martes, 10 de diciembre de 2013

Crónicas desde la "indocencia" XVII: "Mundos paralelos"

Fotografía de Juan Luis López Palacios

Nadie se atrevía a chistar en la clase. Las moscas se estampaban contra los cristales de las ventanas, angustiadas por escuchar solo su propio zumbido. En la pizarra bailaban unas letras de caligrafía con el oropel de las antiguas cornucopias. El profesor se repantigaba en el sillón de cuero amedrentando a las moscas con el disparo de sus miradas de hielo. La cabeza disecada de un lucio pescado por don Julián nos amenazaba con sus dientes de sierra. Todo era silencio y leve susurro de plumas rasgando el papel. Los tinteros habían desaparecido de los pupitres, pero aún quedaba el sabor antiguo y amargo de la escuela de posguerra. Carlitos se atrevió a pedir el plumier a su compañero y un rugido seco le quebró los oídos y lo inmovilizó en el pupitre.
Vio acercarse al inmenso don Julián, descomunal desde el pozo de la silla, y le salió un sollozo ahogado que atrapó las miradas de sus compañeros. Un murmullo de satisfacción viperina se deslizaba reptando por el suelo de la clase. Todos esperaban que la bofetada le hiciera saltar las gafas como la última vez.
Años más tarde, a Carlitos lo llamaban don Carlos y se pudo repantigar en el sillón de cuero cuyo crujido tanto tiempo había temido. Esperaba repetir las hazañas de don Julián, pero los tiempos habían cambiado. Las gafas le caían desmayadas en el puente de la nariz y observaba, como don Julián, el comportamiento de sus alumnos: Javier se acababa de levantar sin permiso, Gabriel le lanzaba una bola de papel a Manuela y Rebeca se desnucaba por hablar con Miguelín. Sus esfuerzos por poner orden no tuvieron efecto y ya hacía años que ni siquiera lo intentaba. Berta se acercó hasta su sillón, le pareció descomunal, como don Julián, y le pidió ir al baño. Don Carlos no se pudo negar. Al ver cómo se aproximaba hasta él, ahogó un sollozo de espanto (que nadie oyó en la clase) y le dio su permiso como si solicitara su perdón. Le pareció tan monstruosa como don Julián y esperó hundido en el sillón a que las gafas salieran volando hasta estamparse contra el cristal de las ventanas, como hacían las moscas, desesperadas por abandonar el aula y respirar el aire limpio de la calle. Los alumnos esperaban con deseo viperino el estrépito de los vidrios rotos.

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