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jueves, 30 de enero de 2014
Cayó y calló Félix Grande
EN RECUERDO DE FÉLIX GRANDE
Hoy, 30 de muerte, se ha callado el poeta,
ha dejado su voz sencilla,
su voz dura de nostalgias
para que la recoja la tierra y haga barro con ella.
Hoy ha muerto el poeta,
el de la cabellera griega, plateada, como un arca siempre abierta.
Hoy se ha callado el hombre que desgarraba ayes de flamenco en la pechera de su camisa
y se congelaba con la locura de su madre.
Hoy, hoy, ha vuelto a morir un poeta
y la tierra se lava las manos en sangre de palabras.
Dos poemas del maestro:
RECUERDO DE INFANCIA
Hoy el periódico traía sangre igual que de costumbre
venía chorreando como la tráquea de un ternero sacrificado
he visto chotos cabras vacas durante su degüello
bajo el agujero del cuello una orza se va llenando de sangre
los animales se contraen en sacudidas cada vez más nimias
de pronto ya no respiran por la nariz ni por la boca
sino por la abertura que la navaja hizo en la tráquea
en la cual aparecen burbujas a cada nueva respiración
a menudo parece que están completamente muertos
y no obstante aún se agitan una o dos veces suavemente
ahora sus ojos ya no miran tienen como una niebla
un teloncillo de color indeterminado que recuerda al ceniza
entonces el carnicero se incorpora con las manos manchadas
y procede a desollar y trocear al animal cadáver
para después pesarlo venderlo en porciones hacer su negocio
hoy el periódico traía sangre lo mismo que otros días
acaso unos cuantos estertores más que de hábito
pero cómo saberlo hay países que no especifican
por ejemplo el departamento de estado no da las cifras de sus bajas
únicamente les agrega apellidos
bajas insignificantes bajas ligeras bajas moderadas
hoy el periódico traía sangre en volumen considerable
y mientras leo pacientemente civilizadamente el intento
de justificación de esos destrozos escrito de sutil manera
recuerdo vacas cabras chotos la gran orza en el suelo
y recuerdo imagino pienso que unos cuantos carniceros
continúan desollando troceando pesando en sus básculas
haciendo su negocio mediante esos pobres animales sacrificados.
POÉTICA
Tal como están las cosas
tal como va la herida
puede venir el fin
desde cualquier lugar.
Pero caeré diciendo
que era buena la vida
y que valía la pena
vivir y reventar.
Puedo morir de insomnio
de angustia o de terror
o de cirrosis o de
soledad o de pena.
Pero hasta el mismo fin
me durará el fervor
me moriré diciendo
que la vida era buena.
Puedo quedar sin casa
sin gente sin visita
descalzo y sin mendrugo
ni nada en mi alacena.
Sospecho que mi vida
será así y ya está escrita.
Pero caeré diciendo
que la vida era buena.
Puede matarme el asco
la vergüenza o el tedio
o la venal tortura
o una bomba homicida
35 ni este mundo ni yo
tenemos ya remedio.
Pero caeré diciendo
que era buena la vida.
Tal como están las cosas
mi corazón se llena
de puertas que se cierran
con cansancio o temor.
Pero caeré diciendo
que la vida era buena:
La quiero para siempre
con muchísimo amor
(La noria, 1974)
sábado, 25 de enero de 2014
"Éxtasis en los urinarios" del poemario "Los placeres y otros fluidos"
Fotografía de Juan Luis López Palacios
"No hay placer mayor
que descargar la vejiga
cuando uno está necesitado",
dijo el cura, un párroco
beatífico,
empotrado en los urinarios.
Llevaba el celibato entre las manos
y nunca lo había roto,
ni siquiera una fisura
(lo advertí en sus ojos extraviados,
mirada de gozo extático
que se clavaba en la inmensidad del cielo raso).
Envidié su gozo
en acto tan cotidiano
y me propuse continencia
durante un mes
(quería repetir su gesto
y alcanzar su misterio).
"Como los ciegos
desarrollan otros sentidos
hasta límites inverosímiles,
quizá la privación del sexo
conduce al absoluto orgasmo
cuando uno desagua en los urinarios"
pensé.
No fui capaz de guardar la continencia,
se me rompía el celibato por las esquinas.
No tengo esencia de santo,
ni siquiera de simple estoico.
Epicuro es implacable
con sus frágiles vasallos.
miércoles, 22 de enero de 2014
"Lope, inagotable pero no imposible" de J.M. Martí Font
Shakespeare (1564 -1616) escribió 36 obras dramáticas: 11 tragedias, 15 comedias y 10 obras históricas. Molière (1622 -1673) y Corneille (1606 - 1684) no llegaron al medio centenar cada uno. Félix Lope de Vega y Carpio (1562-1635) aseguraba haber hecho 1.500. Se le atribuyen 314 seguras, además de 42 autos sacramentales. Se conservan 50 manuscritos originales. La leyenda dice que empezó a los 10 años y hay quien le considera el primer escritor profesional. Para muchos expertos es, sobre todo, un gran revolucionario. Quizá ese exceso de producción disculpe que no existan aún unas Obras completas dignas de ese nombre. Aunque están más cerca que nunca, gracias a la labor de los hermanos Blecua, leyendas de la filología española, primero en la pequeña editorial Pagés y ahora en Gredos, sello de RBA.
La edición de Menéndez Pelayo comprendía 14 tomos, prologados, pero sin notas. Hasta muy recientemente, tal vez por sus colosales dimensiones, no existía una edición crítica de la obra completa de Lope de Vega, ni siquiera de todas sus comedias. A esta labor se viene dedicando desde hace 16 años el grupo de investigación Prolope de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), bajo la dirección del catedrático del departamento de Filología Española Alberto Blecua y del filólogo Guillermo Serés.La obra del llamado Fénix de los Ingenios ha sido ampliamente divulgada aunque no fue muy traducido, a excepción de en Italia. Su influencia en el teatro occidental resulta enorme, sin ir más lejos, se le considera el padre de la reducción a tres actos de las piezas teatrales. En la segunda mitad del XIX, la Academia de la Lengua decidió publicar la obra completa de Lope, empresa que pasó a ser dirigida por el gran erudito y controvertido intelectual Marcelino Menéndez Pelayo. Esta edición arranca con la famosa Nueva biografía de Lope de Vega, de Cayetano Alberto de la Barrera y Leirado, escrita poco después de la muerte del dramaturgo, que había sido censurada, porque incluía su correspondencia, cuando ya era sacerdote, con su amante Marta de Nevares, lo que ponía en evidencia la promiscuidad de Lope de Vega, cuyo número de hijos y de relaciones era legendario, como atestigua Cervantes.
Cuenta Alberto Blecua que hace muchos años, un amigo suyo de nombre Víctor García de la Concha —y anterior presidente de la RAE— preparaba oposiciones a catedrático de instituto y le pidió que le ayudara a preparar un tema sobre las comedias de Lope anteriores a 1600. Al hacerlo descubrió lo mucho que quedaba por hacer incluso con un autor como Lope, y desde entonces está en ello. Prolope reunió un equipo de investigadores que ha creado escuela. La financiación pública del proyecto tenía como condición la publicación de los trabajos. Blecua y el profesor Serés se dirigieron a la pequeña editorial Pagés, de Lleida, que desde entonces ha publicado, en su sello Milenio, las diez primeras partes de la edición crítica de las comedias de Lope. Cada parte contiene 12 obras y en total han llegado a las librerías 26 volúmenes.
Ahora, el proyecto ha dado el salto a una gran casa editorial, al sello Gredos, propiedad del grupo RBA, que acaba de presentar en Barcelona otra entrega de 12 comedias: la undécima parte.
Lo cierto es que Pagés no se lo esperaba. “Empezamos hace 16 años y ahora se han ido a otra editorial”, explica un tanto compungido. “He hablado con RBA y vamos a tener una reunión porque hay que arreglarlo, de modo que los lectores puedan acceder a la colección completa. No es lógico que la mitad esté en una editorial y la otra mitad en otra”. Explica Pagés que tiene clientes en todo el mundo, básicamente grandes universidades y bibliotecas, especialmente en América Latina. El reto que supuso atreverse con tamaño proyecto para esta pequeña empresa empieza ahora a rendir. Se calcula que completarlo tomaría 30 años más.
La labor de terminar
La labor de terminar
el proyecto tomaría
a los expertos
unos 30 años más
La presentación fue una reunión extraordinaria de grandes especialistas del Siglo de Oro español, empezando por los hermanos Blecua. José Manuel señaló la importancia de disponer de una versión crítica de la obra de Lope, con las distintas versiones cotejadas y las notas que iluminan el texto. Habló de los realia: términos que definen los objetos de la cultura material de la época. Por ejemplo, “la uña de la gran bestia” era ni más ni menos que la pezuña de alce que se vendía en las farmacias de Valladolid. “Lo más importante”, añadió, “es cómo se lee el teatro, que en realidad estaba hecho no tanto para ser representado como para ser leído”. “Los profesores tendrían que aprender a leer los textos”, apuntó el director de la RAE, “un gran profesor tiene que ser un gran actor”.
Alberto Blecua fue entrevistado por Iñaki Gabilondo e intentó satisfacer la curiosidad de “un analfabeto”, como se definió el periodista. La España del Siglo de Oro era un país mucho más rico, culto y complejo de lo que ahora puede pensarse. Recordó que, hacia 1600, solo en Sevilla había 5.000 estudiantes y según el historiador Richard Kagan, un millón y medio de lectores. El 15% de la población leía… latín, algo de lo que, según Blecua, cabría responsabilizar a los jesuitas, lo que no deja de ser una contradicción en plena contrarreforma. “El Quijote”, recordó, “tiene 400 libros en su biblioteca, entre ellos la primera traducción deTirant lo Blanc, pero no era el Quijote quien tenía esta biblioteca, sino Cervantes, lo que da una idea de lo mucho que se publicaba”. La literatura es un negocio importante: La cárcel del amor y La Celestina son auténticos best sellers. “Estaba de moda aprender español y el imperio contribuyó a su difusión”, señaló Blecua.
El teatro era una obsesión en la España del Siglo de Oro. Un estudiante italiano de la época escribe que en Salamanca ha visto 200 comedias en cuatro años. Y como hoy, Lope de Vega y sus contemporáneos también tuvieron que luchar contra el fenómeno de la piratería. “Existían los llamados memorillas o memoriones, que iban tres veces al teatro, se aprendían los versos y luego los escribían”.
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martes, 21 de enero de 2014
Último poema de Juan Gelman
Verdad es
Cada día
me acerco más a mi esqueleto.
Se está asomando con razón.
Lo metí en buenas y en feas sin preguntarle nada,
él siempre preguntándome, sin ver
cómo era la dicha o la desdicha,
sin quejarse, sin
distancias efímeras de mí.
Ahora que otea casi
el aire alrededor,
qué pensará la clavícula rota,
joya espléndida, rodillas
que arrastré sobre piedras
entre perdones falsos, etcétera.
Esqueleto saqueado, pronto
no estorbará tu vista ninguna veleidad.
Aguantarás el universo desnudo.
Juan Gelman
La Condesa DF
28 de octubre de 2013
¿Preocupan a los dirigentes políticos los problemas de sus ciudadanos? de Javier Bilbao
Analizaré todas las pruebas adicionales que confirmen la opinión que
ya me he formado
. (Hugh Molson, parlamentario británico)
ya me he formado
. (Hugh Molson, parlamentario británico)
Sospecho que muchos lectores al ver el título habrán dado la misma respuesta
y con similar vehemencia. Y es que basta echar un vistazo a la historia para
comprobar la preeminencia en casi todas las épocas y lugares de élites
extractivas, cuando no directamente criminales. Ya saben, aquello de Stalin
sobre que un muerto es un drama pero un millón es una estadística.
Una frase que refleja la indiferencia del poder ante el sufrimiento de las masas
gobernadas y cuyo único inconveniente es que su atribución es errónea. La que
sí es cierta es otra de Mussolini acerca de que para negociar en una
conferencia internacional antes «necesitamos poner unos cuantos miles de muertos
en la mesa». O la mucho más reciente de Taro Aso, ministro
de finanzas japonés, pidiendo a los ancianos que «se den prisa en morir»
porque sale caro mantenerlos. Los ejemplos serían innumerables, pero la constante
es considerar a las personas poco más que fichas de un juego que pueden ser
utilizadas y sacrificadas al servicio de sus líderes.
¿Por qué? La primera razón, y la más obvia, está en que el ascenso al poder ha
sido siempre una competición despiadada en la que triunfa aquel con menos
escrúpulos. Lo hemos visto infinidad de veces y la ficción a menudo también se
ha hecho eco de ello: ya fuera uno un emperador romano, un aspirante al trono
retratado por Shakespeare, un senador interpretado por Kevin Spacey o
un concejal de Cascajales del Páramo, la lucha por trepar siempre acaba dejando
cadáveres por el camino. Ver en un informativo a cualquier dirigente político
henchido de satisfacción en su flamante nuevo cargo es contemplar el resultado
final de una larga sucesión de zancadillas, regates, mentiras, compromisos con
unos y con sus opuestos y traición a las propias convicciones si es que
alguna vez las tuvieron. De ahí que a menudo resulte tan poco grato verlos y
escucharlos, es lo que ha quedado tras una implacable selección de los más
aptos. Aunque el problema es determinar para qué son aptos exactamente, si
para gobernar o solo para ascender en jerarquías.Pero hay una segunda razón
que, añadida a la anterior, termina de dibujar un paisaje un tanto desolador.
Si el resultado de tal selección es el que vemos, si Carlos Fabra, Pepe Blanco o
Miguel Ángel Rodríguez —por poner algunos ejemplos al azar, aunque cada
lector tendrá sus favoritos— no son necesariamente las mentes más preclaras
de su generación, ni puede que tampoco estén entre lo más admirable que
se pueda encontrar en España, una vez lleguen al poder este no les hará
sacar lo mejor de sí mismos. Muy al contrario. El biólogo y psicólogo
evolucionista Robert Trivers, considerado por la revista Time uno de los
cien pensadores y científicos más importantes del siglo XX, sostiene al respecto
que:
Cuando la gente experimenta la sensación de poder se siente menos inclinada a
contemplar el punto de vista de los otros y es proclive a tomar en cuenta su
propio pensamiento exclusivamente. En consecuencia, se reduce su capacidad
para comprender cómo ven las cosas los demás, cómo piensan y sienten.
Entre otras cosas, el poder causa una especie de ceguera hacia los otros.
y con similar vehemencia. Y es que basta echar un vistazo a la historia para
comprobar la preeminencia en casi todas las épocas y lugares de élites
extractivas, cuando no directamente criminales. Ya saben, aquello de Stalin
sobre que un muerto es un drama pero un millón es una estadística.
Una frase que refleja la indiferencia del poder ante el sufrimiento de las masas
gobernadas y cuyo único inconveniente es que su atribución es errónea. La que
sí es cierta es otra de Mussolini acerca de que para negociar en una
conferencia internacional antes «necesitamos poner unos cuantos miles de muertos
en la mesa». O la mucho más reciente de Taro Aso, ministro
de finanzas japonés, pidiendo a los ancianos que «se den prisa en morir»
porque sale caro mantenerlos. Los ejemplos serían innumerables, pero la constante
es considerar a las personas poco más que fichas de un juego que pueden ser
utilizadas y sacrificadas al servicio de sus líderes.
¿Por qué? La primera razón, y la más obvia, está en que el ascenso al poder ha
sido siempre una competición despiadada en la que triunfa aquel con menos
escrúpulos. Lo hemos visto infinidad de veces y la ficción a menudo también se
ha hecho eco de ello: ya fuera uno un emperador romano, un aspirante al trono
retratado por Shakespeare, un senador interpretado por Kevin Spacey o
un concejal de Cascajales del Páramo, la lucha por trepar siempre acaba dejando
cadáveres por el camino. Ver en un informativo a cualquier dirigente político
henchido de satisfacción en su flamante nuevo cargo es contemplar el resultado
final de una larga sucesión de zancadillas, regates, mentiras, compromisos con
unos y con sus opuestos y traición a las propias convicciones si es que
alguna vez las tuvieron. De ahí que a menudo resulte tan poco grato verlos y
escucharlos, es lo que ha quedado tras una implacable selección de los más
aptos. Aunque el problema es determinar para qué son aptos exactamente, si
para gobernar o solo para ascender en jerarquías.Pero hay una segunda razón
que, añadida a la anterior, termina de dibujar un paisaje un tanto desolador.
Si el resultado de tal selección es el que vemos, si Carlos Fabra, Pepe Blanco o
Miguel Ángel Rodríguez —por poner algunos ejemplos al azar, aunque cada
lector tendrá sus favoritos— no son necesariamente las mentes más preclaras
de su generación, ni puede que tampoco estén entre lo más admirable que
se pueda encontrar en España, una vez lleguen al poder este no les hará
sacar lo mejor de sí mismos. Muy al contrario. El biólogo y psicólogo
evolucionista Robert Trivers, considerado por la revista Time uno de los
cien pensadores y científicos más importantes del siglo XX, sostiene al respecto
que:
Cuando la gente experimenta la sensación de poder se siente menos inclinada a
contemplar el punto de vista de los otros y es proclive a tomar en cuenta su
propio pensamiento exclusivamente. En consecuencia, se reduce su capacidad
para comprender cómo ven las cosas los demás, cómo piensan y sienten.
Entre otras cosas, el poder causa una especie de ceguera hacia los otros.
Esto es algo que cualquiera puede constatar hablando con su jefe, pero lo
interesante es poder contrastar tal afirmación bajo las condiciones controladas
de laboratorio. Un peculiar experimento que describe Trivers al respecto
consistió en organizar dos grupos; al primero se le pidió que escribiera
durante cinco minutos acerca de alguna situación que recordasen en la que se
sintieron con poder y mientras tanto se les regalaron unas golosinas. El segundo
debía rememorar una situación opuesta y además se quedaron sin golosinas, solo
podían expresar qué cantidad de ellas esperaban recibir. A continuación se pidió
a los miembros de ambos grupos que escribieran sobre su frente la letra E y unos
participantes la pusieron en el sentido en el que ellos la verían y otros en el sentido
en el que un observador ajeno pudiera leerla. Lo curioso es que esta última
opción fue hasta tres veces más común en el segundo grupo. Es decir, el poder te
convierte precisamente en el tipo de persona que no debería tener poder.
interesante es poder contrastar tal afirmación bajo las condiciones controladas
de laboratorio. Un peculiar experimento que describe Trivers al respecto
consistió en organizar dos grupos; al primero se le pidió que escribiera
durante cinco minutos acerca de alguna situación que recordasen en la que se
sintieron con poder y mientras tanto se les regalaron unas golosinas. El segundo
debía rememorar una situación opuesta y además se quedaron sin golosinas, solo
podían expresar qué cantidad de ellas esperaban recibir. A continuación se pidió
a los miembros de ambos grupos que escribieran sobre su frente la letra E y unos
participantes la pusieron en el sentido en el que ellos la verían y otros en el sentido
en el que un observador ajeno pudiera leerla. Lo curioso es que esta última
opción fue hasta tres veces más común en el segundo grupo. Es decir, el poder te
convierte precisamente en el tipo de persona que no debería tener poder.
«Yo soy Churchill y Sadam es Hitler»
David Owen es un neurólogo, exministro y actual miembro de la Cámara de los
Lores que conoció a Tony Blair antes de que llegase al poder, mantuvo con
él un contacto regular desde entonces y observó críticamente su deriva a medida
que fue implicándose más y más en la guerra de Irak de 2003. Así que a partir
de toda esa experiencia personal y profesional ha definido lo que denomina
el Síndrome de Hybris, un mal que afectaría a muchas políticos una vez llegan al poder
y que se caracteriza básicamente por la autoconfianza excesiva y, en último
término, por la pérdida de contacto con la realidad. Lo que suele traer
finalmente consigo consecuencias desastrosas para sus gobernados: es la
némesis que viene tras la hybris, siguiendo el símil de la mitología griega.
Para ello ha definido catorce síntomas, de los que bastaría padecer tres o
cuatro para obtener ese diagnóstico:
Lores que conoció a Tony Blair antes de que llegase al poder, mantuvo con
él un contacto regular desde entonces y observó críticamente su deriva a medida
que fue implicándose más y más en la guerra de Irak de 2003. Así que a partir
de toda esa experiencia personal y profesional ha definido lo que denomina
el Síndrome de Hybris, un mal que afectaría a muchas políticos una vez llegan al poder
y que se caracteriza básicamente por la autoconfianza excesiva y, en último
término, por la pérdida de contacto con la realidad. Lo que suele traer
finalmente consigo consecuencias desastrosas para sus gobernados: es la
némesis que viene tras la hybris, siguiendo el símil de la mitología griega.
Para ello ha definido catorce síntomas, de los que bastaría padecer tres o
cuatro para obtener ese diagnóstico:
1º – Inclinación narcisista a ver el mundo como un escenario en el que pueden
ejercer el poder y buscar la gloria, en vez de como un lugar con problemas
que requieren un planteamiento pragmático.
ejercer el poder y buscar la gloria, en vez de como un lugar con problemas
que requieren un planteamiento pragmático.
2º – Predisposición a realizar acciones que den una buena imagen de ellos.
3º – Preocupación desproporcionada por la imagen y la presentación.
4º – Forma mesiánica de hablar.
5º – Identificación de sí mismos con la nación.
6º – Tendencia a hablar de sí mismos en tercera persona o en plural mayestático.
7º – Exceso de confianza en su propio juicio y desprecio por consejos y críticas
ajenas.
ajenas.
8º – Exceso de confianza en su propio poder y en lo que puede llegar a lograr.
9º – Creencia de que solo deberán rendir cuentan no ante la opinión pública sino
ante Dios o la historia.
ante Dios o la historia.
10º – Creencia de que en tal tribunal serán justificados.
11º – Comportamiento irreflexivo e inquieto.
12º – Aislamiento y pérdida de contacto con la realidad.
13º – Obstinación en la creencia de la rectitud moral de su política, al margen de las
consecuencias.
consecuencias.
14º – Falta de atención al detalle y a la puesta en práctica, al plantearse únicamente
una visión general, lo que acaba conllevando el fracaso de su acción política.
una visión general, lo que acaba conllevando el fracaso de su acción política.
En España esta clase de extravío mental lo hemos conocido bien en sucesivos
gobernantes, lo que popularmente se denomina como «síndrome de la Moncloa».
En ese sentido resultan llamativos los paralelismos entre Blair y Aznar a partir del
perfil que describe Owen del primero en su libro En el poder y en la enfermedad.
Nuestro expresidente, por su parte, quería situarnos en la historia, un propósito
alejado de los mucho más mundanales intereses de buena parte de sus gobernados.
Como en la imagen que abre el artículo, estos pasan a convertirse en una masa cada
vez más amorfa y lejana que solo sirve de telón de fondo para un gobernante situado
en primer plano. Blair mientras tanto se comparaba a sí mismo delante de los funcionarios
nada menos que con Churchill: ya no era la opinión pública quien lo juzgaba, sino la historia.
Dijo Aznar en cierta ocasión que admiraba de Bush su utilización sin complejos del poder.
Es decir, que fuera capaz de desatar una guerra, que es la demostración máxima del poder.
Ya conocemos lo que vino después. Proclives a tomar en cuenta su propio pensamiento
exclusivamente, el presidente estadounidense y sus aliados imaginaron una guerra
quirúrgica sin apenas dificultades, ¿Acaso alguien o algo podría obstaculizar su exhibición
de fuerza? Pero finalmente acabarían provocando, según coinciden varias estimaciones,
más de cien mil muertos. La guerra de Irak fue un fenómeno claramente identificable de
hybris, de ceguera provocada por el poder, aunque por supuesto no ha sido el único
en la historia reciente. Es gradual, afecta en mayor o menor medida a cada uno y con
diferentes consecuencias en cada caso. Como dice Owen:
gobernantes, lo que popularmente se denomina como «síndrome de la Moncloa».
En ese sentido resultan llamativos los paralelismos entre Blair y Aznar a partir del
perfil que describe Owen del primero en su libro En el poder y en la enfermedad.
Nuestro expresidente, por su parte, quería situarnos en la historia, un propósito
alejado de los mucho más mundanales intereses de buena parte de sus gobernados.
Como en la imagen que abre el artículo, estos pasan a convertirse en una masa cada
vez más amorfa y lejana que solo sirve de telón de fondo para un gobernante situado
en primer plano. Blair mientras tanto se comparaba a sí mismo delante de los funcionarios
nada menos que con Churchill: ya no era la opinión pública quien lo juzgaba, sino la historia.
Dijo Aznar en cierta ocasión que admiraba de Bush su utilización sin complejos del poder.
Es decir, que fuera capaz de desatar una guerra, que es la demostración máxima del poder.
Ya conocemos lo que vino después. Proclives a tomar en cuenta su propio pensamiento
exclusivamente, el presidente estadounidense y sus aliados imaginaron una guerra
quirúrgica sin apenas dificultades, ¿Acaso alguien o algo podría obstaculizar su exhibición
de fuerza? Pero finalmente acabarían provocando, según coinciden varias estimaciones,
más de cien mil muertos. La guerra de Irak fue un fenómeno claramente identificable de
hybris, de ceguera provocada por el poder, aunque por supuesto no ha sido el único
en la historia reciente. Es gradual, afecta en mayor o menor medida a cada uno y con
diferentes consecuencias en cada caso. Como dice Owen:
El poder es una droga dura que no todos los líderes políticos tienen el firme carácter
necesario para contrarrestar: una combinación de sentido común, sentido del humor,
decencia, escepticismo e incluso cinismo que trate el poder como lo que es, una
privilegiada oportunidad para servir y para influir —y en ocasiones
determinarla— la marcha de los acontecimientos.
necesario para contrarrestar: una combinación de sentido común, sentido del humor,
decencia, escepticismo e incluso cinismo que trate el poder como lo que es, una
privilegiada oportunidad para servir y para influir —y en ocasiones
determinarla— la marcha de los acontecimientos.
¿Pero cómo podríamos distinguir a sus potenciales víctimas? ¿Cómo neutralizarlos
antes de que acaben causándonos daño? ¿Hay otras opciones aparte de pedirles
que se escriban una E en la frente? Las democracias, con su división de poderes y su
elección y escrutinio público de los gobernantes limita el problema, pero como
vemos no lo elimina. Podemos escoger entre unos pocos candidatos —a menudos
solo dos— pero como señalábamos al comienzo el proceso de selección por el que
han llegado a ese papel de candidatos escapa a nuestro control, y a la vista de los resultados
no parece que fomente la excelencia. Por ello a menudo se reclaman listas abiertas y
primarias en los partidos. Los candidatos se verían menos doblegados a sus jerarquías
partidistas, podrían sentir entonces una mayor afinidad a los intereses no de su
partido, sino de los ciudadanos. Podrían llegar a lo alto habiendo resultado
menos corrompidos por el camino. Aunque podría suponer también un aumento de la
impostura, de la pose. Queriendo evitar a los profesionales de la burocracia partidista,
acabamos en manos de profesionales de la interpretación. El mencionado Blair en cierta
ocasión se presentó en público con lágrimas en los ojos para hablar de un trágico suceso
en el que un perturbado disparó a varios niños en un colegio. El país entero quedó
conmovido por la noticia y por la cercanía que mostraba su primer ministro con las
víctimas. Pero unos cuantos días después, para abordar si no recuerdo mal
unas preguntas en el parlamento por dicho asunto, Blair volvió a mostrarse lloroso.
Lo que antes parecía empatía ahora sonaba a impostura, a representación mediática.
Mucho más recientemente y ya en nuestro país, tuvimos la ocasión de oír a
Elena Valenciano, vicesecretaria del PSOE: «Cuando acabé de visitar la valla de
Melilla me tuve que esconder detrás de un árbol porque me puse a llorar,
porque lo que allí se ve es terrorífico». ¿Realmente alguien puede echarse a llorar por ver
una valla? Tanta ostentación de humanidad acaba resultando sospechosa… En fin, la
cuestión no es sencilla.
Querría concluir mencionando un experimento realizado en 1964 por el investigador
Jules H. Masserman con monos rhesus. Pusieron al alcance de uno de ellos una
cadena que si tiraba de ella le proporcionaba comida, pero también una descarga
eléctrica a uno de sus compañeros. Los monos al descubrirlo simplemente dejaron de
tirar de la cadena. Uno de ellos llegó a estar doce días sin usarla, muriéndose de hambre,
con tal de no perjudicar con su acción a otro macaco. De manera que sentir algo de
empatía no debe de ser entonces tan complicado, incluso para las personas que
ostenten el poder, así que no todo está perdido.
antes de que acaben causándonos daño? ¿Hay otras opciones aparte de pedirles
que se escriban una E en la frente? Las democracias, con su división de poderes y su
elección y escrutinio público de los gobernantes limita el problema, pero como
vemos no lo elimina. Podemos escoger entre unos pocos candidatos —a menudos
solo dos— pero como señalábamos al comienzo el proceso de selección por el que
han llegado a ese papel de candidatos escapa a nuestro control, y a la vista de los resultados
no parece que fomente la excelencia. Por ello a menudo se reclaman listas abiertas y
primarias en los partidos. Los candidatos se verían menos doblegados a sus jerarquías
partidistas, podrían sentir entonces una mayor afinidad a los intereses no de su
partido, sino de los ciudadanos. Podrían llegar a lo alto habiendo resultado
menos corrompidos por el camino. Aunque podría suponer también un aumento de la
impostura, de la pose. Queriendo evitar a los profesionales de la burocracia partidista,
acabamos en manos de profesionales de la interpretación. El mencionado Blair en cierta
ocasión se presentó en público con lágrimas en los ojos para hablar de un trágico suceso
en el que un perturbado disparó a varios niños en un colegio. El país entero quedó
conmovido por la noticia y por la cercanía que mostraba su primer ministro con las
víctimas. Pero unos cuantos días después, para abordar si no recuerdo mal
unas preguntas en el parlamento por dicho asunto, Blair volvió a mostrarse lloroso.
Lo que antes parecía empatía ahora sonaba a impostura, a representación mediática.
Mucho más recientemente y ya en nuestro país, tuvimos la ocasión de oír a
Elena Valenciano, vicesecretaria del PSOE: «Cuando acabé de visitar la valla de
Melilla me tuve que esconder detrás de un árbol porque me puse a llorar,
porque lo que allí se ve es terrorífico». ¿Realmente alguien puede echarse a llorar por ver
una valla? Tanta ostentación de humanidad acaba resultando sospechosa… En fin, la
cuestión no es sencilla.
Querría concluir mencionando un experimento realizado en 1964 por el investigador
Jules H. Masserman con monos rhesus. Pusieron al alcance de uno de ellos una
cadena que si tiraba de ella le proporcionaba comida, pero también una descarga
eléctrica a uno de sus compañeros. Los monos al descubrirlo simplemente dejaron de
tirar de la cadena. Uno de ellos llegó a estar doce días sin usarla, muriéndose de hambre,
con tal de no perjudicar con su acción a otro macaco. De manera que sentir algo de
empatía no debe de ser entonces tan complicado, incluso para las personas que
ostenten el poder, así que no todo está perdido.
miércoles, 15 de enero de 2014
Izpisúa se va de España
La noticia de la marcha de Juan Carlos Izpisúa es una muestra más del cariño con que se trata en este país a la gente que se preocupa por el progreso y por la humanidad.
En el 2007 le hicimos una entrevista a este científico español, pionero en la genética regenerativa, para el periódico escolar de ese año. Dejo aquí los enlaces de la portada y la entrevista que realizaron los alumnos como triste despedida.
https://drive.google.com/file/d/0B0DamNT7-OUEUzNmbV9zcEdDNlk/edit?usp=sharing
https://drive.google.com/file/d/0B0DamNT7-OUETUd5OFU2Y0pieFE/edit?usp=sharing
Crónicas desde la indocencia XXIV: "Un cuento de terror"
Comencé a leer y se hizo el silencio. Nadie pudo sujetar la atracción de la literatura, ni siquiera su adolescencia intempestiva. Ni yo mismo lo creía. Bajamos las persianas y tuve el temor de que se durmieran o de que aprovecharan la oscuridad para las habituales tropelías. No ocurrió nada de eso. En cuanto la historia comenzó a surcar el silencio y la oscuridad, noté que se subían a ella, que los miedos, los prejuicios eran infundados. La literatura todavía tiene poder, solo hay que encontrar el momento y la situación adecuados. Levantaba la vista de vez en cuando y asomaba en sus rostros la necesidad de conocer qué le ocurriría al protagonista después de volverse loco. No podía creer que algunos estuvieran tomando notas en la penumbra y que otros callaran sin interrumpir ni una sola vez el relato. Seguí entusiasmado, con la piel erizada y la sorpresa azuzando mi lectura. El protagonista acababa de arrancarle el ojo al gato y se oyó un rumor de repeluzno. Seguían escuchando, no se habían dormido, no se oían quejas, nadie preguntaba, todos esperaban el siguiente suceso con una avidez que los mayores ya hemos extraviado entre los años. Se había quemado la casa del protagonista y el relieve del gato había quedado impresionado en la única pared que quedaba en pie.
Era mucho tiempo ya el que llevaba leyendo, casi 20 minutos. Levanté la vista, para certificar que ya se habían cansado, pero no, la única respuesta fue el requerimiento de que siguiera. Estaba convencido de que algunos no comprendían muchas de las palabras, pero, al parecer, la fascinación del relato, del clima de expectación, los había atrapado a todos. Se percibía el esfuerzo de algunos por seguir la historia, el suplemento de concentración para saber qué ocurriría con ese hombre que se había vuelto loco y que tenía instintos asesinos. Se habían sumergido de lleno en la historia, sin duda alguna. Más de veinte minutos sin que ninguno de ellos rechistara, sin que se oyera ni una mínima queja ni un ruido molesto, demostraban que algo extraño sucedía. "La magia de la literatura", esa expresión que la mayoría de las veces se emplea con total esnobismo y sin ningún significado real, se había llenado de contenido. Solo quedaba una página para el final de la historia cuando sonó el timbre para escapar del instituto. Esperaba que todos salieran atropelladamente, como siempre, después de 6 horas de encierro antinatural, pero no. "Termino mañana", "¡No, no. Queremos saber cómo descubren el cadáver!" La petición era mayoritaria. Emocionado, leí la última página.
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Crónicas desde la "indocencia"
domingo, 12 de enero de 2014
"¿Por qué escribo?" de Orhan Pamuk
Autógrafo de Orhan Pamuk fotografiado en un bar de Erzurum (octubre de 2012)
"¡Escribo porque quiero hacerlo, con toda el alma! Escribo porque a diferencia de otros, no me siento a gusto con un trabajo común y corriente. Escribo para que libros como los míos sean escritos y para poderlos leer. Escribo porque estoy molesto con ustedes, con todo el mundo. Escribo porque me complace enormemente sentarme en un cuarto a escribir sin descanso. Escribo porque solamente modificando la realidad puedo soportarla. Escribo para que el mundo entero sepa cómo yo, cómo nosotros en Estambul y en Turquía hemos vivido y vivimos. Escribo porque amo el olor del papel, de la pluma y de la tinta. Escribo porque creo más en la literatura, en el arte de la novela, que en cualquier otra cosa. Escribo porque es un hábito, una pasión. Escribo porque tengo miedo de ser olvidado. Escribo porque me gusta la celebridad y toda la notoriedad que el escribir conlleva. Escribo para estar solo. Escribo en la esperanza de entender por qué estoy furioso con ustedes, con todos. Escribo porque me gusta ser leído. Escribo para terminar de una vez por todas esta novela, este texto, esta página que en algún momento comencé a escribir. Escribo porque todos esperan que escriba. Escribo porque tengo una fe infantil en la inmortalidad de las bibliotecas y en el lugar que mis libros tendrán en los estantes. Escribo porque la vida, el mundo, todo es increíblemente bello y maravilloso. Escribo porque gozo traduciendo en palabras toda la belleza y la opulencia de la vida. Escribo, no para contar historias sino para construir historias. Escribo para liberarme del sentimiento de que siempre existe un lugar al que -como en una pesadilla- jamás podré llegar. Escribo porque nunca he conseguido ser feliz. Escribo para ser feliz."
jueves, 9 de enero de 2014
Generación del 14 o novecentismo.
Recorrido panorámico por las primeras décadas de los años 20 de la mano de los intelectuales pertenecientes a la Generación del 14.
domingo, 29 de diciembre de 2013
A mi padre
Él era hosco
como un paisaje después de la batalla.
Golpeaba de mañana
la puerta de mi habitación
y yo despertaba somnoliento
de un salto,
arrancado del sueño
para la vida.
Él se encargaba de sacudir la madera hueca,
para lanzarme al mundo
con un balde de agua helada.
Él era hosco
como un quirófano.
Sabía esconder la vida
detrás de un silencio
de latas de conserva.
Y yo, ya despierto,
no me atrevía
a romperlo,
no tenía valor
para acanalar la hojalata
y descubrir lo que se había guardado
con tanto esmero,
con tantas medidas de seguridad.
Él era hosco
como un cepillo de púas.
Lo veía tras el mostrador,
cada vez más encorvado
y con la mente lúcida
del que suma con la cabeza.
Apenas me acercaba a él,
se defendía con un humor agrio
que no dejaba senderos a la confidencia.
Eligió la soledad para sus últimos años,
los paseos interminables con sombrero
de paja y bastón de madera,
los almuerzos de vino en la trastienda
y una honda trascendencia que no supimos descubrir.
Él era hosco
como un cielo de ciudad.
Sin embargo, cuando sonreía
o cuando concedía unos metros,
se acercaba tanto, en su silencio,
que la piel se me encendía
y esperaba con el ansia
del que nunca ha visto la luz.
Cuando abría un claro en su encapotada
existencia,
había que sacar las gafas de sol
y acercarse con cuidado hasta la claridad
para gozarla en toda su delicia.
Los lengüetazos del viejo macho
dejaban una delicadeza húmeda en la piel,
un temblor de salivas
preñadas de sinceridad
y de escasez.
Él era hosco,
pero yo ya me había acostumbrado a su aspereza,
a su lengua de gato.
29 de diciembre de 2013
De nuevo 29 de diciembre
COPLAS AL AVISO DE LA MUERTE (I)
Cuando la muerte presenta su tarjeta de visita
con los
bordes mordidos por la estupefacción,
se asienta
un hedor de abismo
en lo más
profundo de la garganta
que ahoga
las palabras.
Ni siquiera
el rumor de lo cotidiano
acalla el
infame aroma de la putrefacción
y un temblor
de pánico
se instala
en el miserable pasar de las horas.
Cuando la muerte se abre paso
con la
ferocidad que acostumbra,
nada, ni
siquiera el amago del recuerdo,
nos sirve
para retener su embestida.
Un adiposo traje de babosas estrujadas
nos viste
por la mañana y no nos abandona,
nos persigue
a través de nuestra memoria
y no deja
que el bálsamo del pasado
sirva para
despegar las babas pegajosas
que nos
engullen.
Cuando la
muerte se presenta de improviso,
ante quien
te ha servido de apoyo tantos años,
fabrica una
ira vacía que sacude el cuerpo hasta el llanto.
un llanto
estéril y agrio que no encuentra recipiente
donde
contenerse; un llanto feroz, desesperado,
como el
gañido del infante cuando nace.
COPLAS AL AVISO DE LA MUERTE (II)
Recogerán las sábanas tristes,
una noche, tus huesos enfermos.
Harás caja y cerrarás la persiana metálica,
dejarás en penumbra la trastienda.
Cerrarás los párpados por última vez,
y pensarás que ya no habrá más mañanas
de sol, ni más tardes de lluvia.
Sentirás, en la oscuridad de la habitación,
cómo serán los días sin días,
cómo correrá el tiempo sin relojes,
cómo calentará el sol de la eternidad,
cómo se trabajará sin brazos,
sin manos, sin uñas.
Soñarás el último sueño
y la vida se irá con él:
se desvanecerán las higueras
tras los ventanales empañados,
hasta perderse en el limbo de la
inexistencia.
Se vaciarán los vasos de limón
para apagar el tabaco negro
y se desharán los solitarios
para fundir la pantalla
de televisión.
Sobre la almohada reposará
una cabeza inerte,
rebañada de recuerdos y de sueños,
aún con la brillantina de la mañana,
pero sin el lustre de lo animado.
Quedará un rastro de aceite
sobre la tela blanca.
Volverás al origen,
al germen de lo nonato
y quedará en nosotros
un rastro oleaginoso
de tu alma.
29 DE DICIEMBRE
Las horas
avanzan a latigazos
sobre unos días sembrados de
cristales.
En cada
chasquido saltan jirones de piel
y se abren heridas de amargura
insoportable.
¿Quién ha
pagado al tiempo para imponer
este castigo indecente y
gratuito?
¿Qué animal
perverso se recrea
con el sufrimiento a que nos
abocan los años?
Un cómitre salvaje revienta las
espaldas del galeote,
al golpe de la vejez sigue el
de la enfermedad,
luego el de la agonía, y se
detiene en su violencia
para que la muerte se
transforme en sosiego,
para que el último estertor se
convierta en un martirio deseado.
Cae el cuerpo al suelo y se
desangra rasgado por los vidrios,
en un rodar de labios
deshechos.
¡Goza, hijo de puta, con tu
obra,
complácete con nuestra derrota!
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