Hoy, 29 de diciembre de 2020, es un día de mierda, como todos los 29 de diciembre desde hace 9 años. Ese mismo día, en 2011, no había pandemia, todos lucíamos el rostro sin miedo a la peste, la megafonía de la iglesia seguía vomitando insoportables villancicos, el sol calentaba livianamente la muerte de mi padre y yo rozaba su piel fría con las yemas de los dedos. Es 29 de diciembre, otra vez. La resaca del güisqui mal digerido espesa la mañana y la convierte en un bulto de angustias. Ni siquiera el vómito se atreve a salir para depurar el estómago, colapsado por el alcohol y la carne de cabra. Es 29 de diciembre, otra vez, en una habitación de hotel de un pueblo todavía más inhóspito que el mío. El viento varea las adelfas de un barranco próximo y extiende su veneno de rutina por las calles engalanadas de luces y compras. Como aquel día de 2011, aquel día en el que el sol no se atrevía a calentar el zaguán en la casa de mi padre, mientras esperábamos, desconcertados, a los empleados de la funeraria. Hay un plomo agrio en el recuerdo de esos días, un regusto que se queda en el paladar durante años y años. La ropa interior blanca de mi padre, la piel áspera de mi padre, el rostro acartonado de mi padre, el pasillo de llantos y el olor a morfina atrapada en el gotero. El tiempo va gangrenando la memoria y extiende los agujeros de la carcoma. Nadie es ajeno a esta falacia de la vida, nadie puede evitar las ausencias, los amplios espacios de la nada en los que se instalan los muertos. Hoy, 29 de diciembre, es un día de mierda. El espejo me devuelve la palidez de la resaca. La angustia me acompaña en el amanecer y no me suelta hasta bien entrado el mediodía. Los gusanos de la madera roen sin cesar la carne de la memoria.
Secciones
miércoles, 30 de diciembre de 2020
Hoy es un día de mierda (29 de diciembre de 2020)
miércoles, 23 de diciembre de 2020
"Gustavo Adolfo Bécquer: la aristocracia del espíritu" por Rafael Narbona
martes, 22 de diciembre de 2020
Méritos del "escritor" rural
Méritos del escritor rural:
1. Que sea del pueblo.
2. Que haya salido en medios de comunicación y sea medio famoso.
4. Que no molestes a los convecinos en tu obra.
3. Que tenga muchos "likes" en sus redes sociales.
4. Que le hayan dado premios de relumbrón mediático.
5, Que sea un poco (o un mucho) cursi.
Méritos que no se requieren:
1. Que su obra tenga calidad literaria contrastada.
2. Que sus premios no sean producto de la popularidad mediática.
3. Que sepa escribir.
4. Que haya leído a los clásicos.
lunes, 21 de diciembre de 2020
De Reverte al circo romano
Dice Reverte en su último artículo que España ha entrado en barrena sociocultural desde la LOGSE hasta nuestros días. Como todo el mundo sabe, nuestro país era el faro que irradiaba luz a todos los países de Occidente antes de los noventa. Albacete y Teruel eran las ciudades deseadas por todos los popes de la cultura, por el intenso trajín artístico que se vivía en ellas. Reverte dice que ha sido el abandono de las lenguas clásicas lo que ha propiciado esta debacle educativa que vivimos desde hace tres décadas.
Empleemos el mismo argumentario que nuestro académico y elucubremos cómo podría haber sido nuestra sociedad si las leyes de educación hubieran sido otras, si las horas obligatorias de latín y griego hubieran llenado los horarios escolares. En este mundo distópico, habrían desaparecido materias como Ciencias de la Tierra o Informática o Tecnología Industrial o Música para dotar de horas a las lenguas clásicas. Lógicamente, los alumnos, entusiasmados con la perspectiva de aprender griego y latín, habrían dejado de lado los ordenadores, los móviles, las litronas y hasta los videojuegos. En vez de botellones, los jóvenes celebrarían paseos peripatéicos por el ágora, vestirían túnicas y se deleitarían con el enfrentamiento dialéctico de los epicúreos contra los estoicos. En nuestro congreso de los diputados, no veríamos oradores discípulos de Jorge Javier Vázquez, sino de Cicerón y Séneca. En las calles se habría vivido un nuevo renacer cultural, artístico y literario que habría conllevado una sociedad de mejor gusto, más recia. No se daría cancha a programas como "Gran Hermano" o "La isla de las tentaciones", pongamos por caso y los hábitos lectores atraerían las envidias de nuestros países vecinos.
Y en este clima de euforia literaria me pregunto, ¿leería alguien a Pérez Reverte? Si la mayoría estuviera contagiada por la lírica de Ovidio, Catulo, Horacio y Virgilio; si en el teatro se aplaudiera a los seguidores de Sófocles y Eurípides; si se hubiera desarrollado el gusto narrativo por Homero y Hesiodo; ¿alguien tendría el mal gusto de leer una novelita de Reverte? Por supuesto que no. Entonces, en esa arcadia cultural y literaria, ¿a qué se dedicaría nuestro académico? Por fuerza, sería gladiador, seguro. El circo romano también se habría recuperado. A ver si va a tener razón.
viernes, 18 de diciembre de 2020
Navidad sin colas
No concibo una Navidad sin colas. Voy a morir de angustia, estoy seguro. No voy a soportar todas las vacaciones sin tirarme en una fila interminable tres o cuatro horas para ver un belén o para comprar un número de lotería o para que me firme un ejemplar de su última novela Belén Esteban o Eva García Sáenz de Urturi, (si no fuera por el apellido las confundiría una y otra vez). ¿En qué voy a ocupar las treinta o cuarenta horas que dedicaba a estos quehaceres, en qué? Mis vacaciones ya no tienen sentido. Nos han robado la Navidad. Muérete, Pedro Sánchez.
Gente sin barbilla
La constatación de que la imaginación burla a nuestros sentidos se presta a todo tipo de elucubraciones. Por ejemplo, cuando hace mucho tiempo que no vemos a un "allegado" o cuando muere alguien próximo tendemos a fijar un daguerrotipo que se va difuminando poco a poco, conforme pasa el tiempo, hasta convertirse en un esfumado que en absoluto corresponde a la realidad, como en esas pesadillas donde tu madre tiene el cuerpo de un hombre o tú mismo el de un elfo. Así ocurre también con los libros que hemos leído hace tiempo o con las películas o con las obras de teatro o con cualquier tipo de recuerdo. Nuestra imaginación es capaz de inventar las impresiones más perversas, desde una ventana que no existe, hasta la habilidad de un amigo que en realidad era la torpeza en persona. La imaginación está ahí, al acecho, siempre pendiente del fallo de nuestros sentidos para colocar su propio engendro. Cuando ves al chico de la primera fila quitarse la mascarilla en el patio, aparece, no él, sino la versión sensorial de sí mismo. A veces, la imagen que habíamos construido de su barbilla era mucho más atractiva y tendemos incluso a no creer a nuestros ojos.
La imaginación, a menudo, nos salva de la grosera realidad.
domingo, 13 de diciembre de 2020
"Mank" y "Aquitania", el arte y la filfa
Veo Mank y leo Aquitania.
Disfruto, me divierto con los diálogos de Mank, la película de David Fincher; con Herman Mankiewicz resucitado, y de qué manera, por Gary Oldman; con el sustrato de Ciudadano Kane, siempre presente y abrumador.
Me avergüenzo de que libros como Aquitania (esto no es literatura) ganen premios de relumbrón. Conozco al personaje histórico, conozco muchos de los acontecimientos que se narran en la novela y aun así todo me parece falso, sin pizca de originalidad ni interés. Las voces narrativas suenan tan huecas como las de una voz en off de telefilme de sobremesa. Es escritura de sobaquillo: se mastica con dificultad, pasa por el estómago sin pena ni gloria y no deja ninguna vitamina necesaria.
Vuelvo al blanco y negro de Mank. Me encojo en el sofá ante el magistral montaje, ante la vitalidad y progresión de una historia redonda, compleja, bien urdida. Me relamo con la chispa inteligente de los discursos de Herman. Un personaje al que reconoces a los diez minutos de metraje y que te arrastra, sin remisión, a su mundo privado de alcohol y creatividad.
Me hundo en la cama, abochornado por una literatura de wikipedia; irritado al ver deambular a los personajes a través de sucesos presuntamente históricos, deslavazados y triturados por una redacción sin pulso. Todo está muerto aquí. Nada es verosímil, ni siquiera lo que se supone que es cierto según las crónicas. La escritora ha conseguido idiotizar al personaje histórico en una caricatura simple y desmedrada que recuerda a los retratos de personajes que hacen los chicos de ESO cuando les pido el resumen de una novela. Pobre Leonor y pobre Guillermo.
Mank es un clásico en los primeros veinte minutos de cinta y crece y crece hasta el final. Aquitania es un bodrio en sus primera veinte páginas y no levanta el vuelo ni una sola vez, todo lo contrario, se hunde cada vez más en una escritura de sobaquillo que huele a pastiche y a culebrón turco en cada uno de sus rincones. Mank es la obra maestra de un buen artesano. Aquitania es la historieta de cartón piedra que puede usted encontrar, mejorada, en las novelas de Corín Tellado o en los tebeos del Capitán Trueno. Mank es arte, Aquitania es una redacción de principio de curso con amplia documentación.
Cuando abro un libro o me siento a ver una película espero que me rapten, que me trasladen en el espacio, en el tiempo, en el ánimo. Con Mank he viajado al Hollywood de los años 30 y 40, con Aquitania ni siquiera he sentido que nadie me agarrara la mano.
viernes, 11 de diciembre de 2020
"Cuentos de niños" por Antonio Muñoz Molina
jueves, 10 de diciembre de 2020
Historias de la televisión II
lunes, 7 de diciembre de 2020
Sinceridad en las redes
Las redes sociales son muy peligrosas, se hacen con nuestros datos y los emplean con fines perversos. Lo acabo de leer en varios artículos de prensa. Yo esto ya lo intuía y, por eso, desde que empecé a utilizar Facebook, Guásap y otras redes sociales, miento tanto como puedo. No, hermosos, no. No me gusta leer. No me acuerdo del último libro que abrí, ni siquiera sé cómo se hace. Por supuesto, no soy profesor de literatura, ni he escrito nunca otra cosa que no sea la nota para ir a la compra. Tampoco tengo 104 años, como se dice en Facebook, ni siquiera soy hombre.
Y por qué me sincero ahora, pues porque tengo a la policía a la puerta de casa y voy a ir a la cárcel sin remisión. He robado varios bancos, he secuestrado mascotas y me gusta la necrofilia (con muy poco éxito, tengo que decir). Ya no me importa nada revelar mi verdadera identidad, además, estaba harta de fingirme una persona distinta a la que muestran mis redes sociales (seguro que a vosotros también os pasa). En cuanto podáis, sinceraos, sienta muy bien. Es una liberación tremenda.
sábado, 5 de diciembre de 2020
"La envidia y el síndrome de Solomon" por Borja Villaseca
viernes, 4 de diciembre de 2020
Vídeo de la presentación "Cuentos de libro" en la que participo con el relato "Manual de estilo"
miércoles, 2 de diciembre de 2020
La relectura, tumba del falso literato
De La Regenta conozco la superficie argumental con detalle porque la explico en clase y porque la intriga es un arma imprescindible para alentar a la lectura. Sin embargo, releerla no solo no ha resultado infructuoso, sino que me he vuelto a empapar con deleite de ese mundo oscuro y húmedo de Vetusta (no de Oviedo). Porque Vetusta no es Oviedo, es una invención literaria (por mucho que se apoye en lo real), un mundo de ficción en el que el lector, conducido por la mano implacable de Clarín, descubre al hombre de finales del XIX y al del XXI (por eso es un clásico). La buena literatura, la literatura, te ofrece personajes abiertos en canal con los que sufres, te desesperas, gozas, hueles tus propias entrañas y las de tus semejantes. La literatura escarba en las vísceras, encuentra la belleza en los rincones y te sumerge en espacios por descubrir, sin transitar, decorados con el pincel único del creador. El final de La Regenta es estremecedor. La angustia de Ana Ozores, la ira furibunda de Fermín y el beso de sapo de Celedonio, los vive el lector como una más de las criaturas que pueblan la novela. La viscosidad se palpa, la falta de aire es real, la catedral se te cae encima a ti, no a Ana. Aunque uno conozca el final y el desarrollo de los acontecimientos, es tal la maestría del creador literario que, en la enésima relectura, vuelve a agarrarte de la entrepierna y vuelve a estamparte contra la pared.
Qué decir de la otra novela: aire, vacuidad, filfa. Todo se diluye en la segunda lectura y, aún menos, descubres la falsedad de personajes que no lo son, la evanescencia de los escenarios y el aguachirle del lenguaje. Solo la cualidad de que a uno se le entienda no es suficiente para llamarse escritor. Porque el único valor que le he encontrado a la novela innombrable es que se entiende, solo eso. Lamentablemente no es la única que adolece de todo lo que adorna a la literatura, hay muchas narraciones que no son literatura, son otra cosa, no sé cómo llamarlas; pero literatura, no. Lamentablemente, los profesores nos vemos impelidos a buscar obras fáciles, que se entiendan, sin añadir, "y que sean literatura". Craso error. Les estamos invitando a un sucedáneo y los vamos a privar del misterio, de la angustia, de la sorpresa, del beso de sapo de Celedonio. No, no se trata de leer cualquier cosa que se entienda, se trata de que al leer sientan una patada en las tripas que les revuelva la digestión y les haga detenerse a pensar en la descomposición que los buenos libros provocan en nuestro organismo.
viernes, 27 de noviembre de 2020
"Alegría de Francisco Brines" por Antonio Muñoz Molina
"Aquitania", historias casi consecutivas
Una curiosidad literaria. El último premio Planeta se titula Aquitania y, según he leído, la protagonista es la archiconocida Leonor de Aquitania, reina y trovadora de amplia biografía. No tengo afición ni mucho menos por los premios Planeta, pero este lo voy a leer por el incentivo de que yo escribí una novela sobre el abuelo de Leonor, Guillermo de Poitiers. Mi novela se titula Te negarán la luz y estuve en un tris (qué bonita palabra) de llamarla Aquitania. No sé si me arrepentiré, porque viví con pasión durante un año en los siglos XI y XII y no quisiera quemar esa sensación de viaje en el tiempo que me supuso meterme en la piel de ese duque atrabiliario y extravagante. Ojalá y la nieta no me decepcione, ya os contaré. Os invito (con plena conciencia de oportunismo) a compararlas.