Descendí con Dante
a las honduras del infierno,
respiré el aire nocivo
pero no sentí el calor del fuego.
Anduve junto a Shakespeare
por las vísceras del hombre,
palpé las inmundicias
pero no olí la podredumbre.
Removí con Quevedo
las cenizas de los muertos,
envolví mis manos en piel de cementerio,
pero no noté la aspereza de la nada.
Malviví junto a Leopardi,
sufriendo a las hordas de bastardos
que no dan ocasión a la bondad,
pero nadie me abofeteó.
Bebí con Baudelaire
los licores del desprecio,
me embriagué con el dolor,
pero no llegué a la ceguera.
Añoré con Cernuda
los labios de la ternura,
y descubrí el odio y el desamor,
pero no se partió el alma.
¡Ay!, pero me di con el mundo
y entonces sí,
me quemé con la maldad,
me asqueó el hedor
de la carne putrefacta,
besé a la muerte con labios de tierra,
me descuartizaron los poderosos,
vomité los ardores de la hipocresía,
me desgarró la deshumanización de la humanidad,
y un río de fuego recorrió las yemas de los dedos
para convertir en piedra las nubes de los genios.
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domingo, 3 de marzo de 2013
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