Es el punto y coma un signo de puntuación épico, un héroe dentro del amplio abanico de signos de puntuación en castellano. Lo digo así, directo, para dejar claro el tono del discurso.
El punto y coma no es más que ese ente siempre desconocido, que hace de su desconocimiento un arte; ese ente siempre aislado, que hace de su aislamiento un orgullo; ese ente enigmático, como si se empeñara en mostrar solo la patita de la abuela bajo la puerta del cuento. Eso sí, su uso tiende a difuminarse entre la marea de letras que nos invade. No parece bastar para su supervivencia la elegancia de su grafía (;), que combina los dos rasgos genéticos de sus familiares más ilustres: por un lado, la robustez del punto; por otro, la ligereza de la coma. No importa, aun así va desapareciendo poco a poco con cada texto sin nadie que lo remedie. No obstante, su aura permanece ahí, en el corazón de nuestra gramática, esperando a que la subjetividad del escritor decida por él, ansioso por no ser el último de sus hermanos que salga escena. Siempre fue así, hay muchos tipos de pausas: la corta, a la que nos condena la coma; la media, obligada por el punto y seguido; la definitiva, simbolizada con el punto final… y luego está la pausa del punto y coma, que nadie sabe cuál es, pero que es la más refinada de todas ellas. Porque hay veces que la realidad nos pide una pausa sin saber muy bien para qué. Esas son las verdaderas pausas, las provechosas, las que no tienen principio ni fin. Delante de todas ellas, aunque muchas veces no lo sepamos, hay un punto y coma.
Luego está ese plural invariable (la coma, las comas; el punto, los puntos; el punto y coma, los punto y coma), como si una forma valiera por todas. Es como el plural de dios, que en el mundo moderno y occidental pierde sentido. El símil no es exagerado, los puntoycomistas vemos al signo como una especie de deidad a la que tenemos que rendir pleitesía. El propio texto le rinde pleitesía. De hecho, todas las palabras que siguen al punto y coma han de ser escritas con minúscula (excepto, como ocurre con todo en la lengua, en contados escenarios). Esta suerte de humillación narrativa es lo menos que podríamos esperar de una figura tan importante para el castellano como es esta. Su difícil supervivencia responde a un motivo principal: corren malos tiempos para la subjetividad. Es este un mundo marcado por las reglas y, lo que es peor, por la complicidad del habitante del siglo XXI para adaptarse a ellas. El hecho de que el punto y coma ofrezca una cierta libertad es, en opinión de estos párrafos, una licencia que el castellanohablante no está dispuesto a permitirse.
Eso sí, la dignidad de un punto y coma nunca puede ponerse en duda. Por ejemplo, la Real Academia adapta la mayoría de usos de nuestro signo a la utilización de otros signos. Alrededor de este asunto, el puntoycomista siempre encuentra la mirada alta de este signo cuando se enfrenta al Diccionario panhispánico de dudas. Por ejemplo, de su utilización más extendida, la RAE dice: «Separa los elementos de una enumeración cuando se trata de expresiones complejas que incluyen comas». ¿Acaso no queda claro que ceñirnos siempre a la prevalencia de la coma es insuficiente? Un verdadero puntoycomista sabe que hay complejidades (utilizando el mismo término que la RAE) que no caben en una pausa de una coma, como se sugería al principio del texto. Es decir, las reflexiones que más exigen a las meninges salen siempre de un punto y coma, ya lo deja claro el DPD.
El segundo uso que del punto y coma recoge la Docta Casa es, sin duda, mi favorito. Lo enuncian así: «Se utiliza para separar oraciones sintácticamente independientes entre las que existe una estrecha relación semántica». La relación semántica. Nunca imaginé que a los puntoycomistas nos pusieran en bandeja la razón de nuestras sinrazones. Solo nosotros somos capaces de encontrar la relación semántica que merece un punto y coma. ¿Y qué relación es?, preguntará el lector. ¿Acaso importa? Lo realmente valioso es el fruto de esa relación. La Academia lo sigue definiendo bien: «La elección de uno u otro signo depende de la vinculación semántica que quien escribe considera que existe entre los enunciados. Si el vínculo se estima débil, se prefiere usar el punto y seguido; si se juzga más sólido, es conveniente optar por el punto y coma». Da en el clavo. Ese vínculo sólido es el que mantiene todavía vivo este texto.
El tercer uso que recoge el diccionario es, quizás, el minoritario entre todos ellos. Se debe colocar el punto y coma delante de ciertas conjunciones (mas, pero, sin embargo; todo adversidad) siempre que las oraciones a las que da paso la conjunción tenga «cierta» longitud. La Academia utiliza ese adjetivo, «cierta», de nuevo colocando sobre las espaldas del hablante el peso de una decisión tan importante como es imponerle una pausa a nuestra vida. Como si no tuviéramos bastante con decidir la velocidad punta, la aceleración, el rock and roll; ahora también tendremos que hacer hincapié en el freno, en la duda, en el silencio. Dado que se trata de conjunciones en su mayoría adversativas, todo puntoycomista sabe que la mejor manera de contradecir algo o a alguien (en este caso, una idea) es colocando un punto y coma sobre su dignidad textual. Es, al fin y al cabo, el sino de todo «símbolo»: «simbolizar» algo en nuestro imaginario. El último apéndice académico referido al uso del punto y coma es un tanto desconcertante. Reza algo así: «Detrás de cada uno de los elementos de una lista cuando se escriben en líneas independientes y se inician con minúscula». Como no tengo ni idea de a qué se refiere, solo puedo decir que pondré punto y coma como está mandado cuando de saltar líneas se trate; de hecho, la mayoría de lenguajes de programación finiquitan sus sentencias con este signo. Alguien debió de verlo claro.
La vida se decide entre silencios. Es tan simple como eso. Mañana, en el fragor de un texto, la quietud de un punto y coma nos hará grandes. Los días son demasiado largos, los textos demasiado rápidos; pero todo puntoycomista sabe que en el espacio que cabe en un punto y coma (ya saben, menor que un punto, mayor que una coma) se esconde la esencia de cualquier épica.
Que se lo digan, si no, a las trece veces que, a través de estos renglones, se dejó ver.