY CAMPECHANO: ¿Podré llevar la escopeta más larga?
EL OBISPO: Y hasta vuestro revólver de doble carga.
EL REY CAMPECHANO: ¡A la selva!, ¡levántame, prelado!
(Se yergue la pamela, con el Rey debajo. En su cabeza bailan los trofeos de búfalos, rinocerontes y elefantes derrengados, también las negras zumbonas bailando en cueros alrededor de una mesa llena de faisanes y besugos dormidos. Los negritos sacan del taparrabos sus teléfonos portátiles y enseñan su risa de leche al enmarcar en la pantalla al Rey Campechano con la leche de búfala todavía en la barbilla, al obispo con el barbuquejo de nuevo enmarcando la sobrasada de su cara y a la ninfa de piernas interminables riendo satisfecha detrás del Rey Mandinga mientras le palpa la entrepierna).
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