Penúltima entrega de Torrente Maldito. La historia llega a su final y será el último alumno al que le tocará concluirla. Es cierto que se han dado bandazos a un lado y a otro, pero ahí reside la gracia, a veces, de un relato común. Os dejo mi entrega y la de ISMAEL LASERNA.
La mía:
“Para empezar, abuela, quiero que sepas que esta es una historia verdadera y aunque no se la he contado a nadie, ni siquiera a Germaine (llamaba a su madre así habitualmente), no es la que tenía preparada para inaugurar mi participación en la mesa camilla de las historias sangrientas”. Germaine miró preocupada a su hija. Su obsesión por las historias de la abuela nunca le había gustado y le preocupaba que sus 16 años no supieran asimilarlas con la digestión de la madurez. “En estos últimos días he experimentado experiencias horribles, dignas de ser recogidas en tu memoria de horrores, abuela”. Germaine pensó que iba a contar su historia de desamor con Marcelo, de la que ella estaba bien enterada. “Anoche mismo, sufrí algo que seguro que no vais a creer. Cuando me acosté, parecía que había alguien en la habitación, alguien que respiraba con dificultad. Me asusté mucho, tanto que ni siquiera pude llamarte, Germaine. Noté su presencia acostado junto a mí, un estertor jadeante que oía tras mi nuca me paralizó casi completamente. Solo pude tantear con el brazo lo que había tras de mí. No tenía valor para darme la vuelta, ni siquiera creo que hubiera podido moverme, se me paralizó todo el cuerpo”. Germaine pensó que Clara estaba relatando una pesadilla. A menudo, cuando su hija era más pequeña, tenía que acudir a los gritos desesperados que la despertaban y la calmaba del asedio de los malos sueños. “Recorrí con la mano el lado vacío de mi cama. Las sábanas estaban frías. Alargué un poco más el brazo y palpé un bulto helado. Levanté rápidamente la mano y comencé a temblar como nunca lo había hecho. El sudor abría los poros de mi cuerpo a pesar del vaho gélido que despedía mi aliento”. CONTINUARÁ
La de ISMAEL:
Estaba desesperada, no sabía qué hacer. Ante sí se hallaba una puerta con dos enormes cerraduras, imposible tirarla a golpes. Empezó a pensar cómo poder rescatar a su amigo. En un momento de lucidez, pensó que sería imposible recuperar la llave, así que empezó a idear otra forma de rescate. Salió de la habitación en busca de algo que le ayudara a abrir la puerta. De pronto, su mente se iluminó en el fondo de la habitación, descubrió un hierro de grandes dimensiones que podía servir de palanca. Rápidamente la cogió y se dirigió corriendo hacia la puerta. Con el hierro en la mano y no sin grandes esfuerzos, empezó a forzar la puerta como pudo, hasta que la rompió y pudo acceder dentro de la habitación. Todo estaba oscuro, sombrío y con aire enrarecido, con olor a humedad. Dirigió la vista a todos los rincones de la habitación: al fondo, en la oscuridad, pudo distinguir una mesa, en la cual reposaba su amigo. Desesperada e inquieta fue corriendo hacia él, lo llamó, "¡Mikel, Mikel!" Él, exhausto, apenas pudo dirigirle la mirada, estaba pálido y con un color mucho más blanco de lo que en él era normal. Débil, exageradamente, tenía sed. Ella le miró y comprendió lo que sentía, pues ella había sentido muchas veces esa sed tan terrible, tenía que sacarlo de allí, y alimentarlo con la sangre de otras criaturas para que pudiera recuperar su fuerza. Ahora no podía volver a pensar en más cosas, era lo principal. Luego tenía que marcharse de Benidorm, demasiada gente sospechaba ya que ellos eran extraños. Debía irse a otro sitio, a cambiar de vida, de identidad y alimentarse de animales para así calmar su sed, sin levantar sospechas y llevar una vida normal dentro de lo posible. Debía hacerlo por sus hijas. Como pudo cargó con él. Apoyado sobre ella, le flaqueaban las fuerzas. Él apenas podía moverse y estaba tan débil que no podía hablar, recordó que en su nevera tenía reservas de sangre. Debían ir a su casa. Poco a poco sacó fuerzas para sacarlo de allí, cuando abandonaban la casa oyó voces que venían de la puerta de atrás, venían a por Mikel para encerrarlo en la cárcel como sospechoso de las muertes que habían ocurrido, o mucho peor, venían a matarlo. Como pudo, y a duras penas, lo metió en su coche. Rápidamente salieron de allí. Por el retrovisor del coche pudo ver a varios hombres, ella no se detuvo. Transcurrió media hora de viaje, llegó a su casa, dejó a Mikel en el coche y subió rápidamente a por una de las bolsas de sangre. Suministró la sangre a Mikel. A la media hora, él recuperó su voz y el tono de sus mejillas. Ella le contó sus planes, los estaban buscando y querían matarlos o meterlos en la cárcel, donde les esperaba una muerte segura. Él estuvo de acuerdo, esperarían la noche para que recuperara sus fuerzas, se esconderían y en cuanto pudieran se acercarían al aeropuerto más cercano donde tomarían un avión hacia una ciudad más segura... CONTINUARÁ.
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