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martes, 26 de noviembre de 2013
Crónicas desde la "indocencia" III: "La alienación y un pantalón roto"
Después de tantos años dando clase, sucedió lo que tenía que suceder.
Ya no cuidaba con el suficiente esmero su presentación en público. Al comienzo de su carrera, se aseguraba todas las mañanas de no llevar ninguna mancha en la camisa y de que la cremallera de la bragueta estuviera bien cerrada. Después, poco a poco, la indolencia fue abandonando el cuidado de su vestuario.
Tenía que suceder algún día, era inevitable.
Las sesudas y trabajosas planificaciones de los primeros años habían quedado atrás, el tiempo había dejado que se adocenara al albur de la improvisación y en la rutinaria lección tantas veces impartida. A veces le remordía la conciencia por no ser tan escrupuloso como antes, por no prepararse con el esmero que lo hacía al empezar, por no cuidar los detalles de su puesta en práctica y no contemplar ejemplos y actividades que resultaran atractivos. Se revolvía contra sí mismo, pero era incapaz de reaccionar. La comodidad lo podía todo.
Las nuevas tecnologías le ofrecían un gran campo nuevo donde experimentar, casi tan vasto como el que abrieron los educadores de la Institución Libre de de Enseñanza. Pero la pereza lo ganaba pronto para su causa. Había que trabajarse demasiado los temas para que tuvieran algún resultado aceptable. Lo sabía muy bien, él mismo lo había experimentado cuando comenzaba. Recordaba cuando intentó implantar alguno de los métodos innovadores y aún guardaba en la retina las caras de sorpresa de los muchachos. Todavía utilizaba alguno de esos recursos, pero lo hacía de forma tan mecánica que los resultados ya no eran los mismos.
Tenía que suceder lo inevitable, era necesario, estaba cantado. Al recoger la tiza del suelo, oyó cómo la culera de su pantalón se rasgaba. El mismo pantalón que llevaba el día que comenzó a dar clase. El sonido de la tela raída, abriéndose como el vientre de un pescado, arañó su alienación y la sacó al aire. Nunca se había sentido tan vacío y no porque no llevara calzoncillos, sino porque eran también los mismos que cuando empezó a dar clase.
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