Se marchó,
sin despedirse apenas,
con un ligero viento de manos,
con un soplo liviano de párpados.
Se fue,
y aún la espero,
bajo la luz tenue que se apaga,
bajo el techo de sombra que se acerca.
Desapareció
entre la bruma salobre de la madurez,
entre la gravedad inmisericorde del tiempo,
entre las hojas machacadas del otoño.
Y la sigo esperando,
la deseo
en la distancia de la indiferencia,
en la insistencia de los días,
la busco
bajo los pliegues de la piel,
entre la niebla de la presbicia,
en el sopor de la existencia.
Quizás esté ahí:
bajo la desesperanza,
entre la búsqueda,
en las preposiciones.
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