sábado, 31 de mayo de 2014

Quiero entrar sin pantalones


Los futuristas acusaron a Dios de crímenes de lesa majestad en juicio sumarísimo y fusilaron los cielos a primera hora de la mañana para que no escapara el autor de tanta muerte y vulgaridad. De la lectura del libro de Juan Bonilla "Prohibido entrar sin pantalones" he sacado más que unas horas de entretenimiento y de solución del ocio. La manera de trasladar al lector la biografía extravagante de Maiakovski provoca una verdadera convulsión intelectual. No se puede pedir más a un libro.
¿Se ha perdido en la actualidad la esencia del verdadero artista?, ¿ha sido estrangulado el entusiasmo del creador por la sociedad del futuro que ansiaba precisamente el fundador del vanguardismo ruso? En la vida de Maiakovski y en la de los escritores que lo rodean se abraza un fervor por el descubrimiento, por la ruptura, por la creación verdadera, por la revolución que convierte a los artistas actuales en taquilleras de espectáculos de variedades. Al margen de extravagancias, de ideas absurdas o de conexiones políticas extremas, el artista es dibujado por Bonilla como un ser vitalista, que intenta desgarrar la realidad con su bisturí de palabras, que se presta al público como el flautista que puede salvar al mundo de la mediocridad. La incesante actividad de Maiakovski, la prosa deslumbrante de Bonilla y el candor de los que aún intentaban cambiar el mundo a través del acto poético impulsan al lector a revolverse contra sí mismo, a desobedecerse, a cocear su vientre para vomitar los restos de autenticidad que aún le queden después de haber sido fagocitado por los convencionalismos. "Solo es poesía aquello que transforma al lector en poeta", así define la voz de Maiakovski confundida con la del narrador y como buen vanguardista se lanza a la proclama de consignas: "Planta un árbol, déjalo crecer; ten un hijo, déjalo crecer. Corta el árbol y construye una cruz, crucifica en ella a tu hijo y, con la experiencia, escribe un libro".  Desmesura, anticonvencionalismo, ruptura salvaje, pasión sin freno, hombre fuera del tiempo, hombre que busca la eternidad en el futuro, el hombre en carne viva. Tenían por héroe moderno a ese condenado a muerte que se prestó a pronunciar como últimas palabras el nombre de una marca de cacao antes de ser electrocutado en la silla eléctrica. Hoy seríamos capaces de creerlos.

viernes, 30 de mayo de 2014

Desnudos


Desnudos,
sobre el alma del piso,
sobre las baldosas del cuerpo,
fuera de las alcobas, 
en las plazas públicas,
en los territorios de la vigilia,
en las fondas,
en los escenarios,
en las iglesias,
en las escuelas.
Desnudos,
sin una brizna de hipocresía,
sin una tela de más sobre la piel,
sin cremalleras que cerrar,
sin sepulturas que profanar,
sin hombros,
sin ojos,
sin manos,
solo los labios 
y el sexo 
para penetrar la falsa
pericia de los sociólogos,
para hurtar de la vista
los tejidos bastos que 
solo ofrecen mentiras
de lana.
Desnudos,
con el cuerpo en exhibición,
con los dientes preparados
para morder lenguas 
sin patios,
para acariciar los pezones
de la pereza 
sin hacer caso de los despertadores.
Desnudos,
para que el abrazo 
provoque el escalofrío
del tacto de la piel,
del vello,
de los huesos,
de la luna
del sexo.
Desnudos,
como campos soleados.  

domingo, 25 de mayo de 2014

Instrucciones para el manejo de perversiones cibernéticas de "Los placeres y otros fluidos"


Emplazad el acto carnal,
dejadlo reposar una hora, unos días,
esperad a encontraros  
con el cilindro verde de la batería 
colmado,
que suene la alarma 
que anuncia su cénit.
Retrasad el sexo
una hora, unos días,
hasta que el cargador eche humo,
hasta que arda en el enchufe.
Dejad que el fluido eléctrico
provoque clamores de besos,
resistid hasta que suenen todas las alarmas
y entonces aprovechad 
para derramaros en lluvia de panteras.

Descargad la aplicación
que ansiabais,
acariciando los iconos
con tanta habilidad como desesperación,
dejad que se descarguen los archivos
hasta el fin de la barra verde,
hasta que se desboquen los tantos por cien,
hasta que el placer deje sin habla a los informáticos,
hasta que se huela la piel de la pantalla,
hasta que la médula se resuelva en llama líquida.
Notaréis cómo se consume
en gemidos la energía,
arriesgad y dejad que culmine la descarga
hasta que suene el pitido y se informe
que debéis conectarla a la red.
Si el 100 % de la barra llega 
en el momento del aviso,
una lluvia de galaxias os cegará la vista,
enmudecerán los timbres del watshap,
se abrirán las humedades de las sábanas 
y perderéis la conciencia en polvo de megabites,
alcanzaréis la gloria de la comunicación,
el éxtasis de la electrónica,
la maravilla de ser archivos descomprimidos
que han surcado los átomos del aire.

Acariciaos la espalda,
despojada de la funda protectora,
comprobad la suavidad metálica de la piel,
tan distinta al áspero cuero que la cubre,
dejad que las yemas de los dedos
surquen las ondulaciones
y se duerman en el sosiego dulce
de los benditos diseñadores
de la telefonía.

domingo, 18 de mayo de 2014

Farsa y salvas del Rey Campechano: Segundo cuadro ("Un obispo, negros y elefantes")



CUADRO SEGUNDO
“UN OBISPO, NEGROS Y ELEFANTES”
A lo lejos barritan los prelados

(Con aires de Valle)

(Bajan la escalera metálica del avión el Rey Campechano y su corte de mascotas y duendes. Estira la pierna con gañidos de rodamientos poco engrasados. Un golpe de cálido viento le seca la gota que dejara la eslava en el pantalón de bonito. En el suelo del aeropuerto unos niños negros con chaqueta de marinero y taparrabos bailan una danza mandinga; las niñas muestran sus senos florecientes y cubren sus bajos con moaré pomposo de blanco impoluto hasta los tobillos. El rey sonríe con diente de plástico y caen tres fundas a los pies del secretario, quien las recoge con asco. A los negritos los acompañan negros granados y encorbatados, también un obispo que se ha recogido el bonete con un barbuquejo en sobrasada de carrillos).

EL REY MANDINGA: (Besa la mano del monarca hispano) Bienhallado sea su señoría.
EL REY CAMPECHANO: Que el dios oscuro os guarde muchos años.
EL OBISPO: (Al oído del monarca) Por suerte al dios negro le dimos baños,
                                                           levantamos iglesias con lejía.
 EL REY CAMPECHANO: ¿Y estas negritas bailongas y sueltas?
                                               ¿Y estos negritos de badajo tierno?
EL OBISPO: Toman la comunión en pleno invierno
                       y lo agasajan con bailes y vueltas.
                       No están aún domados estos muchachos.
                       Les aprieta el traje en los genitales,
                       se lo quitan, son pecados veniales.
                       Es difícil sujetarles los machos.
                       Las hembras están vivas y trotonas,
                       ellos siempre empalmados, bien enhiestos.
(Observa el Rey el bamboleo de los senos, con la baba en el vértice del labio. Se sofoca y sonroja con el dolor del sol en lo alto de la gorra de plato. Su Secretario y la eslava ven volar el bonete del obispo al estallarle el barbuquejo. Se suelta la sobrasada de los mofletes y corre con los muslos pegados dos o tres metros. Una negrita le acerca el bonete a Su Eminencia).
TODOS LOS PRESENTES: (Fuerzan su castellano) ¡Viva el Rey Mandinga y el Campechano!
(Dos negritos y dos negritas le ofrecen una pamela, bizcocho merengue y leche de búfala para que moje sopas. Así la amistad de los dos pueblos quedará sellada. Traga el Rey el mejunje y escupe con toses la argamasa. El obispo se limpia los calostros de la cara con la manga de la casulla).
EL OBISPO: (Con el bofe aún de resoplo) ¿No gusta a Su Majestad este yeso?
EL REY CAMPECHANO: (Gime con lágrimas de vomitera) ¿De cuándo los reyes beben papillas?
                                               ¿Dónde, de este infierno, está la salida?
EL OBISPO: (Nervioso) La pamela, nos jugamos la vida.
EL REY CAMPECHANO: Me la pongo, pero tráeme una silla.
(Se sienta el Rey, se quita la gorra de plato y se calza la pamela sobre las guedejas resudadas).
LA ESLAVA: ¡Qué herrmoso mi Juancarr! ¡Qué rrubicundo!
(Los negritos abanican con palmas la cara abotagada del monarca y bufa este con soplos de buey labrador. La ninfa le pellizca un moflete y deja una marca de leche en el cárdeno de la piel).
EL OBISPO: ¡Alegre esa cara! Mañana una misa,
                       elefantes y niñas en camisa.
                       Lo pasamos bien en el Tercer Mundo,
                       cristianar negros lo nuestro nos cuesta,
                       vestir salvajes es muy oneroso,
                        levar iglesias, trabajo costoso.
                       Son, a menudo, cargas indigestas,
                       si no se endulzan con algún pecado.
EL REY CAMPECHANO: ¿Podré llevar la escopeta más larga?
EL OBISPO: Y hasta vuestro revólver de doble carga.
EL REY CAMPECHANO: ¡A la selva!, ¡levántame, prelado!
(Se yergue la pamela, con el Rey debajo. En su cabeza bailan los trofeos de búfalos, rinocerontes y elefantes derrengados, también las negras zumbonas bailando en cueros alrededor de una mesa llena de faisanes y besugos dormidos. Los negritos sacan del taparrabos sus teléfonos portátiles y enseñan su risa de leche al enmarcar en la pantalla al Rey Campechano con la leche de búfala todavía en la barbilla, al obispo con el barbuquejo de nuevo enmarcando la sobrasada de su cara y a la ninfa de piernas interminables riendo satisfecha detrás del Rey Mandinga mientras le palpa la entrepierna). 
                     
                     

sábado, 17 de mayo de 2014

"La cuarta contrarreforma" de Rafael Argullol


En medio de una notable ignorancia social y de una absoluta indiferencia política España está arruinando, de nuevo, las posibilidades de construir una comunidad moderna y culta. Cada vez es más evidente que el desastre puede comprometer el futuro a lo largo de décadas, sino de todo el siglo XXI. Me refiero al progresivo deterioro de la cultura y al drástico abandono de programas de investigación científica que tienen su encarnación más evidente en el éxodo de decenas de miles de graduados universitarios. Lo que está en marcha es una auténtica contrarreforma, la última de las que han impedido el acceso a una sociedad con arraigo ilustrado.
Sin embargo, esta nueva contrarreforma, quizá por ingenuos, nos ha sorprendido a muchos de los que pensábamos, hace unos lustros, que, por fin, España avanzaba por la senda de una mentalidad moderna. Aunque aparenten ser muy lejanos no lo son tanto los años en que parecían encauzarse poderosas energías en esta dirección. Pese a las servidumbres políticas de la Transición, no hay duda de que la primera etapa democrática se vio impulsada por las tendencias hegemónicas en la cultura antifranquista, de manera que el modelo que se dibujaba para la nueva España se sustentaba en criterios modernos, laicos, ilustrados, federales y, pese a la aceptación obligada —o casi— de la Monarquía, republicanos. Durante una veintena de años, hasta mediados de los noventa, aquel modelo implicó las complicidades suficientemente fuertes y eficaces como para que, si gustan estas denominaciones, se pueda hablar de una Generación de la Democracia, con una acentuada excelencia en el terreno de la creación y el pensamiento —homologable a lo que en aquellos momentos se realizaba en Europa— y un reforzamiento sin precedentes de la investigación científica.
Muchos de los científicos que ahora dejan las universidades españolas emprendieron entonces el camino opuesto para fomentar aquí centros prometedores, que dieron frutos notables en los años inmediatos. Con el cambio de siglo y las nuevas condiciones políticas aquel juego de complicidades intelectuales, procedente de la cultura antifranquista, fue debilitándose progresivamente, hasta el punto de que el ideal ilustrado dejó de estar en el centro del tablero. Los años de la opulencia especulativa no llevaron, para nada, aparejados, años de opulencia cultural. Finalizados aquéllos, e instalados en la hipócritamente llamada austeridad, se pusieron en marcha los mecanismos del desmantelamiento científico y del desprecio por la cultura. Aquella nueva España democrática —laica, moderna, ilustrada— era arrojada al desván de las ilusiones perdidas mientras ocupaban el escenario una debilitada dignidad escéptica y un cada vez más vociferante coro contrarreformista. Es, y ojalá me equivoque, una contrarreforma en toda regla, sucesora y consecuencia, al menos en parte, de otras contrarreformas que jalonan la historia de España, y con las que somos poco dados a confrontarnos críticamente.
Un ejemplo que, en su momento, me llamó mucho la atención fue la pérdida de una oportunidad de oro en 1992. Era una época todavía muy vigorosa en el desarrollo cultural de la joven democracia y, además, marcada por grandes acontecimientos colectivos, como las Olimpíadas de Barcelona o la Exposición Universal de Sevilla. Se conmemoraba el 500º aniversario del descubrimiento de América. Se hicieron muchos discursos apologéticos pero —¡500 años después!— no hubo una autocrítica profunda de la Conquista y la Colonización americanas y, por tanto, no se dio una enseñanza más compleja de aquellos hechos decisivos. Pero hubo un caso peor. En 1992 hubiese debido conmemorarse también el quinto centenario de la expulsión de los judíos. Hubo pocas, muy pocas, palabras alrededor de este tema. Se pasó de puntillas sobre una circunstancia capital, demostrándose, con creces, la incapacidad para observarse en el espejo del pasado como aprendizaje y no como venganza. ¿Podía la sociedad española mirar cara a cara lo sucedido en la relativamente reciente Guerra Civil si era incapaz de hacerlo con respecto a sucesos acaecidos cinco centurias antes?
Y, no obstante, la expulsión de los judíos, una monstruosidad en sí misma, ha marcado el devenir de la cultura y la mentalidad españolas a lo largo de los siglos. Con esa expulsión se eliminó a una minoría —muy amplia, por cierto, en relación al conjunto de la población— que reunía unas condiciones singulares: sabía, por lo general, leer y escribir. Se cortaba de cuajo uno de los caudales por el que podía circular la cultura más avanzada de la época. De hecho pienso que España, con universidades como las de Salamanca y Alcalá de Henares, estaba en condiciones privilegiadas para recibir el enorme impacto que la cultura del Quattrocento italiano iba a causar en Europa durante el siglo XVI. El Humanismo se expandió, es cierto, pero la fecundidad del Renacimiento pronto se vio debilitada por la Contrarreforma que, si bien tuvo en la Inquisición su referente más vistoso y lúgubre, afectó todos los planos de la vida social, mutilando en buena medida el futuro de la cultura hispana.
El menosprecio de la libertad y de la cultura crítica fue el argumento que articuló la primera gran contrarreforma. Y algo similar ocurrió con la segunda, la que cerró la puerta al movimiento ilustrado. Hoy día deberían ser materia de lectura obligatoria los escritos de Jovellanos. El lector encontraría suficientes paralelismos entre aquellos anhelos frustrados y los actuales, no, claro está, en lo que los economistas llaman “signos exteriores de riqueza”, mucho más evidentes ahora, sino en la pobreza mental, donde la similitud es mucho mayor. Y, tras Jovellanos, también Goya debería habitar entre nosotros para que, como entonces, su ojo captara, aunque fuese a través de las pantallas, la miseria espiritual de nuestro tiempo, y su pincel pudiese reflejar, en colores nuestros, hasta qué punto la algarabía mental y el populismo demagógico se imponen grotescamente. Si la primera contrarreforma cercenó el humanismo renacentista, la segunda contrarreforma cerró las puertas a la Ilustración que vertebraba la civilización europea.
La Guerra Civil fue el inicio brutal de la tercera contrarreforma. Conocemos las consecuencias pero, como siempre que se trata de mirar autocríticamente el pasado, tenemos notables dosis de confusión respecto a las causas. También antes de que estallara esta tercera contrarreforma hubo grandes esperanzas e ilusiones perdidas. El enorme mérito de los que intentaron en el primer tercio del siglo XX —y desde finales del anterior— la modernización mental de España reside en la orfandad de la que procedían. A diferencia de la mayoría de los europeos, los escritores, artistas y pensadores que se lanzaron en aquella dirección carecían del respaldo histórico del Renacimiento y de la Ilustración. No es el caso de España. Pero esto ofrece aún más valor al movimiento intelectual que, con todas sus contradicciones, se presentó como garantía de un futuro libre. Se ha dicho que, sin la Guerra Civil, y pese a su inclinación por la violencia política, España habría culminado su proceso, como lo demostraría el enorme bagaje diseminado, tras la contienda, en los exilios exterior e interior. No lo sabemos. Únicamente sabemos que la dictadura edificó sólidamente su propia contrarreforma.
La cultura que emergió en 1975 también es huérfana. No solo de Renacimiento y de Ilustración sino, en buena medida, de lo que en general puede calificarse de Modernidad. Pero, como contrapartida, el empuje pareció arrollador, como si una entera sociedad quisiese, en pocos años, recuperar las décadas, y tal vez las centurias, perdidas. El proceso tuvo sus efectos, en especial después de la integración en la Europa política. Ahora percibimos, sin embargo, que bajo la apariencia más o menos brillante, quedaban, como pesados anclajes, demasiadas cuentas pendientes. Y cuando el suelo se quebró —por fragilidad o por agotamiento o por corrupción— reemergieron, con máscaras nuevas, las criaturas del subsuelo: el desprecio por la libertad y la crítica, el fanatismo, los populismos de todo tipo. Y la más dañina: la ignorancia autosatisfecha que contempla apáticamente la destrucción de la cultura y la dispersión del talento.
Ésta es la cuarta contrarreforma. Si hemos aprendido algo de las anteriores deberíamos detenerla a tiempo.

martes, 13 de mayo de 2014

"Todos con la Roja" de Rafael Reig

No puedo estar más de acuerdo con usted. Los gemelos separados al nacer por fin se reúnen y, como de costumbre, comprobaremos que llevaban vidas paralelas sin saberlo: cuando uno se rompía una pierna, el otro también sentía dolor; ocuparon al mismo tiempo consejos de administración en empresas y bancos semejantes; adquirieron mansiones del mismo tamaño y con idéntico número de cuartos de baño; y hasta contrajeron parecidas nupcias y créditos al mismo interés gracias a los mismos facilitadores de contactos.
La idea es resplandeciente, desde luego. De Manuel Fraga se solía decir que le cabía el Estado en la cabeza. Ja, eso no es nada. A Felipe González le cabe, no ya el Estado, sino todo un imperio en la cabeza: la Gran Coalición, “ si España lo necesita”, claro está, porque el PSOE, ante todo, es patriota. El Number One y protomártir redentor (el que perdió su libertad para que la tuvieran los demás, como dijo una vez y lo repitió en una súper-chistosa entrevista en El País) tomará el pulso a la patria y él decidirá si España lo necesita o no.
Veo un nuevo renacer de España. Basta con modificar el escudo un poco para que tengamos el águila bicéfala del imperio. En una de las cabezas de águila habrá una rosa; en la otra, una gaviota. Qué maravilla. Y la corona imperial se repartirá entre dos, como en la antigua Roma: alguien del PP y alguien del PSOE. ¿Y el rey? Bueno, el rey se tendrá que sacrificar. Al fin y al cabo, como dicen los paletos con MBA, ya está amortizado.
¿No es la mejor solución? Pero a alguien se le tenía que ocurrir, ¿verdad? Y han sido esos dos cráneos privilegiados, Arias Cañete y González, los padres del invento. O quizá alguien tenía que tener la suficiente desvergüenza para decir la verdad.
El viejo emperador Bush solía afirmar que ningún americano decente necesita nada que no pueda comprar en un Seven Eleven. Pues igual, ningún español de bien (como diría Rajoy) necesitará a partir de ahora votar a ningún partido político que no forme parte de la Gran Coalición. Si quieres votar, pongamos, al PCE, vete al extranjero, que tú eres de la cáscara amarga y la anti-España.
¿No es sencillamente genial?
Antonio Orejudo afirmaba que las elecciones son como la Liga de fútbol. En ese caso, ¿quién en sano juicio no votaría por la selección española?  Alineará a lo mejor (o menos putrefacto) del PP y del PSOE. Zaplana y Leire Pajín cogidos de la mano; Wert y Elena Valenciano, del bracete; Zapatero y Esperanza Aguirre, amarraditos los dos; María Dolores de Cospedal y Eduardo Madina, amartelados…  ¿Qué más se puede pedir? ¡Todos con La Roja! ¡Oé, oé, oé! Todos bajo la bandera del águila bicéfala.
Se acabaron también las “listas cremallera”, ahora tendremos listas de doble botonadura, dos candidatos (chica y chico) cada uno de un partido.
Qué visión la de González. Si al fin y al cabo, sirven a los mismos amos, ¿por qué no unirse y resucitar el imperio español?
Tiembla, Europa, ¡que en España empieza a amanecer!
Por supuesto, habrá que hacer algunos ajustes. Las elecciones europeas ya no tienen sentido tal y como las conocemos. Habría que convertirlas en una Eurocopa o, mejor todavía, en otro festival de Eurovisión.
Tiembla, Conchita Wurst, muérete de envidia. Como presentemos en Eurovisión a Rita Barberá con barba postiza y a Rajoy vestido de Madonna (o quizá desvestido de Miley Cyrus)… ¡arrasamos!
¡Otro gran triunfo de la selección, La Roja, el PP-PSOE! Español... ¡casi ná!

lunes, 12 de mayo de 2014

"Poema con música italiana" de Los placeres y otros fluidos


Unas lágrimas de melancolía
se derraman
bajo los auriculares.
Música italiana
que me aturde los oídos
con el sabor de un mundo perdido,
de una Roma que suena
a través de la piedra.
La morbidez de Ornella,
el misterio del acento,
el ritmo antiguo de los 70,
pelucas, corbatas de fantasía
y un aroma a amor desatinado
se filtra por las membranas y llega 
a la superficie de la piel,
para atravesarla y herir las fibras
más hondas de una añoranza
difusa,
suave,
de ave,
aérea,
adictiva,
salobre,
redonda,
como los aromas de un verano 
perdido en mitad de la adolescencia.

viernes, 9 de mayo de 2014

Farsa y salvas del Rey Campechano (Primer cuadro, "El monarca y la eslava")



CUADRO PRIMERO
“EL MONARCA Y LA ESLAVA”
Ecos de erotismo aéreo
(A la manera de Valle)

(En el jet privado de Iberia, una noruega de escarnio [bíceps de mancuerna, blonda y resuelta] se calza los zapatos de tacón junto al soberano de las Españas. Mete la mano el monarca en la trasera del pantalón crujiente de la ninfa eslava).
El monarca hurga y husmea,
con trompa de oso hormiguero
baja  su hocico y babea,
el dedo enreda en el cuero,
sube el canal de la nalga
arrastra torpe la uña,
se finge ofendido y habla,
gangoso, mete la cuña:
-MONARCA: Niña, ¿no llevas el tanga?
-LA ESLAVA: Se perrdió en la rrefrriega.
-MONARCA: ¡Quiá!, lo llevo en la manga.
(El soberano se estrangula a sí mismo en el intento de sacarse la guerrera, suenan los medallones chocando contra el cristal de la ventana. Enseña por fin la braga y la entrega a la ninfa con mano sudada y cara de escualo).
LA ESLAVA: ¿Sabéis que casi me llega?
MONARCA: Debe de ser la cadera,
                     es de platino del bueno,
         eso dijo la enfermera.
LA ESLAVA: Si es de orro me entrra de lleno,
                      solo le falta el metal
                      en lo blando de su verrga
                      y medio kilo de zotal,
                     parra rrociarr el esperrma
                     de Su Excelencia…
MONARCA: ¿Y para qué tanta purga?
LA ESLAVA: Ya sabe su señoría,
                      cuando está hurrga que te hurrga
                      su bicho en la porfía…
MONARCA: No te entiendo, rica mía.
LA ESLAVA: ¡Que salen los hijos lelos!
MONARCA: No lo dirás por mi tía,
                    ni tampoco por mi abuelo.
(Llegan las azafatas, bandeja de plata con riego de güisqui escocés y pipermint de garrafa).
MONARCA: Deja que me beba esto
                     y verás que no hacen falta
                     metales “pa” echar el resto
                     y aunque me vengas muy alta
                     te espoleo…
(Tintinea el hielo en la copa real de pipermín de garrafa y tiñe de tabaco el vaso el escocés de la ninfa). 
LA ESLAVA: Brravo es mi rrey de palabrra.
(Le palpa el buche con el pipermín en bochinche y una lágrima verde le recorre la barbilla).
MONARCA: De palabra y de cintura.
(Se levanta el soberano con chirrido de metales y bamboleo de tronco).
MONARCA: Echa a estos que te abra.
(Se corre un telón en mitad del avión y se esconden tras él las dos azafatas y el secretario).
ESLAVA: No sé yo si a esta altura
                 su excelencia tendrá empuje.
                 La presión es enemiga
                 de todo lo que os cruje
                 como el viento de la espiga.
(El soberano piruetea en el pasillo con los pantalones por las corvas y los calzoncillos lacios. Cae de bruces sobre el suelo y gime como un infante. La ninfa lo recoge y le besa la nariz de berenjena, que le sangra y le tiñe de azul los labios de mentecato).
LA ESLAVA: No llorre mi buen monarrca,
                      la niña de las Norruegas
                      le darrá frriegas de marrca
                      y un besito en las talegas.

(La ninfa cura su herida y besa el calzoncillo blanco del monarca que trina metálico como una maraca de acero. El telón se abre y las azafatas y el secretario asisten conmovidos a la escena de un rey en pañales que gime desnarigado con labios en sus genitales).

jueves, 8 de mayo de 2014

Me enamoré de un banco de Los placeres y otros fluidos


Me enamoré de un banco,
me entregué a él
sin condiciones,
encantado por la pantalla plana
de sus televisores.
Nunca me sentí atraído
por la voz del dinero,
sin embargo,
caí rendido ante el inglés
campechano
de su director,
ante su aire de conductor
de autobús de línea.
Me enamoré de un banco,
desfloró mi inocencia
como un amante bárbaro
que atropella a una novicia.
Me deslumbraron sus créditos,
me perdieron sus intereses
y cuando le entregué
mi flor,
él se hastió de mí.
Me sodomizó con violencia,
me golpeó con comisiones,
me flageló con su soberbia,
me insultó en sus cartas
(que ya no eran personales,
sino del consejo de accionistas).
Me redujo a la agonía
de necesitar sus golpes.
Solo alguien más sádico
podía sustituirlo.
Por eso, me enamoré 
de una compañía telefónica
y gocé con la perversión
morbosa de las penalizaciones,
de las mordidas mafiosas,
de las telefonistas de cine negro,
de las facturas hinchadas,
del gansterismo sin escrúpulos.
Me derramo en el placer
de los sumisos,
de los que gustan de los tacones
clavados en la espalda,
de los que aman los latigazos
secos de las llamadas
escalofriantes,
de los que se complacen
con la bofetada limpia
del móvil en la mejilla,
de los que no renuncian 
al supremo orgasmo
de conocer, algún día,
a un accionista de una gran compañía
para solicitarle que
me arranque el hígado
de un empellón de amor
a través de mi recto entregado.

lunes, 5 de mayo de 2014

Londres, relatos de superficie: "Desmontando Londres"


Comenzamos nuestro cuarto día en Londres visitando el estadio de los gladiadores modernos, el circo romano de nuestros días. La verdad es que el fútbol en Inglaterra es otra cosa, hasta en los campos vacíos se respira un ambiente distinto, de juego, de espectáculo colectivo más cerca de su esencia que el de negocio fatuo y fanático. Es posible que sea la distancia la que hace más simpático a este deporte o el hecho de estar en la cuna del invento la que nos hizo disfrutar del "tour" por Stamford Bridge con mayor sosiego que si lo hubiéramos hecho en Madrid o en Barcelona. Un simpático londinense al que entendimos hasta los que solo manejamos el inglés antiguo nos condujo por las dependencias ocultas del estadio del Chelsea. Al pasar por el vestuario, los chicos repasaron las nacionalidades de todos los jugadores del equipo de Londres y para nuestra sorpresa e incluso para la del guía, fueron capaces de acertar hasta el país de origen del tercer portero del Chelsea. Igual que huyen espantados del British Museum, adoran con veneración todos los rincones del estadio. Hay aquí un curioso estudio pedagógico y antropológico.
Para emular la actividad física de los futbolistas emprendimos una carrera frenética entre el metro y la superficie para alcanzar todas las metas de nuestra planificación turística. Pasamos por la catedral de Saint Paul, por el puente del Milenio, por la Tate Modern e incluso pudimos ver de soslayo el templo de Shakespeare, el Globe Theatre. La sombra de Lear nos arroja hasta el Támesis para sosegarnos con un crucero por el río. No solo conseguimos descansar los pies sino que nuestro alumno letón nos ilustra con la historia sorprendente de sus antepasados: un abuelo enrolado en las SS que fue a parar a Siberia; el otro, la última víctima de Chernobil. Mientras abrimos los ojos para digerir el cuento, contemplamos las maravillas de Londres flotando sobre las aguas.
Completamos la panorámica con una vuelta en el London Eye, una noria gigante que nos permite tener la misma perspectiva que Valle Inclán en los esperpentos, es decir, vemos Londres como una maqueta de cartón, como un espacio de marionetas del que podemos reírnos con la soberbia del creador.
Por fin, una parada, una pinta y algo de comida en un pub cerca del Big Ben, acolchado por el cuero y la madera, amueblado con la conversación animada y adornado por la compañía de cuatro ingleses que nos muestran la divertida interculturalidad de la City: uno de origen hindú, otro, magrebí, una copia de John Turturro y un chico de color. Fiel muestra de la vitalidad de esta ciudad que sorprende y abraza.
El final de la jornada es apoteósico: sesión de jovialidad por parte de los chicos y actuación estelar en el metro, donde Noelia recoge las miradas de todos los viajeros con su voz de rock. El albergue se convierte, día a día, en una suite de cinco estrellas.    .    

viernes, 2 de mayo de 2014

Londres, relatos de superficie: "Los cuervos de Candem Town"


La mañana se presentaba dura después de haber dormido tan solo cuatro horas, por los imponderables de las visitas nocturnas al hospital. Sin embargo, las pulsiones que ofrece Londres pronto nos hicieron olvidar el picor de ojos y la rigidez de los músculos.
La Torre de Londres estaba invadida por un río de turistas que se explica por lo bien que saben manejar el márketing estos hijos de la Pérfida Albión. El que no sabe historia ha tenido la oportunidad de conocer las noticias truculentas de la casa real inglesa (incluidos Enrique VIII y la reina madre) y, si no, es posible que hayas visto alguna película o alguna serie de televisión cuyos personajes tienen que ver con lo que encierra este antiguo castillo. Las Joyas de la Corona nos ofrecen el primer manjar. Una lluvia obscena de oro que reposa en las vitrinas para invitarnos a envidiar los lujos desmesurados de la nobleza. Confundimos un recipiente para vino con una pila bautismal gigante. Sin duda, los ingleses aman más las bebidas espirituosas que los ritos religiosos, de eso dan muestra los tamaños de ambas joyas: una (la del vino) con capacidad para 40 litros, la otra (la del bautismo), solo puede contener un litro escaso. Eso sí las dos de oro insultante. No tienen ningún pudor en mostrar esta afición, en nuestro caso también sería lo mismo, pero lo traduciríamos en oro con más hipocresía. Las armaduras de los guerreros medievales nos amenazan en varias salas, dispuestos al asedio de nuestras fortalezas de móviles y cámaras fotográficas. En una vitrina, el tocón de nogal y el hacha de las ejecuciones terminan de convencernos de aquellos tiempos recios en los que se cortaban cuellos por el capricho de un nuevo cuerpo en la cama. Nuestro alumno letón está fascinado por el porte de los beefeater, así como por el lujo antiguo de sus casas de cuento. Ha tomado una determinación: quiere ser guardia inglés, el problema es que hasta los cuarenta años no puede ingresar en el castillo. Ya se le ocurrirá algo que hacer mientras tanto. Los cuervos enjaulados nos avisan de que en Inglaterra no son republicanos. Según la leyenda, el día en que desaparezcan los cuervos de la Torre de Londres, desaparecerá la monarquía inglesa. El método de conservación es elemental: se enjaula a los cuervos y se les ceba con carne de turista y la monarquía perdurará hasta el infinito y más allá. Salimos impresionados del castillo (los letones más que los españoles) y con todos nuestros miembros intactos.
El Puente de Londres surge como una postal tan conocida que apenas haríamos caso de ella si no tuviéramos que inmortalizarnos en diez poses distintas ante su magnificencia.
Nos sumergimos en el metro y por arte de magia aparecemos en otra ciudad, en un mundo distinto, alternativo, multirracial. Los países colonizados por el imperialismo británico se han vengado en el barrio de Candem Town. Han hecho de esta parte de la ciudad un mundo diferente, nuevo, donde la multiculturalidad es tan evidente que aquí sí que uno se siente parte del mundo. Es cierto que todo se reduce a puestos de mercado y de comida, pero al pasear por sus casas bajas y sentarse en las vespas que sirven de sillas de restaurante, uno respira el aire de la mezcla de razas, se siente bien en un lugar que no pertenece a ningún país, que no puedo relacionar con ninguna bandera, donde no suena otro himno que el de un viejo rockero tocando su guitarra en el escaparate de una tienda.
Día de contrastes, sin duda, de ojos rojos, cuervos negros y rockeros verdes.