En la Plaza de la Catedral tocan "Que viva España" (luego me entero de que se trata del mitin de Vox). Cada vez escribo menos. La cabeza no me funciona como antes de la tragedia. Todo el tiempo estoy pensando en huir, en buscar alternativas que me saquen de casa y lo peor o lo mejor es que las encuentro. Salgo por inercia, igual que antes me encerraba en el despacho por otro tipo de inercia, la de la rutina. También me han cambiado los gustos literarios. Me asomo a autores conocidos que, ahora, me repelen; o al contrario, otros a los que no tenía en gran estima me atraen y me deslumbran, hasta cierto punto, porque todo, el cine, el teatro, la literatura, se ha vuelto más anodino con la edad y los pesares. Y no me explico por qué tenía mala opinión de algunos de ellos (no, con Máximo Huerta, no me ha pasado). Eso sí, igual que me ocurría antes, no puedo salir de fiesta con gente brava porque me lanzo al alcohol con ansia viva, con desesperación. El único consuelo es que esta tendencia a la desmesura, hacia las barras de bar, no es nueva, no es producto de mi soledad.
¿Es tan difícil alejarse de todo, de tu entorno conocido, de tu familia, de tus antiguos amigos, de tu espacio de convencionalismos? Sí, lo es, por muy cochambrosa que fuera esa convención. Al fin y al cabo he dejado un erial, tampoco he abandonado ningún paraíso, ni mucho menos. Y, a pesar de todo, a uno le cuesta arrancar desde cero (y más a estas edades). Rodar barranco abajo es peligroso, complicado, pero también inquietante y renovador. Antes yo tenía con Eva una serie de rituales que nos estabulaban, nos mantenían en un espacio seguro, a salvo de sorpresas estruendosas (fíjate qué paradoja, el cáncer), sin abismos, sin torrenteras, sin sobresaltos. No es que me haya arrojado a la vida bohemia, ni a la anarquía absoluta, pero sí he trasmutado casi todos mis hábitos.
En muchas ocasiones imagino lo que habríamos disfrutado los dos viviendo en una ciudad como estoy haciendo ahora. En parte no la disfruto del todo porque caigo en lo bien que se lo habría pasado en este concierto o en esa película o en aquella obra de teatro. Estoy con ella, pero ella no está. Me compro una camisa y por la noche sueño que Eva me afea la compra. Ahora mismo estoy en un bar que a ella le habría encantado para tardear, algo que empezamos a hacer demasiado tarde y en un lugar inhóspito para el alterne, mi pueblo. Escribo con un bolígrafo suyo en un cuaderno que ella compró. Lo guardo en un macuto que ella me regaló y me bebo el vino que ella habría bebido.
Qué diferentes son los camareros de La Botica de los que dominaba doña Rosa, la propietaria del café de La colmena. Cela es un autor al que le estoy sacando más jugo ahora. ¿Por la mala leche, por su humor negro, porque está muerto, por sus sentencias? "La gente es cobista por estupidez". Lo del cobismo es algo muy vigente en nuestra actualidad. Somos cobistas hasta la náusea, a lo mejor es que somos cada vez más estúpidos.