domingo, 15 de noviembre de 2015

Recomendaciones lectogastronómicas: hoy, Miguel de Cervantes


Cervantes es un huevo frito en sartén de hierro acompañado por unas patatas a lo pobre con aroma de ajo y aceite de oliva. Todo servido en una cazuela de barro desportillada, para comerlo con las manos, empapando el pan de hogaza en el huevo y atenazando con los dedos las patatas chorreantes. Una delicia sencilla que muy pocos aborrecen y muchos celebran, un manjar de pobres que se amansa en el paladar como el rodar de un carro de bueyes. De segundo, Cervantes es un guisado de caza, de los que se dejan cociendo en las ascuas a fuego lento hasta que el caldo se puede apresar entre los dedos como materia sólida. Carnes recias que por la magia del fuego y del tiempo van dejando su aspereza en el agua que los riega y se enternecen como los infantes cuando embocan el pezón de la madre.
Cervantes es aire, fuego, tierra y sobre todo... vino, vino con cuerpo que atraviesa el paladar y el esófago para caldear las tripas y hacer hervir la cabeza con imaginaciones y ocurrencias que despiertan risa y melancolía, a partes iguales. "Dadme de lo caro, que el agua no alimenta" dice Sancho a una ermitaña para reclamar lo que pide el cuerpo. ¿Y dónde quedan los tan cacareados "duelos y quebrantos"? Esos se los comió todos don Miguel, a carrillos llenos y masticando con las encías, que las muelas ya habían naufragado en el asendereado trajín de los años.  

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