Es el mes de la desgracia, es el mes del romance, "Que por mayo era por mayo..." Es. Las abejas ya no existen y los campos están ahogados por el polvo. Nada florece ya, nada germina, ni el trigo es capaz de levantarse lo suficiente. Cuando llegue julio, no se podrá segar. Todo, todo muere, todo se agosta, todo abrasado por el sol. Un sol inclemente, desafiante, abrumador. No hay piedad para nadie. El último hombre sobre la tierra tiene ataques de ansiedad y suspira, abrazado a los troncos descarnados de los árboles. Las ramas caen, agotadas, se quiebran ante el viento que sopla, huracanado, impío. Un viento de langostas y piedras, un viento de rencores, de angustias, de llantos, de enfermedades incurables, de rostros sin carne, despellejados por la desgracia. Es el mes de la desgracia, el mes del romance, "Que por mayo era por mayo..." Y "la calor" vino hace tiempo, no en mayo, se ha instalado para siempre en el corazón de los rastrojos. Se ha adueñado de la vida, de la muerte, de la piel de la tierra. Nadie puede detener su arremetida. Ni siquiera el tiempo, ni los aviones, ni los quirófanos equipados con la última tecnología. "La calor" es una infección del alma que penetra hasta el tuétano y te hace vomitar, negro, confuso, hasta el hígado. Los cuerpos se desvanecen, consumidos por el cáncer, por el bochorno, por la calima que enturbia al mundo. Cioran era un hombre alegre a nuestro lado, era el alma de la fiesta. Nunca nadie habrá visto tanta pena, tantas desgracias. La consunción se recrea lentamente en el páncreas, en la carne mortal, la devora como una plaga de insectos voraces. El alimento no sirve, todo sabe a tierra y a fango, todo, hasta el mejor manjar se ha convertido en masa indigerible. Masticamos cuerdas y trapos y mierda, sin solución. Y la sequedad de mayo llega al tuétano. Los ojos ya no emiten ninguna luz, no, ya no son el espejo del alma, o sí, porque el alma está abismada en un sopor indescifrable, enterrada por el calor infame, por los insectos que han cavado una fosa donde yace enterrada, cadavérica, invisible. Los ojos están secos, sin brillo, sin vida, aterrados ante la voracidad de la enfermedad. Y sin decir nada, así, con la mirada desencajada, hundida en la tierra, queda mayo, cuando viene la calor, cuando canta la calandria y el espanto se respira mejor.
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