jueves, 30 de junio de 2022

Reivindicación social

¿Se puede vivir sin calzoncillos? Sí, rotundamente, sí. Es más, los calzoncillos se han convertido en un instrumento de opresión y sometimiento. Ir sin calzoncillos significa andar libre, sin las trabas que amordazan nuestras partes pudendas. No hay una sensación tan grata de libertad como la de bañarse desnudo en el mar, saquemos enseñanza de ello. Ir sin calzoncillos supone dar una bofetada al establishment, a las convenciones y avanzar un paso más en la conquista de la verdadera libertad. Los calzoncillos son en realidad las mascarillas de nuestro aparato genital. Si tanto deseamos quitarnos el bozal en cuanto podemos, es porque nos falta el aire y porque necesitamos mostrar nuestro aparataje gestual, sin el que estamos disminuidos comunicativa y afectivamente hablando. Lo mismo debería ocurrirnos con los calzoncillos, pero no lo vemos porque un contubernio masón nos ha empujado a considerar como natural una prenda totalmente represiva. Y no temáis al pantalón vaquero ni al de pana, os puedo asegurar que el roce con esas telas recias no molestan, al contrario, nos hace más fuertes. Es una prenda inútil, que no aporta nada y solo sirve para acojonarnos. Di no a los calzoncillos (siempre que no seas dueño de una corsetería), libérate, lucha por tus derechos glandulares.  

miércoles, 29 de junio de 2022

C. Tangana y Calisto

C. Tangana no deja de sorprenderme. Hace poco lo comparaba con un clásico de las letras españolas. Ayer descubrí su nuevo tema y, otra vez, me ha dirigido hacia lo mejor de la literatura. Esta vez a La Celestina. En su "temazo", interpretado "a pachas" con Nathy Peluso, C. Tangana revive ese "amor sacrílego" de Calisto por Melibea. Calisto dice: "¿Cristiano yo? Melibeo soy y a Melibea adoro, y en Melibea creo, y a Melibea amo...", o algo parecido. El cantante madrileño vuelve a dar vida a ese tópico del amor cortés en su letra: "Yo era ateo, pero ahora creo", y cuenta su veneración hacia una mujer y "quiere hacer adoración de su melena", como Calisto adora el cuerpo todo de Melibea. El clásico ha vuelto reencarnado, otra vez, en C. Tangana. Primero fue Juan Ruiz, ahora Fernando de Rojas, quién será el próximo, ¿cuántos genios pasados encerrará este hombre en su cuerpo de trap? Lo bien que sabe venderse el cabrón, ha elegido como publicista al propio arzobispado español. Y de gratis.  

martes, 28 de junio de 2022

Fiestas vanguardistas

Leo en el periódico que en un concurso de televisión a los participantes se les obligó a beber semen de burro y orina en las divertidas pruebas que debían superar para no ser eliminados. También degustaron ratas licuadas, ordeñaron una cabra y hasta hicieron vino con gusanos para después beberlo. Me gustaría conocer a los guionistas para felicitarles por su imaginación espectacular. Si alguno de ellos hubiera estado en la gestación de nuestras fiestas tradicionales, ahora mismo seríamos la envidia y el asombro de Occidente. Podríamos emular a estos guionistas y, por ejemplo, tirarnos tomates podridos, lanzarnos cohetes pirotécnicos, fustigarnos el lomo con látigos de cuero, desfilar dentro de ataúdes a hombros de nuestros familiares, colocar niños de un año en el suelo y saltar por encima de ellos... Yo qué sé... Bueno, me advierten que todos estos actos ya existen en las variadas y peculiares fiestas de nuestros pueblos y me he emocionado. Estamos, como siempre, a la vanguardia de Occidente.         

lunes, 27 de junio de 2022

"Montaigne y el arte del buen morir" por Rafael Narbona




Se conoce a Montaigne por su epicureísmo, sabiamente matizado por sus convicciones estoicas. Su filosofía —si es que su pensamiento admite ese calificativo sin ejercer violencia sobre su negativa a incluirse en la nómina de Sócrates, Platón o Aristóteles— se muestra escéptica sobre la posibilidad de hallar la verdad. De hecho, admite que los grandes misterios, como la existencia de Dios, superan la capacidad de comprensión del conocimiento racional. No le parece una desgracia, pues la duda y el límite son el alimento espiritual de la tolerancia.

Por el contrario, el que alardea de poseer la verdad absoluta no tarda en levantar hogueras para combatir las opiniones divergentes. La filosofía de Montaigne tiene un propósito muy sencillo: explicar en qué consiste el buen vivir. La felicidad no se obtiene con grandes pasiones ni con renuncias heroicas, sino con placeres sencillos y un espíritu benevolente. El arte de buen vivir ha de incluir necesariamente el arte del buen morir, pues la muerte es el destino final de todos, lo cual siembra inquietud y zozobra, malogrando muchas veces el gozo que podemos hallar en un instante de plenitud.

Montaigne se enfrentó a la muerte muchas veces. Perdió a cinco hijos y presenció los estragos de la peste en Burdeos, donde ocupó el cargo de alcalde. De hecho, la epidemia le arrebató a su mejor amigo, Étienne de la Boétie, al que había conocido en los tribunales y con él que se compenetró de tal manera que casi desapareció la distinción entre uno y otro, creando la sensación de que componían una sola alma desdoblada en dos cuerpos.
Cuando Étienne falleció prematuramente, Montaigne escribió desolado: "Desde el día en que le perdí no hago más que arrastrarme lánguidamente; y aun los placeres que se me ofrecen, en lugar de consolarme, redoblan mi dolor por haberlo perdido. Estaba tan hecho y acostumbrado a ser en todo uno de dos, que ahora me parece ser solamente medio".

En el libro I, capítulo XIX, de sus Ensayos, Montaigne diserta sobre la muerte, partiendo de la idea de que filosofar es —como apuntaron Sócrates, Platón y Cicerón— preparase para decir adiós a la vida. La verdadera sabiduría consiste en no tener miedo de morir, pues no hay otra forma de vivir bien y felizmente. El fin natural de la existencia es el placer, no el malestar o el sufrimiento. Montaigne se burla de los que identifican la virtud con el sacrificio y la abnegación. No se vive para sudar sangre, sino para disfrutar. No de las pasiones turbulentas, que desordenan nuestro espíritu, sino de los placeres sencillos.


La perspectiva de la muerte no debería oscurecer la capacidad de hallar placer en las cosas buenas y nobles. No pensar en la muerte, como hace el vulgo, no es una buena alternativa, pues la muerte no se olvida de nosotros y puede interrumpir nuestra rutina en cualquier instante. Montaigne cita el caso de su hermano, un hombre joven que jugando a la pelota sufrió un fuerte golpe en la cabeza y murió unos días más tarde.

Si uno no piensa en la muerte, cuando esta le golpee, arrancándole a uno de sus seres queridos, sufrirá terriblemente, pues no será capaz de asumirlo. La muerte no es un enemigo que se pueda evitar. Saldrá a nuestro paso antes o después. Solo hay una forma de oponerle resistencia. Frecuentarla continuamente, acostumbrarse a ella.

Montaigne cuenta que la muerte siempre está presente en su cabeza, especialmente en los momentos de alegría y regocijo. Cita el ejemplo de los egipcios, que en mitad de los banquetes exhibían un esqueleto, invitando a los comensales a disfrutar de las viandas, pues algún día —quizás muy pronto— solo serían polvo. La premeditación de la muerte es un ejercicio de libertad. Nos ayuda a superar la servidumbre del miedo. Saber que la muerte no es un mal, sino un aspecto de la vida y una necesidad, nos libera de la angustia y el terror. Si los individuos no murieran, el mundo no se renovaría. Hay que dejar sitio a los que vienen detrás.

Montaigne afirma que pensar en la muerte sin temor le permite afrontar la salud con despreocupación y la enfermedad con indiferencia. Hace tiempo que aprendió a estar listo para soltar amarras en cualquier instante: "Jamás nadie se preparó para abandonar el mundo de manera más absoluta y plena, ni se desprendió más completamente de él de lo que yo me esfuerzo en hacer". Montaigne anhelaba que la muerte le sorprendiera cuidando sus coles en su descuidado jardín. Opinaba que para morir en paz hay que familiarizarse con los cementerios y los cadáveres.

La naturaleza a veces nos ayuda a encarar nuestro final. Si la muerte aparece repentinamente, no llegamos a tener tiempo de temerla. Si va precedida de una agonía lenta, el dolor nos quita el deseo de vivir. ¿Por qué afligirnos cuando estamos a punto de desprendernos de un cuerpo enfermo? Además, la muerte es breve, casi un parpadeo. ¿Es sensato empañar décadas de vida por algo que dura tan poco? Lo único que debe preocuparnos es no llegar al término de nuestra existencia y descubrir que no hemos sido felices. En su poema El remordimiento, Borges admite haber fracasado en lo esencial:

He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz.

Montaigne habría leído con pesar esos versos. Morir no es nada al lado de la desdicha. Transitar por el mundo con pesar y melancolía es mucho peor que extinguirse al concluir nuestro ciclo vital. Las reflexiones de Montaigne sobre la muerte no han perdido vigencia. Se ha dicho que sus Ensayos representan el genio de Francia, así como la Comedia de Dante representa a Italia o el Quijote a España. Yo creo que trascienden el marco de la gloria nacional. Su universalidad y atemporalidad los ha convertido en patrimonio de todos.


Vivimos en un tiempo que ignora los consejos de Montaigne sobre la muerte. Los cementerios se levantan en la periferia de las ciudades, los cadáveres apenas se exhiben, se lucha contra la biología para frenar el envejecimiento. "Deja sitio a los otros como te dejaron sitio a ti", escribe Montaigne. La muerte es imprescindible. Sin ella, no habría progreso. Cada vida que despunta aporta una perspectiva nueva y diferente. No hay dos seres humanos iguales. Pensar en la muerte, preparase para su llegada no es malo, siempre y cuando que se haga desde la serenidad y la razón.

Morir no es irracional. Lo irracional sería vivir eternamente, al menos en este mundo. Los inmortales de Jonathan Swift y Borges son seres patéticos que han perdido su identidad. Su memoria hace tiempo que dejó de almacenar datos y ya no es capaz de aprender nada. En una secuencia infinita, todo se vuelve insignificante y redundante. La finitud es lo que da sentido a la existencia. Se recuerda a un ser humano por sus obras y por su forma de morir, que muchas veces expresa su visión más íntima de las cosas. Cervantes lo comprendió así. Alonso Quijano muere desengañado. Sabe que su idealismo ha sido derrotado por el mundo. No renuncia a su sueño caballeresco. Solo reconoce su impotencia.

Montaigne no era ateo. Creía en Dios y en la vida eterna. Eso sí, renunció a las fintas teológicas, pues estaba convencido de que la razón no puede explicar lo sobrenatural. Sus reflexiones sobre la muerte se atienen a este mundo, no a un hipotético más allá. Pienso que no se equivocaba al recomendarnos que disfrutáramos de los placeres sencillos y nos olvidáramos de las pasiones desbocadas. No debe preocuparnos morir, sino no alcanzar la felicidad. No descuidemos esa meta y no la aplacemos. La muerte puede aguardarnos en el próximo minuto. La dicha, también. Que no nos quite el sueño morir, pero sobre todo no desperdiciemos la oportunidad de gozar de unas flores de almendro, una noche suave de verano o una buena copa de vino.

Certificados de excelencia

Hoy, en mi instituto, se han entregado los certificados a las alumnas que el año pasado demostraron su aprovechamiento pedagógico en las aulas. Y digo alumnas porque es así, de los 32 premiados, 25 han sido chicas. Es decir, los mejores expedientes de 2º y 3º de ESO de 2020-2021 han recaído en 25 chicas y siete chicos. La sentencia es abrumadora. Desde un tiempo a esta parte viene siendo así, en todos los institutos en los que he dado clase y la brecha es cada vez más grande. Es más, este año, los chicos de 3º de ESO parecen niños tutelados por sus madres o por sus tutoras, mucho más inteligentes, poderosas y maduras que ellos. El que no haya dado clase en estos niveles no puede ni imaginarse cuál es la distancia entre chicos y chicas. Lógicamente, cuando llegan a bachillerato, la mayoría de chicas es abrumadora, tanto en ciencias como en letras. Lo que es alucinante es que esta realidad no se traslade al mundo laboral. Esto viene sucediendo desde hace bastantes años, de forma cada vez más radical y, sin embargo, los puestos del poder siguen estando en manos de los hombres. Veo una clase de ESO o de bachillerato y no me cabría en la cabeza que los líderes fueran ellos, porque no lo son de ninguna de las maneras, porque son minoría y porque apenas tienen representación. ¿Por qué en las grandes empresas y en los partidos políticos no se muestra esta preponderancia de la mujer? No lo sé, pero es insultante. La mediocridad nos gobierna y dirige nuestras empresas, ¡cuidado!  

domingo, 26 de junio de 2022

"El dipo del rey"

Ayer, en clase de Cultura Clásica, un alumno vanguardista reinventó una de las tragedias clásicas por excelencia. Primero, le colocó un título imaginativo, novedoso: "El dipo del rey" y, luego, me escribió su argumento, según lo que él había entendido. Le pregunté qué quería decir "dipo" y me contestó, muy seguro de sí mismo, que era un sistema anticonceptivo que se empleaba en la Antigua Grecia (no me lo dijo con estas palabras, pero quería decir esto). Habíamos contado el argumento de la tragedia de Sófocles, la habíamos representado y estaba intrigado por ver su resumen de la trama. Esto es lo que me escribió: "Un tipo, con muy mala suerte, nace, lo abandonan en el monte como a Blancanieves y le atan los pies para que se lo coman las "jabalines" (hasta ahí, nada nuevo). Lo recoge un tipo que pasaba por ahí -lo mismo era el cazador de Caperucita Roja-, se lo lleva a los reyes de otro país y lo adoptan, como mis amigos a mí. Entonces (el "entonces" es imprescindible para continuar la historia) crece, se hace mayor, y un hijoputa (aquí le dije que cambiara esa palabra por otra) le descubre que no es hijo de sus padres. Entonces (otra vez) el tipo va a ver a un pavo de estos que adivina el futuro y no me acuerdo lo que le dice. Espera, sí, le  avisa de que va a matar a su padre y se va a casar con su madre; eso, sí, y que es Aries, cuernos, mala suerte. Se va de su pueblo y tiene un accidente con el coche. Mata a un tipo que, al final, creo que es su padre de verdad, aquí me he "liao". Entonces se le aparece un monstruo egipcio aficionado a los crucigramas. El protagonista adivina lo que le dice el monstruo y le dan un premio, va a ser alcalde de su pueblo. Y aquí viene lo gordo. Se tiene que casar con su verdadera madre, pero él no sabe que es su madre. Aquí me he vuelto a liar -el Álex me estaba pinchando con el compás-, creo que él, como estaba con la mosca detrás de la oreja, usa el "dipo", un condón de fabricación casera para no tener hijos con su madre. Total que su madre se acuesta con su tío y tienen dos hijas, pero el pavo no sabe que no son suyas. Cuando lo descubre se tira al tren y su madre o su mujer se va a Benidorm con su amante. Fin". Aún no le he puesto la nota.

sábado, 25 de junio de 2022

"Lo raro es vivir" de Carmen Martín Gaite



De Carmen Martín Gaite solo había leído un ensayo y no sabéis lo que lamento no haberme acercado a nada de ella antes (puro mal azar). Lo raro es vivir es una novela íntima y espectacular. Hacía tiempo que no leía nada tan bien escrito, entre otras cosas porque últimamente me estoy dedicando a leer obras de gran aceptación popular. Lo raro es vivir está escrita en un estilo reconocible, con sentido del humor y con un oficio que solo se le reconoce al verdadero escritor, no a estos que últimamente he estado leyendo. Lo raro es vivir es más moderna que cualquier novela de Sara Mesas, de Manuel Vilas o de Marta Sanz, tres autores que son los que menos me han disgustado de la última hornada de novela española. Martín Gaite emplea la metáfora de una forma irónica y con tal desparpajo que les da sopas con honda a todos los aspirantes a literatos desde los ochenta a esta parte. La palabra de Carmen Martín Gaite se saborea como los helados italianos, no se queda en el hielo insulso de los calipos. Es una gozada avanzar en la historia con fluidez y con la sensación de que te están diciendo algo muy trascendente en cada frase. Y así es, porque vuelves sobre ellas y descubres que cada palabra está medida, ajustada, bien elegida. Las vicisitudes de Águeda, la protagonista del relato, son tan importantes como su capacidad para usar la metáfora, porque el personaje y el lenguaje se funden con su personalidad. La sinopsis de la trama no me atraía en absoluto y, sin embargo, la lectura de la novela me ha resultado apasionante. No solo se trata de saber escribir, sino de tener oficio, de romper las normas y de aportar algo nuevo, original. No recuerdo ahora mismo ningún novelista de los 90 que me haya causado una impresión similar, ni mucho menos. Es más, si Martín Gaite hubiera escrito esta obra hoy para mí sería el epítome de una nueva generación de novelistas. Voy a por el resto de su producción.  

viernes, 24 de junio de 2022

Escribir

Cuando no me apetece escribir, escribo, es la única forma de no abandonarme a la abulia. Escribir es la única medicina contra la indigencia intelectual. Sí, leer también sirve, pero escribir araña en lo más hondo del hígado y te extrae jugos gástricos que ni siquiera imaginabas haber almacenado. Un continuo flujo de bilis te sube al paladar y te recuerda no solo lo que comiste hace ya muchos años, sino lo que nunca comiste o lo que comieron otros. Porque escribir nos acerca mucho al demiurgo o al caníbal, hace que saboreemos el extraño amargor de nuestra propia naturaleza. No, no creo que sea una forma de buscarse a sí mismo, como esgrimen los psicólogos; sino de lo contrario, es la manera de huir, de asombrarnos ante la complejidad de nuestro organismo. Cuando uno se rasga las vísceras, no sabe lo que va a salir de ellas. La curiosidad por ver de qué estamos compuestos nos conduce a rajarnos por dentro y, a menudo, las hemorragias son tan abundantes o de un color tan nauseabundo que asustan. Es en ese momento cuando hay que intentar retener lo escrito en un recipiente adecuado, remover los jugos y cuajarlos hasta volverlos sólidos y comestibles. Ser nuestro propio matarife y, después, adobar la mezcla para acercarla al paladar del comensal, siempre voraz y carnívoro.

jueves, 23 de junio de 2022

Astronáutica y pedagogía



Imaginad que os dedicáis a la astronáutica y que estáis trabajando en una estación espacial. Llega un día un autobús con turistas y, al pasar por vuestro puesto de trabajo os preguntan por la exploración del espacio. Vosotros, con más de treinta años de experiencia en el mundo de los cohetes, les explicáis lo difícil que resulta mandar a un hombre fuera de la Tierra y que nunca estáis seguros del todo sobre lo que va a pasar. En ese momento, esos visitantes, que lo más cerca que han estado de una nave espacial fue cuando se comieron un cornete "Apolo", empiezan a cuestionar vuestra labor y a deciros cómo deberíais preparar el fuselaje de la nave, cómo preparar a los astronautas y qué programas deberíais mejorar para conseguir un rendimiento mayor de los vuelos espaciales. No sé, ¿es impensable, no?, que alguien sin puñetera idea de astronáutica os diera lecciones sobre algo en lo que vosotros lleváis trabajando más de treinta años, algo tan complejo como un viaje espacial. No, no podría ocurrir. 

Bueno, pues esta distopía (si no uso esta palabra, me muero), al trasladarnos al ámbito de la enseñanza, se convierte en una realidad diaria. En los medios, en la calle, en el propio instituto, en los bares, periodistas, escritores, cantantes, camareros, banqueros, se nos acercan y nos dicen lo mal que hacemos las cosas. Cualquiera de ellos te diseña un plan infalible para aficionar, por ejemplo, a los adolescentes a la poesía o para hacerlos filósofos o ingenieros expertos. No sé que es más difícil, si lanzar un cohete al espacio o acertar con los métodos de enseñanza adecuados para moldear personas instruidas y críticas, no lo sé. Lo que está claro es que los especialistas en educación abundan por doquier, aunque el último contacto con un aula se remonte a la misma fecha en que se comieron el cornete Apolo. Los especialistas en astronáutica se ven poco. Somos un país de letras.    

miércoles, 22 de junio de 2022

Desclasados

Me fastidia, me desagrada, me descomponen las historias de los desclasados. Mi novela, "La muerte en bermudas" trataba de esos asuntos, por eso, cuando hablo con alguien que ha sufrido el desprecio, el insulto y el ostracismo, me solivianto y me cago en los partidos y los energúmenos que amparan la violencia contra el distinto. Casi nunca he sido un apestado, ni he sufrido la animadversión de mis vecinos por mis costumbres, quizá porque siempre he actuado de manera demasiado convencional, y cada día me jode más haberme adscrito al mantra de los alienados. Cuando escucho los relatos de homosexuales, travestis o gente que se ha salido del molde, la sangre se me enciende y admiro cada vez más a todos aquellos con el valor necesario para rebelarse contra la convención impuesta.

Voy a una expresión de rebeldía liviana: en un pueblo, a cualquiera que no participe del fervor religioso y popular hacia el patrón o la patrona le resultará difícil, como poco, integrarse en la comunidad. Y no estamos en tiempos de Voltaire, sino tres siglos más adelante. Las mentalidades avanzan muy despacio y los que no participan de los ritos comunales son arrinconados y excluidos de la opinión general. Esto es lo más suave con que te puedes encontrar si no eres afín a la celebración popular (casi siempre en España de signo religioso): sentirte extraño, ajeno a tu comunidad, mal visto.

Mucho más agresivos y preocupantes resultan los relatos de quienes no comparten la heterosexualidad como única vía de placer o de relación. La homosexualidad y la transgresión sexual se siguen penalizando (pese a los pequeños avances) de manera virulenta. Alguien que no sea hetero, si vive en un pueblo, a menudo se ve obligado a trasladarse a la ciudad porque es insufrible la presión a la que se ven sometidos los colectivos LGTB en poblaciones reducidas. Seguimos sin aceptar al distinto. El sufrimiento personal de quienes no son de la cuerda sigue siendo palpable, no hay más que hablar con alguno de ellos para angustiarte por el aislamiento, la humillación y la ridiculización a que se los suele someter. Argumentar que los LGTB son un "lobby" que manipula a la sociedad ideológicamente es tan perverso como decir que los pobres son un grupo de presión que malvive a conciencia para no dejarnos disfrutar en paz a los demás de nuestros banquetes y lujos.

martes, 21 de junio de 2022

Literatura Universal

Edipo, rey;  Antígona; Medea; Lisístrata... todas estas obras de la Grecia clásica pueden ser digeridas sin ningún problema por los adolescentes actuales con un poco de cuidado y mimo. Se prestan a la discusión, a la polémica, se plantean problemas intemporales que el hombre sigue sin solucionar y por eso resultan hoy tan candentes como hace veintiséis siglos. En Antígona, el agón (el enfrentamiento, el problema) surge cuando la protagonista desafía a la ley civil en favor de la tradición religiosa y familiar, que obligaba a enterrar con dignidad a sus muertos. Este y cualquier otro conflicto de calado similar se puede actualizar hasta los extremos más disparatados: "¿Qué ley sigues tú en un botellón?, ¿la del civismo, que te pide limpiar lo que ensucies en la vía pública?, ¿o la de la horda, que te empuja a actuar como un vándalo cuando estás en grupo?". Edipo se ve abocado a un destino maldito a pesar de que él pone todo de su parte para que la desgracia no lo alcance: "Si el horóscopo te ha anunciado un día desgraciado en amores, ¿tú intentas cambiar de novia antes de que ella te cambie a ti?". Medea es el espíritu de la mujer engañada, que reacciona de manera terrible ante la traición de Jasón, su esposo: "¿Qué venganza aplicarías tú al hombre que te deja por otra, si la única razón de su capricho es que ella es más pija que tú?"... Con Lisístrata estamos intentando algo más grande, una representación desmesurada y sin límites del enfrentamiento entre sexos, al margen de los prejuicios judeocristianos. No sé si podremos representarla. Ni siquiera sé si vamos a ser capaces de aguantar tanta libertad. Espero que no hagan con Literatura Universal lo mismo que pretenden con la Filosofía. Dejadnos un rincón para la reflexión y la rebeldía, no todo van a ser gamificación y emprendedores.         

lunes, 20 de junio de 2022

"Los Simpson" y la enseñanza



Hablando con las compañeras del departamento, llegamos a la conclusión de que los referentes del alumnado han cambiado tanto en tan poco tiempo que nos cuesta mucho vincularnos a ellos para que las enseñanzas que intentamos transmitir tengan un cauce propicio. Por ejemplo, yo, hasta hace poco, utilizaba la referencia de "Los Simpson" como cajón de sastre. En "Los Simpson" aparece gran parte de la cultura literaria universal: Shakespeare, Poe, Homero... A mí me servían, y mucho, para atraerlos hacia unas historias de las que ellos, con frecuencia, se sienten totalmente ajenos. Desde hace un lustro, los alumnos no conocen ya, salvo excepciones, a "Los Simpson". Son enlaces que sirven para conectarnos con su mundo, por muy alejado que esté del nuestro, y, cuando se pierden, es difícil encontrar otros tan útiles. Nos pasa también con series, música, películas, videojuegos, y no te digo ya con los libros. 

El abismo que nos separa de ellos es cada vez más profundo y esto, si me pasara a mí, que casi tengo la edad de Jordi Hurtado, no me extrañaría nada; pero lo sufren también profesoras relativamente jóvenes. Supongo que la dinámica frenética de los tiempos posmodernos hace que gente de 27 años (año arriba, año abajo) se sienta totalmente apartada de alumnos con 15. Los mundos que han vivido son muy similares, sin embargo, la necesidad de esta sociedad ultracapitalista de generar nuevos contenidos y productos de consumo cada medio minuto, provoca que no podamos subirnos a todos los carros y, menos a los de otra generación. 

Sin embargo, si lo pienso bien, tampoco es tan dramática esta brecha, porque hay otros materiales con que taponarla: la confianza, el trato amable, el dominio de tu materia, que te vean como a su abuelo y, el más fructífero, el sentido del humor. Ser un poco payaso (en el buen sentido) ayuda mucho a acercarte a estos seres de risa fácil y faltos de buenos acabados. Y ya hablaré otro día de la sintaxis.  

domingo, 19 de junio de 2022

Sobre la sintaxis y los quintacolumnistas

Es curioso cómo hasta los más avezados columnistas de la prensa española, escritores de renombre y que aprecio por su prosa literaria, sucumben ante la tentación de arremeter contra los cambios en la enseñanza, sean del tipo que sean, sin reparar en los argumentos, solo en su presunta defensa de la cultura ancestral. Los he visto clamar contra las modificaciones de las Ciencias Sociales, de la Historia, del Latín, de la Filosofía, hasta de la Economía, la Música y, ahora, de la sintaxis. No digo que no haya parte de razón en ese levantamiento abrupto que provocan los continuos y, a menudo, caprichosos cambios legislativos en la enseñanza; pero, también con demasiada frecuencia, los opinadores actúan, escriben y argumentan a partir de impulsos emocionales o demagógicos y no por razones de peso y conocimiento. El último ejemplo es un artículo de Marta Sanz en "El País", publicado el 15 de noviembre. La escritora, a la que admiro por muchos de sus libros, se lanza al abismo de las sentencias taxativas: "Sin sintaxis las posibilidades de comunicación se retrotraen a estados prehumanos", bueno, espero que la frasecita esté cargada de la ironía que esta autora les suele imprimir a sus textos, porque se parece y mucho a las arremetidas furiosas de Pérez Reverte contra todo lo que tenga que ver con los métodos académicos posteriores a Platón. No es cierto, como se interpreta en la columna de Marta Sanz, que se quiera acabar con la sintaxis en la enseñanza de la lengua, sino en darle más cancha a otras parcelas de la comunicación. Esto se viene proponiendo desde hace lustros, no es nada nuevo, y en la realidad de las aulas se avanza muy poco: la enseñanza de la lengua (en los institutos donde yo he estado) se sigue basando casi exclusivamente en la gramática y en la historia de la literatura, con lo que esto tiene de mecánico y de empobrecedor. Dice la autora de Farándula que con la sintaxis se perdería sentido crítico y sentido del humor, bueno, no sé, a mí nunca me han parecido graciosos los análisis sintácticos de las subordinadas adverbiales impropias, pero todo es ponerse; porque humor, lo que se dice humor se le puede sacar hasta a las columnas de Félix de Azúa. 

Yendo a la realidad que yo he vivido en los departamentos de Lengua por los que he transitado, os puedo asegurar que la enseñanza de la sintaxis está preservada por los siglos de los siglos; porque, por mucho que cambien las leyes educativas, pocos son los profesores que renunciarían a reducir su dosis de sintaxis semanal. ¿Quiere decir esto que el sentido del humor y el crítico tienen el futuro asegurado?, permitidme que lo dude. Es curioso que Marta Sanz relacione el sentido del humor con la sintaxis porque yo siempre la he relacionado a la inversa: los profesores que más énfasis ponen en los mecánicos análisis morfosintácticos da la casualidad que suelen ser los más graves y a los que menos les gusta innovar o reflexionar acerca de la metodología educativa, más que nada porque una clase de sintaxis se prepara fácilmente y una enseñanza de la lengua basada en el aprendizaje activo conlleva muchas horas de imaginación y planificación. Afirmar que, porque la nueva ley anime a reducir la sintaxis esta va a desaparecer de los currículos y de los libros, es tan falso como asegurar que Unamuno ya no se estudia en bachillerato (lo decía otro columnista de El Cultural al que admiro mucho, Rafael Narbona). Y, fíjate, nos hemos reído más en clase con los ensayos de don Miguel que con la yuxtaposición.    

sábado, 18 de junio de 2022

El nivel educativo en España y los argumentos falaces


El nivel educativo en España, en cuanto a la Lengua y la Literatura se refiere, es excepcional. Un profesor de instituto nos comenta que muchos de sus alumnos de bachillerato apenas cometen faltas de ortografía y puntúan los textos a la perfección. Es más, afirma que no se comen ni una sola tilde en los exámenes de mayor tensión: finales de 2º de bachillerato, selectividad... A algunos les gusta leer con verdadera pasión, le piden libros y recomendaciones literarias constantemente, tanto sobre literatura actual como sobre los clásicos. A otros les apasionan las teorías filosóficas de Nietzsche y las narraciones de Kafka. Hay siempre un grupo al que le gusta mucho escribir y le suelen llevar poemas y narraciones para que les dé su opinión. La asignatura de Literatura Universal, que él imparte, es optativa en 1º de bachillerato y es escogida todos los años por una gran proporción del alumnado de este nivel, lo que demostraría la afición incondicional por la letra escrita y por los clásicos inmortales. Para culminar su alegato nos asegura que el nivel literario y lingüístico del alumnado español es el mejor de todos los tiempos: desde 3º de ESO, la mayoría está familiarizada con los más importantes clásicos de la literatura española, desde La Celestina hasta Muñoz Molina, leen y analizan fragmentos de estas joyas de las letras y, en ocasiones, obras completas de algunos de ellos. 

Si leyéramos este artículo en la prensa (en realidad, no lo publicarían, porque solo vende lo negativo), nadie lo creería. En principio, los datos que se dan son todos ciertos, solo que se tiene en cuenta únicamente a un sector exclusivo del alumnado que, realmente, es así. El argumentario, por tanto, es falaz y no responde a la realidad general de las aulas españolas. Sin embargo, tendemos a dar crédito a la avalancha de artículos en los que se denigra la enseñanza de la Lengua y la Literatura, a pesar de que su método argumentativo es idéntico al que yo he utilizado para demostrar lo contrario: tomar la parte por el todo. Pero ya se sabe, cuando algo negativo se repite una y otra vez, se fija en el ideario colectivo y es difícil convencerse de que esa no es la realidad.    

viernes, 17 de junio de 2022

Cernuda en un bar

Hoy hemos leído a Cernuda en un bar. Las voces de los alumnos rompían, con letanía cristalina, el murmullo de los almuerzos y el reguetón de fondo. Al principio, parecía imposible que nos entendiéramos, difícil poder extraer algún placer a ese sonsonete que los primeros lectores le dan a los versos. Pero, sí, he terminado por escuchar únicamente la voz temblorosa, avergonzada un poco, de los adolescentes, enhebrada y apurada por el bullicio de la calle. Es más, Cernuda, parecía más Cernuda, en su casa, en aquella que añoraba y repudiaba a la vez; entre sus hombres, a los que amaba y odiaba; rodeados del aroma del café, el coñac y la cazalla. Hoy hemos leído a Cernuda y, aunque creíamos que su palabra se perdería en las brumas del bar, se ha enganchado a las tazas, ha impregnado los licores y se ha ajustado a los hombros de los obreros como un mono antiguo, manchado por la desolación de la quimera.