En las greguerías de Ramón, todo es piruleta, todo es caramelo de fantasía, allegro sin arrimo político, evasión y fruslería. En una greguería cabe una metáfora y un sueño, la realidad solo como apoyo, para volar a partir de una nimiedad, de una rama en una nube. La Automoribundia de Ramón Gómez de la Serna es todo un ejercicio de reivindicación de independencia personal. Desde las primeras páginas deja claro que su instinto artístico lo inclinó a negar prebendas políticas y sometimientos. Ramón se recrea en el amor de los objetos, en el fetichismo. Su muñeca de cera, que lo espera todas las noches, impertérrita, sideral, para contemplarlo horas y horas, entusiasmado ante el papel, es el mejor ejemplo de su humorismo. Porque Ramón se define una y otra vez como humorista. Odia las conferencias graves, el tono del político augusto y el del escritor ensimismado. Pasa por malos momentos porque la literatura en España, como decía Max Estrella, es "colorín, pingajo y hambre". Le gusta deslumbrar a la concurrencia, divertir, entretener, épater le bourgeois desde el trapecio de un circo. Ramón admira a Charlot y a los clowns más que a Baroja, por supuesto. De él, espoleador de una de las mejores remesas de poetas, timonel de la tertulia de Pombo, de pelo fuerte y cuerpo recio, amante de los espejos y de las estampas, deberíamos tomar lo que más apreciaba de sí mismo, su humor, la seria frivolidad que lo llevó a ser contratado por un circo y a renegar de todo lo que oliera a gravedad, corruptela y manipulación. Ramón salta por encima de la Guerra Civil, por encima de la muerte y nos encierra con él en su torre para adorar la noche. Sí, su bohemia era sincera, vivía cuando oscurecía para que los vivos y sus ruidos no estorbaran a su pluma. Escribía, escribía y escribía, porque su vida, desde el principio la fundó en la escritura. Su tío le puso el título de humorista en un palco de las Cortes y él se tomó muy en serio su papel. Periodista de oficio, porque había que comer, porque sus novelas y sus extravagancias no le pagaban el alquiler, periodista prolífico, periodista sin pausa, renovó la profesión y aireó con la vanguardia el tufo rancio del noventayochismo. Ramón moderno y único, simpático, frívolo, sin despensa, sin sombrero.
Algunas pildoras extraídas de Automoribundia:
El colegio: "Por eso persistíamos y nos dábamos ánimos. Si aprendíamos bien, tendríamos bigote. Esa era nuestra lógica."
Adolescencia: "Solo hay nua cosa más asquerosa que la adolescencia, y es el chorreo involuntario que tiene un tubo de Sindetikón (pegamento) cuando se ha apretado demasiado y se le deja sobre la mesa."
"Los genios son los que dicen mucho antes lo que se va a decir mucho después."
"El arte es la alegría de salvarse del catarro consuetudinario."
"Sé que la ambición es lo que oscurece la vida, y cuando se alía con la vanidad ya no se ve nada."
"La literatura no es un medio de comer, pero hay que ir comiendo mientras se escribe la literatura."
"¡Es tan difícil escribir un libro verdaderamente nuevo!"
"No he querido ser demasiado erudito porque eso hubiera sido cargar a la muerte con un peso muerto demasiado grande."
"La limpia y desinteresada heroicidad no existe sino en el acto de decir todo lo que se piensa de la más libre y expresiva manera."
"Como resumen comprobatorio de la vida, no hay más que el orinal."
"El mayor tesoro para el escritor es la soledad."