sábado, 18 de abril de 2015

Dublineses IV


Las atracciones de Dublín no las busquéis en las visitas al castillo, ni en el Trinity College, ni en el ayuntamiento, sino en los urinarios de los pubs. En esos lugares se localiza el gran atractivo turístico de la ciudad. Y no es moco de pavo. Ni Roma, ni París, ni siquiera Londres ofrecen paisajes tan atrayentes como las empinadas escaleras de los retretes de esta ciudad. No hay otros sitios en Dublín que el viajero visite tanto. Después de disfrutar de uno de los mayores placeres de los que puede gozar un hombre (y cito a un cura casto), aprende uno a lavarse y secarse las manos con rapidez y pericia. Todo se dispone con eficacia para volver a la barra, atraído por las sirenas que se apostan en todos los pubs de la ciudad, desafiando a los tapones de los oídos con que suelen protegerse los navegantes. Nos recreamos con el refrescante sabor de 1000 cervezas distintas que apenas se suben a la cabeza, con la esperanza de que en las pantallas de televisión dejen de emitir el Máster de Augusta de 1991.
La música celta puede entusiasmar tanto como empalagar, según el intérprete. El violín y el acordeón invitan a ahogarse en pintas por placer, la cantinela del cantautor nacionalista invita a ahogarse en pintas por desesperación. Todo es algarabía y urinarios. Conozco las porcelanas del retrete del O´Neals con más detalle que las de mi casa y solo llevamos aquí cuatro días.
Mientras, los chicos se entretienen: "Cobete" enseña el culo por una ventana. "Popeye" reta a un combate de boxeo al campeón de Cuenca de los pesos ligeros (la ignorancia es muy atrevida). Suerte tiene de que el guarda del Trinity College impide la pelea (el campeón venció en la final a su propio hermano). Al llegar al hotel, el "Ganadero" traiciona a sus amigos con fotos poco decentes. Es el ritmo de los 17 años. Y yo sigo en los urinarios charlando con alemanes, con dublineses, con españoles y con un señor de Finlandia que se balancea y amenaza con su chorro disperso, mientras desalojamos las pintas en el paredón de cerámica blanca. En las pantallas de televisión, un irlandés vuelve a ganar el Máster de Augusta. Lo bueno de Dublín es que a los borrachos nunca se les ve desamparados.

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