domingo, 12 de abril de 2015

Dublineses I



Que los aeropuertos se han convertido en algo muy parecido a los corredores de un matadero de reses es algo innegable. Aún más si uno se embarca en un viaje con 41 muchachos de 16 años. El tenso pánico que envuelve el ambiente desde las últimas catástrofes y las colas dirigidas con cintas de tela aumentan la angustia y la desesperación. Los viajeros aceptan sumisos el destino al que los abocan los túneles de metacrilato y los techos altos.
Todo cambia al llegar a Dublín. Se despeja la incógnita de vivir para contarlo y, para compensarnos, contemplamos una ciudad de andar por casa, sin soberbia. Apenas se la oye destacar en sus construcciones: no abruman las descomunales iglesias, ni los mastodónticos edificios, ni los arcos apabullantes. Nos planteamos la primera pregunta trascendental en un viaje, "¿qué vamos a ver aquí?", y una respuesta concluyente, "gente, pelirrojos con sonrisa confortable y con ganas de pegar la hebra". Todos los oficios susceptibles de engendrar tipos con mal gesto, se transforman en Dublín en traficantes de amabilidad: recepcionistas de hotel, policías, camareros, funcionarios... Nos pasan la "papela" y a las pocas horas viajamos en el cuelgue que a ellos les lleva al buen rollo. El mismo que se aprecia al entrar por primera vez en uno de los pubs de Temple Bar: música celta en directo, ambiente propicio para el jolgorio, pintas, niños bailando y mucho trapicheo de turistas embaucados por la droga de los dublineses. La risa roja de una tabernera vikinga farfulla comentarios jocosos mientras nos sirve las bebidas, sin otra preocupación que la sed de esa noche.
Al salir, en las márgenes del río, dos muchachos ebrios se despojan de las camisas y apurando una botella de whyskie se lanzan al agua desafiando el afilado viento de la tarde.
Para cenar, una sorpresa de charanga y pandereta. Solo a unos patriotas de pro como a nosotros se nos ocurre visitar un restaurante español en pleno Dublín con este menú: "Chiken chilindrón, estofado de rape con chorizo, salmón con jamón, tortilla española al horno con paprika y flan de arroz con leche". Infame comida e inmejorable trato. Los banderines y las bufandas del Málaga, los anuncios de Torremolinos, el Betis, el toro y la flamenca nos trasladan a los años 60 de un país no del todo real. En la puerta de los urinarios la página de un periódico de Dublín informa de un atentado de separatistas vascos contra el restaurante "La Paloma". Lo intentaron quemar, pero no lo consiguieron. Casi lo lamentamos.
Este es un primer día en Dublín. Esperemos que "la vieja cerda" (como llamaba Joyce a su Irlanda) nos ofrezca más sorpresas rojas y no nos devore como a su lechigada.    

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