Hoy he vuelto a salir con nadie a ninguna parte. Así son muchos de mis días, vacíos de nada, de aire, de quilómetros, de errabundia. No sé si me acabo de inventar la palabra, supongo que no. De todas formas, ya Gómez de la Serna usó aquella de "automoribundia" para titular su biografía. A mí me sirve, "errabundia", vagar sin rumbo fijo, de un lado a otro, de un bar al de enfrente, de un solar a otro solar, de un páramo a un rastrojo. Errabundia, voluntad involuntaria del que ha perdido el norte, el sur, el este y el oeste. Errabundia, navegar sin embarcación, sin brújula, sin sextante, sin puerto en el que repostar. Basta que el mar se preste a la navegación para que uno se embarque hacia el naufragio. Errabundia, calidad inevitable del ser humano. Errabundia, también aplicada a la escritura: soltar la amarra del bolígrafo y dejar que se pierda, se encalle, se ensucie de sal, derrote en los estuarios, y se hunda definitivamente en las profundidades abisales. Errabundia. Por suerte, la navegación a veces te descubre islas como la de Inisherin. En sus costas he encallado hoy, gracias a la película Almas en pena, qué belleza, qué acantilados tan apropiados para despeñarse. Errabundia.
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