viernes, 30 de diciembre de 2022

Diarios de la pena negra XVII

Este año he descendido a los infiernos y el problema es que esto no es una mera imagen literaria. He descendido a los infiernos en cuerpo y alma, he comprobado el comportamiento más cruel de la muerte durante casi tres meses. Se cebó en ella, en mi compañera, en mi amante: primero le arrebató el aliento, apenas podía pasear unos metros sin fatigarse; luego le fue quitando las ganas de comer, el vino se le hizo aborrecible; después la postró en la cama y la fue consumiendo poco a poco, con una crueldad despiadada. Yo asistía a su decadencia, a su humillación, a su inmovilidad, a su dolor; sí, porque al final la sometió a un dolor insoportable. Ni siquiera la morfina más potente era capaz de calmárselo. Vagamos por los hospitales, entre radioterapias y quimioterapias inútiles. La muerte la iba consumiendo y yo lo comprobaba noche a noche, día a día. El sol quemaba inclemente las azoteas mientras a ella el cáncer la devoraba sin piedad, le quebraba las vértebras. "Cuánto penar, para morirse uno", me decía Miguel Hernández. Las enfermeras la trataban con piedad de moribunda y a mí se me rasgaba el alma cada vez que le cambiaban las sábanas, cuando no comía, cada minuto que gemía en las noches interminables de sufrimiento. 

Este año he descendido a los infiernos, literalmente. Y cuando todo acabó, cuando el gotero se hizo añicos, yo estaba allí, en una sima profunda, en el último círculo y miraba hacia arriba y no veía nada, salvo oscuridad. Es difícil salir de un pozo profundo, atrapado por el cieno y sin saber hacia dónde ascender. No importan los días, los años, los minutos, pero sí las formas. La muerte no tiene decoro, no respeta nada, se recrea con los más vitales, con los más útiles. Los brazos, las manos de ellas (y digo ellas, porque sobre todo las mujeres son sensibles ante el que padece; los hombres rehuimos al doliente, al desconcertado), me ayudan a salir de la sima, a abandonar los círculos del infierno, a desprenderme del limo que me impide avanzar. Pasaré este año y mañana, casi liberado del trauma, casi fuera de esos círculos infernales, "siempre la claridad viene del cielo", celebraré la existencia, a pesar de que las fiestas impuestas me den un poco por saco.     

miércoles, 28 de diciembre de 2022

Casa Matías en Sevilla

 La taberna Casa Matías en Sevilla tiene todo lo que uno busca cuando entra en un bar del sur. En primer lugar, una botillería envuelta en humo, polvo, e hilachas negras de telarañas, que le dan al local un sabor antiguo, muy útil para animarte a ingerir cualquier poción mientras te trasladas en el tiempo. La oscuridad del local le da un misterio especial al ambiente. No hay ni un solo guiri, los dejes del andaluz se dejan sentir en todos sus habitantes, quienes, con seguridad, llevan tantos años allí como la rebaba de la botillería. Se baila y se canta flamenco en un rincón, con toda espontaneidad, sin aparataje, ni tablao, ni preparación ninguna, fiesta popular pura. En un rincón, apoyado en la barra, con la mirada perdida y el tembleque propio de los beodos, nos encontramos al borracho oficial del local, de melena repeinada, aunque tan grasienta como el suelo de madera negra que ya pisaron los fenicios. Intenta decirnos algo, pero no puede. A su lado trajina con dos señoritas un viejo verde de unos ochenta y cinco años. Cuando las muchachas huyen, el camarero le pregunta, "¿Qué tal con las chicas, Aurelio? Me querían las dos, pero tengo demasiada potencia para ellas." Otro de los borrachos oficiales pasa detrás de la barra, descuelga un teléfono negro de 1940 y va llamando a los que beben y beben, "Quillo, ponte, que te llama la reina". Los palos cortados y el resto de las consumiciones no han sufrido el alza de los precios, ni la inflación ni Cristo que lo fundó. Lo raro es que nos hayan cobrado en euros y no en maravedíes. Antes de salir, un parroquiano nos saluda con hospitalidad oriental y nos indica dónde encontrar más locales como ese. Ha anochecido, el mundo es otro ahí afuera. Creo que si vuelvo la vista atrás, Casa Matías va a desaparecer porque ya no pertenece a este mundo de luces destellantes, franquicias y barras asépticas de metacrilato.    

viernes, 23 de diciembre de 2022

Temporada teatral de otoño en Albacete

La temporada teatral de otoño en Albacete me ha sorprendido, ha sido mucho más intensa y emocionante de lo que esperaba. Tanto la programación habitual como la Feria de Artes Escénicas han ofrecido al espectador la ocasión de disfrutar de veras del arte de Talía, algo difícil de conseguir. Muchas obras excelentes y muy pocas de baja calidad. 

Empiezo con Oceanía de Carlos Hipólito. Un intérprete magistral que lleva el texto autobiográfico de Gerardo Vera a alturas inesperadas. Su naturalidad y su actuación sin efectismos ni exageraciones es de las que hacen que acompañes al personaje sobre el escenario durante toda la representación. 

Sacristán, con su Señora de rojo sobre fondo gris, no desmereció a Hipólito. El texto de Delibes me emocionó especialmente por mi situación personal y se convirtió en un testimonio tan vivo como desgarrador para mí. 

Llegamos con las fauces chorreantes a Una noche sin luna de Juan Diego Botto y a fe que calmó la voracidad del espectador con maestría. Una representación completísima, como he visto pocas, donde la escenografía, el texto y el intérprete brillan a tanta altura que resulta difícil expresar el altísimo grado de satisfacción y emoción con que salimos del Teatro Circo. Hacer algo sobre Lorca tan original como lo que hace Botto tiene mención aparte. Había asistido poco antes al Lorca de Carmelo Gómez y más vale no hacer comparaciones.  

Y por último las representaciones de la Feria de Artes Escénicas. Gracias a Merce y a Mª Ángeles pude asistir a cinco obras. No esperaba tanta variedad y calidad, sobre todo en tres de ellas: La infamia, Tenorio y Vive Molière. Con la primera sufrimos la violencia mexicana de forma desgarradora, con la segunda me reí a rabiar y Vive Moliére es teatro en carne viva. Vaya espectáculo delirante, dinámico y atrevido. Si tengo ocasión de ir a Madrid lo volveré a ver.

El buen teatro te reconcilia con la vida, os lo puedo asegurar. Y si después se cena en compañía, el placer se multiplica por diez.    

miércoles, 21 de diciembre de 2022

El contrato social

Cuando uno, por lo que sea, pierde los vínculos familiares y juveniles, se convierte en un ser anómalo. Nuestras convenciones hacen que la gente con novio o novia, marido o esposa, se cierre en su círculo de conocidos y es difícil hacerlos participar en cualquier actividad (por nimia que sea) que no incluya a sus deudos o a su grey. El verso suelto, el hombre o la mujer sin ataduras, las parejas atípicas, actúan por impulsos y se dejan llevar por cualquier fuerza espontánea que se revuelva a su alrededor. Esto conlleva riesgos, pero sobre todo una ventaja incuestionable: la vida es menos predecible, más espontánea y diversa, se conoce a más fauna y permite abrir tu mundo de manera que cualquiera puede entrar en él. Es justo lo contrario de lo que ocurre en las parejas convencionales. Resulta muy difícil, casi imposible, que en esos círculos formales ingrese nadie que no haya pertenecido a ellos por vínculos casi de sangre. 

Siempre resultan traumáticas las presentaciones de nueva gente, pero si uno se acostumbra a tratar con todo el mundo corre el "peligro" de volverse una persona más libre, más crítica y con menos prejuicios. Es violento conocer a desconocidos, sobre todo cuando uno tiene ya una edad, pero a la larga redunda en un beneficio incuestionable: el músculo de la receptividad se vuelve flexible y vigoroso, vamos, como un pilates del comportamiento social.   

jueves, 15 de diciembre de 2022

IES EVA ESCRIBANO DE MINGLANILLA

Hoy he comido mal, sin embargo me alegro. He comido mal porque la directora del instituto de Minglanilla me ha comunicado una noticia que me ha colmado de emoción y me ha desgarrado. Los compañeros de Eva, a propuesta de su equipo directivo (Virginia, Inda e Isabel), han decidido poner un nuevo nombre al centro: IES EVA ESCRIBANO. No hay homenaje mayor que este para una maestra. Sus compañeros, los representantes de alumnos y padres han decidido conceder un reconocimiento magnífico a quien entregó gran parte de su vida a la enseñanza. La tragedia del cáncer se la llevó en un suspiro y nos dejó a todos los que la queríamos desconcertados, sin norte; sin embargo, gracias a la comunidad educativa su nombre va a presidir el lugar de sus amores: la escuela.  

No encuentro mejor gratificación que quienes trabajaron contigo crean que mereces llevar el nombre del centro donde enseñaste, donde ellos conviven día a día y se desesperan y ríen y se envuelven con los alumnos en una tarea tan menospreciada como decisiva. Ser maestra era tu pasión, tu vida, tu dedicación continua. Llevabas más de treinta años con los chicos y pocas veces desfallecías. No estoy escribiendo un panegírico, estoy reflejando la realidad de lo que yo veía en casa y de lo que tú me contabas cuando salías del aula. Escrupulosa, vigilante, dedicada, entregada, amorosa, recta, laboriosa, solidaria... No voy a cargarte de más adjetivos porque parecen fabricados por tu ausencia y no es así. Te puedo asegurar que he visto a pocas maestras con tu denuedo por la profesión, muy pocas. El reconocimiento de tus propios compañeros así lo ratifica, es un galardón que ningún vate provenzal podría igualar. Eva, eras maestra y lo serás siempre, porque tu nombre es el pórtico de un centro educativo que te ha reconocido como paradigma. Gracias infinitas.       

domingo, 11 de diciembre de 2022

Reventar

Ayudan las nuevas amigas, incondicionales y entregadas (un ejemplo, Mercedes y Elena). Ayuda correr hasta perder el aliento, hasta no saber quién eres. Ayuda leer, leer a los clásicos y a los no tan clásicos. Ayuda escribir, ayuda y a veces desangra, pero ayuda. Ayuda el teatro, el cine, las artes escénicas, el espectáculo, ayuda. Ayuda, y mucho, la cerveza y el güisqui de malta, ya te digo. Ayuda la ciudad, la ciudad, el cambio, ayuda. Ayuda todo esto a ignorar diálogos como los que surgen:

-Si como mierda y me hincho a licores recios, ¿cuánto tardaré en reventar?

-Pues no sé.

-Mucho me parece.   

Consejos para un domingo por la tarde

Los domingos por la tarde son espacios que, a menudo, resultan odiosos a mucha gente. No sé por qué. Si no estáis en un erial o en medio del campo (las consejas serían otras), os recomiendo un itinerario que os conducirá, sino a la gloria, por lo menos a olvidaros del tópico de que el domingo es despreciable. Reservad en un restaurante de postín (evitad las gambas). Llevad paraguas, es imprescindible, y recorred las zonas de bares y copas más frecuentadas. El mal tiempo y el que sea domingo ayuda a que haya muy pocos sitios abiertos. En cada uno de ellos es necesario hacer una parada y probar la cerveza de la casa o un palo cortado o lo que surja. Es una selección natural, y ayuda a no tener que pensar si me tengo que meter en un sitio o en otro. Bar abierto, lugar que tengo que visitar. Una vez que hayamos visitado todos los tugurios, no queda otra opción que la de volver a casa. Una vez en el refugio, nos serviremos un güisqui caro con hielo y surgirá esta reflexión: "Joder, la copa de güisqui caro de mi casa me cuesta menos que la caña más barata". Sí, es verdad, pero hay que asumirlo. Yo opto por el circuito, otros, una vez visto el dispendio, no volverían al vía crucis. Otra cosa, cuidad lo que veis en las plataformas, porque si después de esta enseñanza, os dedicáis a ver una película de los Hombres G, el vómito de los licores ingeridos va a ser inevitable y de eso no me podéis echar la culpa.   

jueves, 8 de diciembre de 2022

"Los muertos" de James Joyce



En "Los muertos" James Joyce nos invita a asistir al baile navideño de las señoritas Morkan en Dublín a comienzos del siglo XX. Las anfitrionas, Kate, Julia y su sobrina Mary Jane, nos conducirán, muy hospitalarias, al salón donde se baila desenfadademente; se bebe güisqui, limonada o ponche caliente; se habla, se canta e incluso se discute de nacionalismo, religión y asuntos domésticos (hasta de galochas). Se vive a la luz de las lámparas de gas, refugiados de la nieve, de la intemperie. Luego cenaremos y el protagonista, Gabriel, sobrino de las anfitrionas, trinchará la oca. Será él mismo quien se encargará de agradecer con un emotivo discurso la cortesía de sus tías al invitarnos como todos los años por Navidad. Coreamos el nombre de las tres mujeres y poco más tarde comienzan las despedidas. 

Hemos disfrutado de una velada cálida, agradable, llena de las delicias y las tiranteces de una pequeña comunidad habitada por las vulgaridades mundanas de tantas otras. Y es en ese momento cuando comienza lo grandioso de este relato. Gabriel y Gretta (su mujer) abandonan la casa, y nosotros con ellos. Nos dirigimos hacia el hotel. Él, movido por un acceso de lujuria, desearía que ella se mostrara esa noche más amorosa, más cercana, pero Gretta está muy lejos de allí, su mirada triste y perdida la delata, la enfría. Gabriel le pregunta qué le ocurre y ella le cuenta una historia de amor terrible, que le sucedió en su adolescencia, en Galway. Un pretendiente suyo murió por su culpa. Estaba muy enfermo y Gretta se iba a Dublín. La misma noche de su partida él se presenta en la puerta de casa. Era una noche fría, la nieve caía lentamente. A los dos días el muchacho de 17 años muere de enfriamiento. Toda la historia la cuenta Gretta recostada en la cama. Se duerme por fin, está muy cansada, y Gabriel observa su melancolía, más allá del sueño. Gabriel llora de celos y de congoja. En la penumbra de la habitación, a través de la ventana, imagina ver la figura del joven bajo un árbol goteante. Afuera, la nieve sigue cayendo lentamente. "Su alma había alcanzado esa región en la que moran las vastas huestes de los muertos". Nieva y nieva, según los periódicos en Dublín y en toda Irlanda, también sobre la tumba del amante muerto. La nieve desciende a través del universo, sobre todos los vivos y los muertos, como cae la lluvia que canta el bufón de Lear, como se deshila la lluvia lentamente en el páramo desnudo de Albacete. En 1907 y en 2022.       

miércoles, 7 de diciembre de 2022

Diarios de la pena negra XVI

Hoy, 7 de diciembre de 2022, tendríamos que estar celebrando nuestro treinta y un aniversario de boda, pero, como se lamentaba Bécquer, "no pudo ser". Fueron más de treinta y un años juntos, muchos más. Te escribí un poemario, ¿lo recuerdas? "Dame tu mano y paseemos". Acababas de cumplir veinte años y lo celebraba con júbilo, con la esperanza de que no me apartaras de tu lado. Yo mismo cosí las hojas y le puse unas tapas de fieltro verde (el color de la locura). Eran versos infames, casi tanto como la calidad de la encuadernación, y, pese a todo, aún los conservo. Te esperé en uno de los bancos de la Alameda, donde conversábamos durante horas, nos acariciábamos, nos besábamos (¡pongo tanto cuidado cuando te beso!) y nos descubríamos con ensimismamiento todavía adolescente. Cuando te regalé el poemario, me ruboricé. Era 29 de mayo de 1986. Lo escribí con mi mejor caligrafía, con esmero, sacando la punta de la lengua en cada trazo. Lo escribí con rima y métrica tradicional, con el denuedo de un amante clásico, con la torpeza de un joven desmayado. Las rimas sonaban a Miguel Hernández y retumbaba Ángel González en cada uno de los ripios. Podría haberte descrito como Dante lo hizo con Beatrice o Petrarca con Laura o Garcilaso con Isabel Freyre, porque poseías casi todas las cualidades del modelo de belleza renacentista: ojos verdes; tez pálida, casi transparente; cuello firme y estilizado y, sí, recuerdos de Botticelli; pero no, no manejaba todavía los recursos para retratarte con fidelidad literaria. Me agarraste la nuca con delicadeza (me gusta que enrosques mi pelo negro en tus dedos de maestra) y se te saltaron unas lágrimas. Todo era tan melifluo, tan inocente, tan juvenil, que me avergüenza registrarlo. Me enseñaste a besar (¡pongo tanto cuidado cuando te beso!), a acariciar, a susurrar, casi a escribir. Era la fiesta de la primavera. El viento removía tus veinte años recién cumplidos, los turbaba, los hacía temblar bajo la lectura, pausada, demudada, emocionada. Los versos no merecían tanta atención, tanta dulzura, tanta admiración. Y nos besamos: ¡pongo tanto cuidado cuando te beso!            

martes, 29 de noviembre de 2022

"Dostoievski, el poder del espíritu" por Rafael Narbona



Nabokov no comprendía a Dostoievski. Opinaba que sus novelas solo eran una deplorable combinación de caos y sentimentalismo. No soportaba su fervor religioso y su exaltación del pueblo ruso. A veces, las grandes antipatías surgen de secretas afinidades u obsesiones comunes. Nabokov y Dostoievski se asomaron a los mismos abismos: las pasiones desordenadas, las miserias de la razón, la impotencia ante la vida, el tacto áspero de la muerte, el filo acerado de las ideas.

Nabokov respondió a esos desafíos con escepticismo y desencanto, buscando en la literatura el orden que no apreciaba en el universo. La belleza le parecía el único consuelo al que se podía apelar desde la razón. En cambio, Dostoievski se refugió en la tradición y la fe. Responsabilizó a Occidente de propagar el nihilismo y la desesperanza, afirmando que solo el alma rusa, fiel a las enseñanzas del cristianismo primitivo, podía ofrecer una alternativa saludable a una humanidad sumida en la angustia y el miedo.
El tiempo parece haberle dado la razón a Nabokov, pero se trata de una victoria amarga, pues el desencantamiento del mundo ha producido un infortunio colosal. El hombre ha interiorizado que solo es una mota insignificante en un cosmos frío e indiferente y no percibe otro horizonte que la nada. El refinado y cínico Humbert Humbert se mofa del Príncipe Myshkin, un "idiota" que intentó obrar éticamente y al que la historia ha vapuleado sin compasión. Los libertinos han silenciado a los santos, celebrando el placer y el instante.


La carcajada estridente del Marqués de Sade es la melodía triunfante de nuestro tiempo. Nabokov no ha cesado de coleccionar "nínfulas", criaturas tan frágiles como esas mariposas que cazaba con su red y clavaba en un cartón. En cuanto a Dostoievski, se reconoce su genio literario, pero se escarnecen sus ideas. Arrodillado ante un icono, su imagen parece tan anacrónica como las reliquias de un viejo monasterio ortodoxo.

"Si Dios no existe, todo está permitido", sostiene Iván Karamázov. El actual concepto de la ética repudia esa reflexión, pues presupone que la moral es autónoma y no necesita un fundamento sobrenatural. La autonomía es un principio líquido que abona una perspectiva relativista. Si la razón humana es la única legisladora, ¿qué impide que los valores se desplacen o inviertan según las épocas? Para los héroes de la Ilíada, rematar al adversario herido y vencido no era una abominación, sino un acto virtuoso. Aquiles se compadece de Príamo, pero no lo hace por razones sentimentales.

En el mundo antiguo, perdonar al enemigo derrotado acredita magnanimidad, grandeza, no compasión. El perdón implica poder, magnificencia. Es un lujo, casi un despilfarro. No está al alcance de los débiles. Es una prerrogativa exclusiva de los grandes caudillos. Es lo que intenta explicarle Oskar Schindler al brutal Amon Göth, comandante del campo de concentración de Plaszow, en la famosa película de Steven Spielberg, pero el oficial nazi prefiere continuar satisfaciendo su instinto criminal.

Nietzsche consideraba que la magnanimidad era superior a la compasión. Su filosofía es un intento de restaurar la moral de Odiseo, Aquiles y Áyax el Grande. El superhombre es magnánimo, pero no compasivo. El filósofo alemán admiraba a Dostoievski por su intuición psicológica, por su capacidad de describir el paisaje interior de un hombre atormentado, por su recreación del resentimiento, la impotencia y el nihilismo. Estaba de acuerdo en que si Dios no existía, todo estaba permitido, pero no le desagradaba que fuera así, pues pensaba que la legitimidad de la moral procedía de la fuerza y no de sentimentalismos decadentes y opuestos al sentido ascendente de la vida.

Nabokov no es un filósofo, pero comparte con Nietzsche el desprecio por la tradición judeocristiana. No piensa que el hombre sea algo sagrado. No pretende invertir los valores. Simplemente, cree que no existen. Humbert Humbert deshumaniza a Lolita sin que le estorbe la mala conciencia. En cierta manera, es el heredero del Marqués de Sade, pues interpreta la vida como juego, exceso, éxtasis. Ni siquiera está cerca de Raskólnikov, pues este mata a la usurera para liberar a su hermana de un matrimonio indigno. Lolita no es simplemente una víctima. Simboliza la destrucción de la inocencia en un entorno contaminado por la frivolidad, el hastío y el cinismo.

En Los demonios, Dostoievski también aborda el tema de la inocencia profanada, pero no desde la perspectiva de Nabokov, sino desde el prisma de Nietzsche. Stavroguin viola a Matryosha, una niña de once años —la edad de Lolita— para demostrar que puede usurpar el lugar de Dios, decidiendo sobre la vida y la muerte de los otros. No acepta ningún mandato externo, pues cree en la autonomía absoluta de su voluntad. No comete su crimen con placer morboso, como Humbert Humbert, sino con desgana y hastío. "Su malignidad —explica Dostoievski— era fría, tranquila y, si se puede decir así, racional; por tanto, la más repugnante y terrible de entre todas las posibilidades". Su regla de oro es que no existen ni el bien ni el mal. Las categorías morales solo son prejuicios. Sin embargo, no puede evitar sentir lástima por su víctima, un sentimiento que lo enloquece y acaba llevándolo al suicidio. Humbert Humbert jamás conocerá el remordimiento. Solo le aflige la frustración de haber perdido a Lolita y, lejos de quitarse la vida, asesinará a Clare Quilty, otro perverso y el hombre que le ha arrebatado a su "nínfula".

Stavroguin pertenece a esa aristocracia educada en Occidente incapaz de comprender el alma del pueblo ruso. Por el contrario, María Lebyadkin, su esposa enferma y virginal, encarna las virtudes de ese pueblo desdeñado por los intelectuales y las clases altas. Inocente y sin malicia, su religiosidad desprende una sabiduría ancestral. Para ella, "la Madre de Dios es la gran madre, la tierra húmeda".

La obligación del ser humano es cuidar y cultivar esa tierra para que proporcione frutos. Para Dostoievski, la salvación de la humanidad solo puede venir de la fe sencilla del pueblo, que inspira hermosos gestos como la de esa niña de diez años que le dio una limosna cuando se hallaba deportado en Siberia y tiritaba de frío en una estación de tren en compañía de otros condenados. Conmovida por su miseria, la niña, una pobre campesina, se desprendió de una moneda, depositándola en su mano y le dijo: "Por el amor de Cristo".

En la estepa, Dostoievski aprendió que cuando el hombre pierde toda esperanza, se convierte en un ser abyecto o muere de dolor. Hijo de su siglo, todas las dudas y vacilaciones se disolvieron con el hambre, el frío y los malos tratos. Su conversión no se debió a una convicción racional, sino a un impulso del corazón semejante al de Kierkegaard, que descartó la posibilidad de la certeza en el terreno de lo espiritual. "Si alguien me demostrase que Cristo está fuera de la verdad, y que, en realidad, la verdad está fuera de Cristo —escribe Dostoievski—, entonces preferiría quedarme con Cristo antes que con la verdad".

Nabokov detestaba ese razonamiento, pues no creía en Cristo ni en la verdad. Al igual que Stavroguin, pertenecía a la élite educada en la cultura occidental. Con Humbert Humbert no quiso desafiar a Dios, sino mostrar cómo era el mundo realmente: un teatro donde no hay reglas morales universales ni permanentes, sino juegos perversos. Como Sartre, opina que el amor es una ilusión. Solo existe el deseo, que nos cosifica. De ahí que los otros sean el infierno.

Su mirada nos deshumaniza, pues solo aspira a la dominación y el sometimiento. Lolita es el ser humano abandonado a su suerte, una criatura a la que le han despojado brutalmente de su inocencia y que ya no espera nada de sus semejantes. De hecho, acabará asumiendo el cinismo de los adultos que han abusado de ella.

Dostoievski advirtió que la razón escondía grandes peligros. Stavroguin se convierte en un violador por un exceso de racionalidad. Humbert Humbert no parece tan racional, pero en el fondo comparte la convicción de que el bien y el mal son conceptos relativos y, por tanto, intercambiables. Dostoievski, al que se lee sobre todo por sus dotes como psicólogo y su capacidad para recrear experiencias como la soledad, la locura o el desamparo, prefirió dejar de lado la razón y confiar en el poder del espíritu.

Su fe siempre soportó el acecho de la duda, como cuando contempló en Basilea el Cristo muerto de Hans Holbein y casi sufrió una crisis epiléptica, pues solo advirtió en la imagen impotencia, dolor y miseria. Sin embargo, luchó contra esa impresión y prefirió aferrarse a la idea de que Cristo realmente era el camino, la verdad y la vida.

En nuestros días, el materialismo parece haber derrotado al espíritu, pero esa victoria no ha traído paz, sino desesperación. Sartre, Camus, Cioran, no ofrecen al ser humano otra salida que la náusea, el pesimismo o el sarcasmo. Dostoievski, con su mensaje de fe y esperanza, tal vez resulte incomprensible o irritante para los que reducen la verdad a evidencias empíricas, pero aún sigue reconfortando el alma de los que no pueden aceptar la idea de que el hombre solo sea un ser para la muerte.

domingo, 27 de noviembre de 2022

"Al borde" de José Corredor-Matheos


Celebro el poemario de José Corredor-Matheos, que me regaló el amigo Matías. Palabras que reconfortan, que te reconcilian con la vida y con la poesía. Palabras desnudas, esenciales, primigenias, que muestran un panteísmo sencillo, sin aspavientos, pleno de intensidad y misticismo: 

El caminante espera

que, algún día, 

por sorpresa,

el camino 

se abra

para él.

Palabra madura y sosegada que, a pesar de no esconder a la muerte, canta esperanzada:

Luz de un relámpago.

En plena oscuridad

no hay engaño.

Y esos versos que parecen escritos para ti, para tu desazón, te arrullan y consuelan como una manta en invierno:

...El otoño otra vez,

con una sensación

de que la vida empieza cuando acaba.

No conocía a este poeta, grande solo por este libro. Al borde se titula el poemario. Leedlo despaciosamente, con sosiego. Y si por desgracia tenéis dañada el alma (quién no la tiene) os aseguro que os servirá de bálsamo, de letuario, de árnica, de todos los sinónimos que se le puedan buscar a las palabras sanadoras. Gracias, Matías. Gracias, José Corredor-Matheos. Una suerte entrar en centros de salud donde sí hay médicos.

sábado, 26 de noviembre de 2022

Luces de Navidad

Nunca había asistido al encendido de las luces de Navidad en una ciudad. Ha sido una experiencia casi religiosa, emocionante, subyugante, abrumadora. He visto cosas que jamás imaginaríais, como diría un replicante cualquiera. He visto la noche convertirse en día, he visto ríos de gente extasiada por la emoción de las luminarias, he visto bailar la luz al son de la música, he visto a las tiendas de ropa engullir millares de seres humanos como si estuvieran ingresando en el paraíso, he visto robar carteras, caer babas, hincar rodillas, dejar caer móviles al suelo, miradas de LSD..., y, además, era Blas Fridéi, otra tradición milenaria que nos coloca en la vanguardia del capitalismo. Las gentes salían de las tiendas cargadas de bolsas de papel, de cajas de cartón, de satisfacción absoluta y de bolsillos vacíos. No veo mejor conjunción en los astros, ni mejor atracción para un viernes noche que asistir al encendido de luces de Navidad y a un Blas Fridéi. ¿Quién puede gozar de mayor felicidad, de mayor arrobo? Lástima que no fui capaz de encontrar al distribuidor del ácido lisérgico, solo al de cornezuelo.   

jueves, 24 de noviembre de 2022

El purgatorio es una ducha



Hoy en Literatura Universal tocaba hablar de Dante. Tampoco nos sumergimos a mucha profundidad, pero sí analizamos la estructura de su Comedia, de su Divina Comedia. Al llegar al purgatorio les pregunto si saben lo que es, y sí, lo saben, porque las monjas se lo explicaron en la catequesis con un ejemplo muy ilustrativo: "El purgatorio es la ducha". Yo, os lo aseguro, no lo había oído nunca, aunque el propio Virgilio es verdad que lava a Dante con el rocío del purgatorio. Al parecer, el purgatorio es una especie de balneario donde las almas van a depurarse. La ducha, el agua a presión, los desprende de sus pecados, de sus vicios, de sus porquerías espirituales, para entrar ya, bien limpios y lijados, en el paraíso. "La ducha, el purgatorio es la ducha", "y debíamos rezar mucho para que la presión del agua llegara a los familiares muertos que se encontraran en esa situación". 

Mañana entraremos en el infierno, ¿de la mano de Virgilio?, no, de la mano de las monjitas, porque yo no me quedo sin saber cómo es ese lugar terrorífico, según estas maestras de la imagen. Si el purgatorio es un spa, no puedo imaginar qué alegoría habrán utilizado para el infierno. Ya hablaremos de la interpretación de Dante otro día.   

miércoles, 23 de noviembre de 2022

Chico Buarque y el mar



Chico Buarque suena a barcaza deslizándose sobre una tranquila bahía. No sé por qué. Muy pocas veces he surcado los mares, ni falta que hace, porque el agua en abundancia me da pánico, me estremece. Hace poco, en Cudillero, pude admirarlo en todo su esplendor. La maravilla del paisaje, las cervezas de la Chupis y la compañía entrañable de Javi se veían en cierta manera atenuadas por la enormidad de las olas. Me imaginaba a los pescadores en mitad de la marejada, alejados de la seguridad de la orilla, cabrilleando y cabalgando su fiereza con dificultad. 

El mar de Juan Ramón Jiménez no es el mío. No encuentro en él eternidad ni sosiego, todo lo contrario.  La mar solo me remite a la insondabilidad de la muerte, de la angustia. Por eso no comprendo que la música líquida de Chico Buarque, la sensualidad de sus melodías, me traslade a un mar que no reconozco, un mar, este sí, de poetas ribereños, calmo, aceitoso, sobre cuyas olas se podría bailar con ritmo sosegado, con vaivén de mulata. Y caigo en algo que he leído cien veces, mil veces, cien mil veces y que he explicado en clase otras tantas: el mar es tanto un símbolo de muerte como de vida, una contradicción en sí mismo; un monstruo que devora a sus adoradores y que, a la vez, les ofrece lo mejor de su vientre; el mar es tan traicionero como acariciador, tan zalamero como insolente. Y sigue sonando Chico Buarque y ya no está el mar, todo me suena a fútbol y a samba brasileña. Pero en el desierto no se puede jugar al fútbol ni tampoco hacer el amor con libertad.    

martes, 22 de noviembre de 2022

Volver a Shakespeare


Vuelvo a Shakespeare cada cierto tiempo, ahora con más fe que nunca, porque Shakespeare, como dice Rafael Narbona, es el poeta del caos y, para mí, el poeta del páramo. Sí, me imagino a los personajes de Shakespeare deambulando siempre en un paisaje árido, sin posibilidad de vida, sin esperanza, con un destino fijo, la muerte. Un camino desdibujado en el que solo el final trágico es evidente. Veo una tierra seca (a pesar del bufón de Lear y su lluvia constante, a pesar de las humedades del norte), una encina bajo la que cobijarse, un árbol que será arrasado por el rayo, sin remisión, en cuanto los caminantes se sirvan de su refugio. El tormento de Hamlet, la desesperación de no encontrar soluciones a la existencia, la siento más viva que nunca y, en esas analogías, veo a Shakespeare como mi autor de cabecera, el que ha sabido plasmar la tragedia humana con mayor efectividad. 

El destino es la caída en un pozo: vemos con horror a Macbeth y a Otelo, espantados de su propia crueldad; sentimos el amor sin horizonte de Romeo y Julieta o la frustración de Falstaff al constatar la ingratitud de su amigo íntimo. Shakespeare es un dios registrador, nos da fiel testimonio de lo que nos espera y no hay ninguna pluma que haya estado tan iluminada como la suya. La muerte crea un vacío, una angustia en sus personajes tan viva como si fuera cierta. Por eso veo las creaciones de Shakespeare siempre en la paramera, en el rastrojo, en una naturaleza inhóspita, sin refugio, con un horizonte tan plano y evidente como el de nuestra propia naturaleza. 

Y a pesar de todo, Shakespeare reconforta, porque aunque sus argumentos no dan respiro a la esperanza, sin quererlo, nos brindan la clave para sobrevivir: el amor por la palabra. Escarbando entre las vísceras de un cuerpo derrengado, aparece la rosa, no la toquéis, dejadla.     

"William Shakespeare, poeta del caos" por Rafael Narbona



Al leer a Shakespeare se experimentan las mismas sensaciones que al adentrarse en un texto sagrado: temor, perplejidad, asombro, espanto. Parece que todo aconteciera por primera vez, que cada historia fuera el principio de una cadena infinita, que la locura, lejos de ser una desgracia humana, constituyera una de las fuerzas del universo. Las historias de Shakespeare no están sujetas a las servidumbres del tiempo y el espacio. Ostentan la extraña perennidad de los mitos, capaces de conmover indistintamente a todos los hombres. La gloria de los clásicos depende de su capacidad de estar asociados a una imagen.

Cervantes es inseparable del hidalgo enloquecido que embiste a los molinos. No podemos pensar en Dante sin evocar los nueve círculos del Infierno. Homero nos trae a la mente la cólera de Aquiles y la ira del cíclope. Shakespeare ha creado una imagen que abarca toda la aventura de la conciencia humana. Somos el único animal que piensa en su muerte y se plantea si la vida es un don o una horrible condena.
Hamlet, daga en mano, preguntándose si merece la pena existir o no, si es razonable aguantar el infortunio o ponerle fin con un gesto letal, simboliza la anomalía de nuestra especie. Hace tiempo que dejamos de obrar solo por instinto, pero no estamos seguros de que ese salto haya constituido un progreso o una maldición. ¿Estamos más cerca del cielo o del infierno que un gato dormido al sol?

El ser humano actúa presuntamente impulsado por la razón, pero Shakespeare nos muestra que a menudo las pasiones eclipsan nuestro juicio. Otelo mata a Desdémona sin pruebas inequívocas de su deslealtad. El rey Lear reparte su reino entre sus hijas, a pesar de que eso significa quedar expuesto a las aristas de la ingratitud filial. Romeo y Julieta se enamoran, sin ignorar que su idilio puede desembocar en una orgía de sangre, pues sus familias están mortalmente enemistadas.

Shakespeare nos enseña que hay una violencia desatada por las pasiones, turbia y brutal, pero hay otra violencia peor, la violencia inspirada por la ambición. Lucifer se rebeló contra Dios porque anhelaba usurpar su poder. Destruyó la armonía del Paraíso Celestial, corrompiendo a otros ángeles, que se aliaron con él para asaltar el trono del Padre. Ese lejano intento de parricidio –Lucifer intentó matar a Dios, su creador– es el arquetipo de otras acciones similares: Edipo matando a su padre en un cruce de caminos, el bastardo Smerdiakov acabando con la vida de Fiódor Karamázov, Lord Macbeth asesinando al rey Duncan mientras duerme.

En Macbeth, Shakespeare nos revela que matar al padre –un rey lo era hasta que Luis XVI fue ejecutado como un vulgar criminal– altera el equilibrio del cosmos. El cielo se oscurece, los campos fértiles se convierten en yermos, la primavera se ausenta, la razón zozobra como un barco que se estrella contra los arrecifes. El caldero de las brujas que encienden la hybris de Lord Macbeth, presagiándole que será rey, desprende una niebla espesa que sepulta el reino de Escocia y que no retrocederá hasta que el bosque de Birnan comienza a reptar por los montes de Dunsinane.

Lady Macbeth instiga a su marido a traicionar a Duncan, sin sospechar que el crimen abrirá las puertas de la locura. Lord Macbeth no podrá dormir ni descansar. Al matar a Duncan, ha matado al sueño, a la paz, a la serenidad. Su mujer descubrirá que sus propias manos se han teñido de sangre y que nada puede limpiarlas. Shakespeare es el poeta del caos, el cronista de la oscuridad y el mal, el testigo de la interminable caída del hombre en una culpa sin expectativas de redención.


Hasta la aparición de Dostoievski, ningún escritor se aventurará en un territorio tan sombrío. Sus tragedias son auténticos descensos a los infiernos, con tramas salpicadas de asesinatos, traiciones, suicidios y arrebatos de locura. Shakespeare se interesa por la historia y la política. Dostoievski prefiere circunscribirse a las cuestiones morales y religiosas. Ambos estudian la psicología humana, pero con una importante diferencia: Dostoievski nunca priva a sus personajes del hilo de la esperanza, por tenue que sea. En cambio, Shakespeare deja al hombre a la intemperie.

Los dioses no son benévolos, sino crueles y despectivos. Disfrutan con nuestro sufrimiento. Incluso lo provocan para aliviar su tedio. No les preocupa la justicia ni la equidad. Shakespeare no es un autor cristiano. Su perspectiva coincide con la de los trágicos griegos. No hay que esperar nada del cielo. Es absurdo presentar a los dioses como los padres de la humanidad. Shakespeare es despiadado con sus criaturas. Ni siquiera recurre al "Deus ex machina" para salvarlos de su amargo destino.

Eurípides se compadece hasta de Medea, invocando a Helios para que le envíe su carro y poder huir de la ira de Creonte y Jasón. Podría castigarla, pues ha matado a sus hijos y se lo merece, pero elige la clemencia. Shakespeare obra de otra manera. No ahorra al rey Lear el horrible sufrimiento de perder a Cordelia, ahorcada en un calabozo cuando estaba a punto de recuperar el poder y resarcir la injusticia que había cometido con ella, acusándola de mala hija por aconsejarle que no se despojara de su reino y lo dividiera entre sus herederos.

¿Quién era realmente Shakespeare? ¿El humilde palafrenero con escasos conocimientos de latín que acabó siendo actor, autor y propietario de una compañía de teatro? ¿Fue tan deficiente la formación de Shakespeare y tan humildes sus orígenes? Hoy sabemos que Shakespeare fue hijo de un próspero comerciante de lana que ocupó un alto cargo del gobierno local. Gracias a eso, adquirió el derecho de estudiar en el Stratford Grammar School, un centro bastante riguroso que instruía a sus alumnos en gramática y literatura latinas. No hay ningún documento que acredite la asistencia de Shakespeare a esta escuela, pero su conocimiento de las obras de Esopo, Ovidio y Virgilio, algo que puede apreciarse en sus dramas, avala esta hipótesis.


Los escépticos han apuntado que el verdadero autor del corpus shakesperiano fue un grupo de pensadores dirigidos por Francis Bacon, Walter Raleigh y Edmund Spenser. Otros han señalado como posibles autores a Christopher Marlowe, Edward de Vere, decimoséptimo conde de Oxford, o incluso a lady Mary Sidney, condesa de Pembroke. Todas estas teorías no parecen muy creíbles. Al margen de esta polémica, sabemos algo con seguridad sobre la pluma que alumbró Hamlet, Macbeth, El rey Lear o La tempestad. Dudaba de la existencia del Dios cristiano, pero había algo que le aterraba más: la posibilidad de que no existiera y el mundo solo fuera el cuento de un idiota, una historia sin significado llena de ruido y furia.

Shakespeare fue un hombre atormentado. Sus comedias evidencian que no carecía de sentido del humor, pero su interpretación del universo se parece a la de Pascal: vivimos suspendidos sobre un abismo, amenazados por el frío, el silencio y la oscuridad. Pascal halló consuelo en la fe; Shakespeare, incapaz de creer en la misericordia de un Dios bueno, se limitó a deambular por un páramo umbrío y lluvioso, acompañando al rey Lear y su bufón, abrumado por la sospecha de ser la pesadilla de un aciago demiurgo.

lunes, 21 de noviembre de 2022

Reivindicación del páramo

Reivindico el páramo, el campo amarillo, seco, agostado por la falta de lluvias, el rastrojo, el paisaje sin horizonte, sin árboles, plagado de aerogeneradores, la intemperie asolanada, la Mancha esteparia, sin montañas, con horizontes eternos y caminos rectos como Bernarda. Reivindico el secarral, el llano en llamas, el vientre yermo de la paramera. Me abruma la belleza verde de los paisajes del norte, me intimida el fragor de la naturaleza, me ahoga la humedad permanente de esas praderas rozagantes. No, reniego de la fertilidad de las selvas, reniego de los arroyos, de las cascadas, del mar embravecido golpeando el acantilado espectacular. Quiero morir en el páramo, tumbado sobre un pedregal o sobre los restos del trigo recién segado, descoyuntado por el peso del sol, aturdido por la inmensidad de lo inabarcable. 

Cuando viajo al norte, todo es tan feraz, tan deslumbrante, que asfixia tanta sorpresa; en cambio, cuando en el páramo, después de quilómetros y quilómetros, descubres un olivo, una acacia, un almendro, la rareza aquilata su belleza, se realza, como una metáfora solitaria en mitad de una poesía desnuda. Reivindico la encina sola, el techo derruido de una casa de barro, la tierra agrietada, el polvo de la mies recién recogida. No más parques naturales, ni montañas nevadas, ni frondosos bosques de hayas. Prefiero extasiarme con la inconsistencia de la nada.  

No hagáis mucho caso de lo que digo. Ahora mismo estoy bajo cubierto, no veo ningún paisaje, salvo el de las paredes del salón, la calefacción funciona a toda tralla y oigo a Etta James. Ni praderas verdes, ni páramos somnolientos. Lo mismo me daría estar en Cantabria que en Albacete. La intemperie es para los intrépidos. 

domingo, 20 de noviembre de 2022

Yo soy todavía un nosotros

Yo soy todavía un nosotros. Hablo de música brasileña, "a Astrud Gilberto la vimos nosotros..."; viajo a lugares ya visitados, "en Bilbao teníamos nosotros el hotel..."; como en restaurantes de Asturias, "aquí nosotros pedimos un cachopo enorme..."; veo Ser o no ser, "esa la vimos nosotros en La Latina..."; visito el Museo del Prado, "el Jardín de las Delicias lo descubrimos nosotros cuando..."; saboreo un vino del Terrerazo, "ese lo bebíamos nosotros..." Yo soy todavía un nosotros y no me duele, todo lo contrario. Me acompaña a los lugares más insospechados, hasta donde nunca estuvimos. Yo soy todavía un nosotros, y no me empacha, porque no recuerdo cuándo yo era un yo. Quizás siempre fui un nosotros, quizás nunca yo fui un yo hasta que no estuvo ella, quizás. Por eso se me hace imprescindible llevarla de viaje, sentarla a mi mesa, señalarle un paisaje, comentarle la escena de una película o de una obra de teatro, invitarla a un vino... Porque sin su compañía, sin mi nosotros, no sé si sabría hablar, no sé si sabría apreciar el sabor de la realidad. Yo soy todavía un nosotros, pese al tiempo transcurrido, pese a los hospitales, pese a los sueños macabros, pese al espejo vacío, pese al silencio. Soy un nosotros, y no deliro. 

miércoles, 16 de noviembre de 2022

Cae la noche

Cae la noche. Me he propuesto superar la murria de la tarde. No quiero desgarrarme, ni abroncarme, ni compadecerme de mí mismo. Sí, cae la noche, y saldré a saborearla, a sentir el aire de noviembre en el rostro, a deambular por las calles iluminadas de la pequeña ciudad. Visitaré bares y tomaré cervezas. Cae, cae la noche, y yo no caeré con ella, porque estoy cansado de andar como alma en pena por los rincones de la memoria. Cae la noche, se adueña de los descampados y devora a los perros y a sus dueños, y me anima a envolverme en ella, a arroparme en su aliento de loba implacable. Ando y ando sin rumbo. Observo el pasar cotidiano de la vida junto a mí, la niña que oye reguetón en el bus, el abuelo que se tambalea sobre el bastón, la señora que acaba de salir de la peluquería, el adolescente que besa a su pareja con los ojos cerrados. Cae la noche y salgo de casa, con la esperanza de que suene jazz en el próximo antro o que baje el precio de los licores. Porque no sé si os habéis fijado, pero los vicios son cada vez más caros y peor vistos. El poder del bizcocho de zanahoria está pudiendo con los torreznos y la leche de soja se impone al güisqui de malta. Cae la noche y, con ella, la bohemia. Que caiga la noche es un proceso natural, pero que se sirvan en los bares tés negros, no.   

domingo, 13 de noviembre de 2022

Ruta verdadera de "Luces de bohemia"

Este fin de semana, con dos compañeras de departamento y un maestro, hemos inaugurado la verdadera ruta madrileña de Luces de bohemia. La de Umbral tiene fallos de bulto que nosotros hemos corregido. Comenzamos (para despistar) siendo fieles al itinerario tradicional, en Casa Ciriaco, cerca del Pretil de los Consejos. Desde la atalaya de las primeras cañas y a través de una cortina de lluvia, quisimos adivinar la cueva de Zaratustra, convertida en un contenedor metálico de aspecto tan intrigante como el propio dueño de la librería. 

La segunda posta la hicimos en el Reino de los Vinos Antiguos. Rezan los evangelios apócrifos de Valle que allí, Max Estrella se echó al coleto lo que luego sería el veneno que acabaría con su vida, un vino de Madrid con aromas a amoníaco y bostas de la estepa. También entre esas mismas paredes se encontraron don Latino y Sancho Panza, se besaron en las mejillas y se espetaron insultos impronunciables, que sus acompañantes no quisieron oír, uno por ciego y falto de malicia; el otro, por estar fuera de sus cabales. 

Tras saludar a Larra, que contemplaba lloroso los muros del Palacio Real, caímos en un palacio de cristal, en el templo del modernismo y las croquetas. Asustados por el lujo de sus vidrieras y deslumbrados por las luminarias, descubrimos que fue allí donde Max Estrella se veía de joven con el que luego sería gobernador, donde conquistó a  madame Collet, donde vivió mejores tiempos que los que se cuentan en el libro de Valle. Embriagados por la claridad, el modernismo y la cerveza, salimos de otro talante. 

La lluvia había cesado y nos encaminamos hacia la buñolería modernista, pero igual que Cervantes desvió el camino de sus héroes hacia Barcelona para llevar la contraria a los amigos de Lope, nosotros hicimos un quiebro y paramos en un antro oscuro, este sí en el callejón de Álvarez Gato. Después de reírnos de nuestros cuerpos descompuestos en los espejos del esperpento, asaltamos la Pompeyana. Allí, Max Estrella abrazó la lúbrica religión de los antiguos dioses, se hizo fiel a Atenea y nombró sacerdote de los sátiros a su infame compañero. Comimos y bebimos arrinconados por los turistas y reconfortados por las herejías de las paredes. 

Quedaba la última posta, el fin de nuestro camino literario y no pudimos elegir mejor destino, animados por los vapores etílicos y el desgobierno de nuestras entendederas: un bar de copas inspirado en Lewis Carroll, aunque pasado por el tamiz de Telecinco. Tuvimos que esperar en la entrada porque tenían prioridad las rubias de más de uno setenta. Nos sirvieron licores en tazas con el rostro de Valle (su lengua, atravesada por un piercing y su dignidad arrastrada por la decoración del local). Allí fue donde don Latino fornicó con la Lunares, donde Max Estrella sufrió el síncope que acabó con su vida. A pesar de su ceguera, no pudo aguantar el efecto del vino de Madrid y el mal gusto de la decoración. Cuando palpó la taza en la que le sirvieron el aguardiente y notó que la nariz, la barba, la lengua y las lentes eran las de su creador torció el gesto y espichó. Nosotros salimos más contentos de lo que habíamos entrado. Al fin y al cabo, las muertes literarias apenas duelen.     

lunes, 7 de noviembre de 2022

El comensal solitario

Es curioso el proceder de algunos restaurantes cuando reservas solo para una persona. Ya me ha sucedido en varias ocasiones: te colocan en un rincón de la barra o en un tonel apartado o en una esquina de espaldas al jolgorio, como para que no estorbemos. Tampoco me extraña. Ocurre como con los feos y los gordos en los platós de televisión, los suelen situar fuera del campo de la cámara, porque no dan juego, porque al espectador le gusta ver caras agradables y cuerpos bien formados; y a la clientela de un bar no le da buena espina un solitario. Lo más normal es que sea un borracho, un raro o una mala persona, con la que no quiere cuentas nadie. En el caso de los llaneros solitarios, para el cine daban juego, pero para ambientar un salón comedor como que no. Es difícil ir de restaurantes sin compañía y no precisamente por la falta de conversación (ahora, a través del guásap, se pueden organizar tertulias virtuales con mucha facilidad y variada riqueza), sino por la sensación de ser un marginado, un paria. La última vez, a mí y a dos chicos árabes nos situaron en una zona aislada del bullicio, donde nuestra condición de solitarios y extranjeros del sur no molestara demasiado. No pasa nada. Ahora, lo que resulta más complicado es pedir arroces ("mínimo dos px") y raciones para compartir (ayer por poco reviento con un plato de mejillones). Por desgracia, a través del móvil, aún no podemos saborear unas vieiras. Todo se andará.   

miércoles, 2 de noviembre de 2022

Diarios de la pena negra XV

2 de noviembre de 2022

PALABRAS NEGRAS

Solo brotan de mis entrañas palabras negras.

Un espíritu machadiano me ha invadido:

los paisajes se cubren de tardes melancólicas,

de álamos polvorientos,

de tierras de ceniza.

Llego al refugio solo,

como solos estamos al nacer,

como solos moriremos.

Y quiero reencontrarme,

reconocerme,

despertarme,

pero me falta el aire.

Una rueda pinchada,

un tropiezo, 

una bolsa que se rasga,

son suficientes para entrar

en una profunda sima de tristeza.

Las polvorientas encinas,

los ramajes yertos,

las grúas vacías

el esqueleto de los edificios,

todo ofrece un aspecto abrumador

de desdicha.

Solo brotan palabras negras,

por suerte son solo palabras:

el meconio de los desgraciados,

el lodo de las soledades,

la grasa de las cocinas descuidadas.

Palabras, palabras negras,

sucias palabras negras

de soledad correosa.  

lunes, 31 de octubre de 2022

Diarios de la pena negra XIV

31 de octubre de 2022 

A raíz de un artículo de Irene Vallejo, recuerdo un mito de la tradición clásica. Y me desmorono. Los sueños me llevan siempre a ella. Hoy, por ejemplo, Eva no estaba muerta, resucitaba, los médicos se habían equivocado por completo y ella se había despertado en la morgue, plena de alegría y de vitalidad. Nadie sabía cuál había sido la equivocación, pero estaba claro que no estaba muerta, que volvía a casa y volvíamos a planear nuestra jubilación. 

Al despertar, tuve que cambiar la hora y, luego, amoldarme a la nueva realidad. Por suerte estaba en Bilbao y nada es como parece. Leo el texto de Irene Vallejo y, a pesar de rememorar un mito que a mí, cuando lo conocí me pareció demasiado efectista y melodramático, se me agarra al paladar como el cruasán que acabo de engullir en el desayuno. Jupiter y Mercurio bajan al mundo de los mortales y solo una pareja de mortales los acoge, humildes, hospitalarios. Ellos cobijan a los dioses y les dan lumbre, comida y vino (qué más puede pedir un viajero). Baucis y Filemón avivan el fuego, les ofrecen carne y unas jarras bien condimentadas, para que los extranjeros no pasen calamidades. Los dioses, agradecidos, al ver que esa pareja les entregaba todo lo que tenían para agasajarlos, se apiadan de ellos y quieren premiarlos. Les dan a elegir, les ofrecen la vida eterna, el colmo de los placeres y ellos no dudan: "Quiero morir el mismo día que Filemón" -dice Baucis. "Yo quiero lo mismo"-dice Filemón. "No quiero ver la tumba de mi compañera". Jupiter y Mercurio se sorprenden, no comprenden cómo alguien que puede elegir libremente sobre su destino, elige la muerte. A mí me resulta tan razonable que me da miedo.      

martes, 25 de octubre de 2022

Diarios de la pena negra XIII

25 de octubre de 2022

Beber y beber hasta perder el norte, hasta abandonar la realidad, hasta el punto de que a las nueve sacas el móvil y estás a pique de llamarla, para decirle que mañana volverás a casa, que no se preocupe, que no has bebido mucho (mentira), que al llegar harás la comida, que sacarás a la perra, que tenderás la ropa...; pero no, en seguida, a pesar de la embriaguez, la realidad te abofetea, recuerdas que no vas a volver a ningún sitio, que nadie te espera, que ella no estará para recoger tus despojos, que ya nadie te recriminará ser tan crápula. Y oyes los versos de Cernuda, tan vivos, tan hirientes como nunca, "libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin sentir un escalofrío..." Beber y beber hasta no ser uno mismo. "Embriagaos", sigo a Baudelaire, "de vino, de belleza, de cualquier cosa, pero embriagaos". Y luego, durante la resaca, el día es más gris; la noche, más oscura; el viento, más frío; las habitaciones, más estrechas; el abismo, más insondable. Y octubre, más grave.

lunes, 17 de octubre de 2022

Diarios de la pena negra XII

17 de octubre de 2022

Ella tiene dieciséis años y ha sufrido más que yo. Mucho más que yo. Sí, aunque parezca mentira, hay gente que puede sufrir más que uno. Llega a clase con la sonrisa puesta, con el amor por la literatura entre los dientes y con una motivación que no es propia de una joven. Porque ha sufrido más que yo, mucho más que yo. Y no es habitual que la gente sufra más que uno. Menos todavía los adolescentes. Se sienta y espera a que comience la clase, con avidez, con hambre de letras, de palabras. Me acongoja tanta pasión. Y la envidio. No porque haya sufrido más que yo, sino por estar más entera, más firme, con dieciséis años que yo con casi sesenta. Hoy me he quemado la lengua con el guisado de costilla y pensaba en ella, en su sufrimiento y en mi falta de ánimo. En mi apresuramiento, en mi indecisión, en mi incoherencia, en mi despiste continuo. Ayer, tan necesitado de gente, de conversación, como estoy, me equivoqué de sala al ir al cine y vi la película equivocada, sin compañeras a mi lado, porque mi subconsciente parece perseguir la soledad. Y ella me mira, alegre, avispada, con los ojos llenos de horizonte, y yo tengo que imitarla. Ella ha sufrido más que yo, mucho más, y ahí está, sentada, con la barbilla apoyada en la mano, a la espera del argumento de la Odisea, a la espera de Ulises. Me he clavado un vidrio en el pie, en el talón para ser más exactos. Sabía que se había roto una copa en la cocina y no he dejado de ir descalzo. Noto el dolor del vidrio hiriendo la carne, y aun así, ella ha sufrido más que yo, mucho más que yo, y conserva la mirada limpia, transparente como el aire de octubre.     

miércoles, 12 de octubre de 2022

Diarios de la pena negra XI

12 de octubre de 2022

Desde el abismo en el que me precipito, tengo la falsa sensación de que la caída es transitoria, de que todo esto es reversible. Imagino que Eva me reclama para que vuelva a casa, la veo abrazando amorosamente a mi hija, escribiendo en su diario de viajes el último episodio de nuestras peripecias, entra en el bar donde estoy comiendo solo y se sienta a mi lado y pide una ensalada, lee y me da su opinión sobre mis engendros, riega las plantas, paseamos a la perra, revisa las clases del día siguiente, prepara su cartera, se acuesta a mi lado, la beso y me despido de ella. Porque no, porque no volveré a pisar tierra firme, porque este abismo es para siempre, esta caída no tiene remisión. Y ya es tarde para aprender a volar, es demasiado tarde. Por muchas alas que se empeñen en fabricarme quienes me aprecian, creo que no voy a ser capaz de manejarlas. 

Solo se detienen el vértigo y la angustia cuando ella aparece como en sueños, con esa mirada verde de las sirenas, con la piel tan fina y blanca como el sudario de Penélope, tejiendo y destejiendo su presencia fantasmagórica. Vivo con la esperanza de Telémaco, a pesar de conocer la sentencia de los dioses, a pesar de saber que ella naufragó y yo mismo fui quien la arrulló en su último aliento. A pesar de la certeza, lo único que me consuela es imaginarla una y otra vez aparecer en la orilla, en el borde del precipicio, con el brazo extendido para salvarme, para detener la caída irreversible.   

martes, 11 de octubre de 2022

Diarios de la pena negra X

11 de octubre de 2022

A veces los días son negros como la pez, como la oscuridad, como el fango, como el meconio, como la sangre coagulada. Son negros y te destrozan los intentos de recuperación. Son negros, como el vómito del apestado, como el repicar lento de las campanas, como las noches de luna nueva. Son negros esos días en que todo parece ir hacia el fondo: se rompe el tendedero, te lesionas un gemelo, pillas la tormenta en plena conducción, se abre la fosa de los malditos. Son insignificantes desgracias que te abocan a un porvenir sin sentido. Es verdad, antes la vida tampoco era nada, pero la tenía ordenada: los libros en posición alfabética, la silla para sentarse, el sofá para repantigarse, la cama para tumbarse, el hombro para suspirar sobre él. Todo era una murria inane que te mecía y abrazaba, te vendaba los ojos, para evitar percibir el argumento de la obra. Hoy, uno de esos días negros, ves con nitidez el primer y segundo acto y no muy lejos, el tercero, lúgubre, inevitable, apocalíptico. La soledad, esta soledad impuesta, te abre los ojos para que descubras, sin aliento, qué poco hay de sólido en tu andadura, qué leve es tu pasar, qué frágil. Y ella no está, y ella era mi hombro; y sin ella veo el mundo ingrávido, descarnado, sin apoyo para mi cabeza .     

sábado, 8 de octubre de 2022

Diarios de la pena negra IX

7 de octubre de 2022

Hoy he vuelto a Sevilla. Ya es otoño, la canícula no te desbarata y una tarde de cobre bruñido me ha recibido con la boca entreabierta. He vuelto a Sevilla, al Callejón del Agua, a la Puerta de la Carne, al abrigo de mi hija, que me da refugio, alegría, candor y un vigor de juventud que necesito más que la comida. Las callejas del barrio de Santa Cruz, por la noche, silenciosas, limpias, amorosas, me acogen como si hubiéramos nacido aquí, como si las conociéramos desde la niñez. Abrazo por el hombro a Alma y caminamos juntos, felices, endulzados por una noche de temperatura deliciosa, sin brisa, sin el acogotamiento del sol, con la intensidad y la sencillez de la compañía necesaria. Sevilla es un huerto donde madura el limonero, un panal de turistas que pugnan por encontrar la cola más larga, un barandal de mármol desde donde se contempla un esponjoso anochecer, con manjares en sazón y flores y licor de dioses en las vitrinas. Sevilla es azulejo y piedra, soleá y romance, silencio y rompimiento de cantaor desgarrado. Sevilla es Alma y Cernuda y un poco el burlador. En Sevilla tengo ahora más aire del que puedo respirar.    

lunes, 3 de octubre de 2022

Diarios de la pena negra VIII

3 de octubre de 2022

Antes de la desgracia era un gilipollas con pretensiones, ahora solo soy un triste gilipollas. He avanzado, aunque no lo parezca. Estar triste o ser un triste siempre es mejor que ser un pretencioso. Sí, para lo único que me ha valido sufrir esta tragedia ha sido para bajarme los humos, para ascender a la altura de los gilipollas sin ínfulas. No lo digo como boutade, sino como constancia de mi actual naturaleza. 

Hoy, en clase, he constatado con mis alumnos esta condición. Les había colgado en Classroom, para reforzar la sintaxis, las mismas oraciones que habíamos analizado en clase, un lapsus habitual, sin importancia. Ellos me lo han advertido sin ninguna acritud, con el gesto del que comprende a quien no está centrado. Aceptan, comprenden mi nueva naturaleza (la de triste gilipollas) y la asumen como algo que tienen que sufrir necesariamente. El gilipollas pretencioso habría argüido que lo había hecho adrede, para comprobar si estaban atentos a lo que colgaba (he estado a punto de decírselo); pero no, he preferido la verdad, que mi atención se ve disminuida por la murria que me acompaña día y noche. No han protestado, solo han esbozado un gesto de resignación e incluso alguno me ha compadecido. No quiero dar pena, pero la doy. Preparo las clases con el mismo esmero que antes, incluso con más interés, porque el contacto con los alumnos es uno de los pocos impulsos que remueven mi ánimo; sin embargo no puedo evitar estos fallos de raccord. En la siguiente clase, un alumno me ha preguntado "¿qué tal el finde?", y me ha respondido, al ver mi cara de circunstancias, "el mío tampoco ha sido nada del otro mundo". Nadie sabe manejar la solidaridad espontánea como ellos. Nadie tan comprensivo con la gilipollez deprimida como un adolescente.   

domingo, 2 de octubre de 2022

Diarios de la pena negra VII

2 de octubre de 2022

La soledad impuesta por la muerte es muy distinta a la soledad buscada por voluntad propia. Antes de que Eva desapareciera, perseguía a menudo esa soledad que me ofrecía paz, tranquilidad, ensimismamiento, un rincón confortable desde donde leer, escribir, amodorrarse. Esa soledad dulce era un refugio para mí, un prado ameno donde relajarme. Nada que ver con esta soledad impuesta que vivo ahora, desgarrada, agria, con colmillos. La temo, me ha quitado el sosiego, apenas me permite escribir, me aparta de los argumentos de las novelas, me hiere cuando me acerco a la lírica o a la música. Temo lo que antes perseguía, temo el fuego que antes me calentaba y ahora me abrasa, temo quedarme conmigo a solas porque ya no disfruto de mí mismo y esto me desasosiega. Con la soledad deseada, las horas se deslizaban sin obstáculos, fluían mansamente, eran devoradas con deleite por el hambre estético. 

"Me da miedo quedarme con mi dolor a solas", se lamentaba Soledad Montoya. Nunca como ahora he entendido estos versos, nunca los había sentido tan hondos. Porque el dolor de la pena negra hurga en tus tripas en cuanto te sorprende mirando a las estrellas o leyendo un libro o escribiendo otro. Y te impide seguir, te limita, te engulle. Espero mitigarla en algún momento, hacerla coincidir con el dulce ensimismarse y volver a disfrutar del húmedo lametón del solipsismo. El recuerdo de la enfermedad y de la muerte es un molesto compañero de viaje.   

jueves, 29 de septiembre de 2022

Diarios de la pena negra VI

Nadie sabe de la vida hasta que una tragedia imprevista lo asalta. Nadie, ni el hombre de 50 años, ni la mujer de 40, ni un viejo de 70, sabe lo que es la vida hasta que, sin esperarlo, el viento de la muerte hiela lo que está a tu lado. Es entonces y solo entonces cuando la vida muestra su verdadero rostro. La seguridad, el bienestar, lo cotidiano, la rutina, se transforman, se convierten en un plato agrio y de mala digestión que te jode el estómago y te llena la boca de agua como cuando uno está a punto de vomitar. No solo es la soledad lo que ayuda a que nunca termines de digerir la desgracia, también un "no sé qué queda balbuciendo", una constante tristeza de incomprensión. Nadie puede comprender la muerte, nadie. La maldición de nuestra consciencia se agrava con el aullido irracional de la ausencia. Ya lo decía Gil de Biedma, "Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde..." Sí, cuando se pone seria la vida, es el momento de armarse de humor y de ironía, porque la gravedad solo sirve para que la amargura cale más hondo, para que el trueno de la tragedia no pare de retumbar. Sí, el humor, la ironía, que toda mi vida he cultivado, en los que siempre he cifrado mi existir, son los únicos elementos de los que uno puede valerse para aliviar la seriedad de la vida, la irracionalidad de la muerte. Nada me puede hacer comprenderla, lo mejor es reírse de nuestra propia desgracia. Quiero recuperar el humor, quiero devolvérmelo porque es lo único que me puede sostener en pie. Cuesta, cuesta volver a reírse de uno mismo, pero ahora, cuando la vida va en serio, es el momento propicio para hacerlo.    

miércoles, 28 de septiembre de 2022

"Los enigmas que encierra la obra cumbre de Marcel Proust" por Roland Barthes




La historia literaria tiene, al parecer, pocos enigmas. Aquí tenemos uno cuyo protagonista es Proust. Me intriga y me interesa en la medida en que se trata de un enigma de creación (los únicos que son pertinentes para aquel que desee escribir).

No nos cansamos de repetir que Proust solo escribió una obra, En busca del tiempo perdido, y que, aunque esta obra sea nominalmente tardía, todas las publicaciones menores que la precedieron la estaban anunciando. Bien. Pero la vida creativa de Proust presenta dos partes muy bien delimitadas. Hasta 1909, Proust lleva una vida social activa, escribe cosas sueltas, esto o aquello, busca, experimenta, pero claramente la gran obra no “cuaja”. La muerte de su madre, en 1905, lo trastorna mucho, lo aparta un tiempo del mundo, pero el deseo de escribir vuelve enseguida, sin que pueda, al parecer, superar una cierta agitación estéril. La agitación se acentúa y toma poco a poco la forma de una indecisión: ¿se propone (o quiere) escribir una novela o un ensayo? Intenta el ensayo partiendo de las ideas de [el crítico] Sainte-Beuve, aunque en un estilo novelesco, ya que mezcla fragmentos de estética literaria, episodios, escenas, diálogos, personajes que encontraremos más adelante en En busca del tiempo perdido. Este ensayo (palabra límite), llamado Contra Sainte-Beuve, conforma un manuscrito que entrega en junio de 1909 a Le Figaro y que le rechazan en agosto. Aquí tenemos un episodio enigmático del que no sabemos nada, un “silencio” que constituye el enigma del que hablaba: ¿qué ocurre en este mes de septiembre de 1909 en la vida o en la cabeza de Proust? El caso es que la biografía lo sitúa en octubre de ese mismo año ya lanzado de cabeza en la gran obra a la que sacrificará todo lo demás, retirándose del mundo para escribirla, llegando a arrancársela a la muerte por muy poco. Así que tenemos dos situaciones, a uno y otro lado de este mes de septiembre de 1909: antes, la vida social, la creación dubitativa; después, el retiro, la rectitud (evidentemente, estoy simplificando).

Lo que está en juego en esta mutación es lo siguiente: todos los escritos de Proust anteriores a En busca del tiempo perdido tienen un aspecto fragmentario, corto: relatos, artículos, trozos de textos. Tenemos la impresión de que los ingredientes están ahí (como se suele decir en términos culinarios), pero que la operación que los transformará en plato todavía no ha tenido lugar. Realmente “no es eso”. Y luego, de golpe (septiembre de 1909), “cuaja”: la mayonesa se liga y ya solo queda espesarla poco a poco. Proust practica además la técnica de los “añadidos”: va reinfundiendo de forma constante alimento a este organismo que crece, porque ahora ya tiene una forma. La misma grafía cambia: Proust siempre escribió, como decía él, “al galope” (y este ritmo manual no puede dejar de estar relacionado con el ritmo de su frase); pero en el momento en que arranca En busca del tiempo perdido, la escritura cambia: se “concentra”, se “complica”, se sobrecarga de correcciones que brotan por todas partes. En suma, durante este mes de septiembre se produce en Proust una especie de operación alquímica que transmuta el ensayo en novela, y la forma breve, discontinua, en forma larga, hilada, adornada.

¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ha hecho que, de repente, un mes de verano en París, la cosa “cuaje” y sea para siempre (hasta la muerte de Proust en 1922 y mucho después, ya que nuestra lectura presente, activa, no deja de engordar En busca del tiempo perdido, no deja de sobrealimentarlo)? No creo que haya que buscar un aspecto determinante en la biografía. Es cierto que los acontecimientos privados pueden tener una influencia decisiva sobre una obra, pero esta influencia es compleja, se ejerce con retardo. No cabe duda de que la muerte de la madre es, en cierta forma, el hecho seminal de En busca del tiempo perdido, pero la obra no se puso en marcha hasta cuatro años después de esa muerte. Creo más bien en un descubrimiento de orden creativo: Proust encontró un medio, quizá puramente técnico, para que la obra se “sostuviera”, para “facilitar” su escritura (en el sentido operativo de la palabra, como cuando hablamos de “facilitadores”).

Intuitivamente, diría que lo que encontró podría pertenecer a una de las cuatro “técnicas siguientes” (o a varias de ellas al mismo tiempo):

1) Una cierta forma de decir “yo”, una forma de enunciación original que remite de forma indudable al autor, al narrador y al protagonista. 2) Una “verdad” (poética) de los nombres propios que elige definitivamente; para los nombres principales de En busca del tiempo perdido Proust tuvo muchas dudas y la obra parece ponerse en marcha en el momento en que encuentra los nombres “adecuados” (es bien sabido, por otra parte, que en la propia novela encontramos una teoría del nombre propio). 3) Un cambio de proporciones; es posible (gracias a una química misteriosa) que un proyecto que lleva tiempo bloqueado se haga posible en el momento en que se decide bruscamente, y como por una inspiración repentina, aumentar su tamaño; en el orden estético, las dimensiones de una cosa determinan su sentido. 4) Finalmente, una estructura novelesca que a Proust se le revela en La comedia humana y que es (cito a Proust) “la admirable invención de Balzac de haber conservado los mismos personajes en todas sus novelas”, procedimiento condenado por Sainte-Beuve pero que, para Proust, es una idea genial. Cuando conocemos la importancia de los retornos, coincidencias, inversiones a lo largo de toda la obra, y hasta qué punto Proust estaba orgulloso de esta construcción mediante encabalgamientos, que hace que un detalle insignificante que aparece al principio de la novela reaparezca al final como crecido, germinado, desplegado, podemos pensar que Proust descubrió la eficacia novelesca de lo que podríamos llamar “acodos” de figuras: una figura plantada aquí, a menudo discretamente (digamos, por ejemplo, la dama de rosa), reaparece mucho más tarde, a caballo sobre una gran cantidad de otras relaciones que van formando una nueva planta (Odette).

Estos elementos deberían ser objeto de investigación, tanto biográfica como estructural. Y por una vez la erudición se podría justificar en la medida en que alumbraría a “los que quieren escribir”.

lunes, 26 de septiembre de 2022

Diarios de la pena negra V

26 de septiembre de 2022

Ayer fui al cine. Hacía años que no veía una película en una sala convencional. Ya no recordaba la sensación de esperar en grupo un acontecimiento, un descubrimiento, un espectáculo. Tiene poco que ver con la televisión, donde lo ritual, la expectación, desaparecen por ser un electrodoméstico más, una rutina sin aliciente. La sala estaba llena -qué gusto- y ¿cómo no?, lo imprevisto apareció de nuevo, como me viene sucediendo habitualmente desde hace meses. La tromba de agua provocó goteras -casi cascadas- en el techo y parte de los espectadores tuvieron que desalojar el recinto. La película siguió, como si nada hubiera ocurrido, y fue un alivio, porque asistimos a una historia visual magnífica. La sencillez, la profundidad, la falta de pedantería de Alcarrás -esta era la película-, me cautivó desde el primer momento. No es habitual contar una historia rural con tanto gusto, con tanta delicadeza, con tanto mimo, con tanta naturalidad. Desde el primer momento, la directora propone incluirnos dentro de esa familia humilde, cuya vida es la tierra y su fruto. Y lo consigue, y de qué manera. Las escenas de silencio del abuelo, la alegría imparable de los chicos gamberros, la épica del padre que continuamente se caga en dios, la sabiduría oral de la abuela contando historias, la lírica de la hija, la rebeldía del hijo y el papel definitivo de la madre, reviven un mundo que casi se ha perdido, un mundo vaciado por la modernidad, demonizado en esas placas solares que pugnan por arrasar los melocotoneros. La última escena es demoledora. 

En Alcarrás no se sermonea, no se atiende a la corrección política, no hay artificiosidad, solo cine, puro cine, distinto al de El espíritu de la colmena o al de El Sur de Víctor Erice, pero hermanado en el fondo con él. Al salir, me metí la mano en el bolsillo y salió una nota, la última lista de la compra que me escribió Eva. La había visto ya en los ojos melancólicos, tranquilos, pero decididos de la madre, y ahí estaba otra vez, con esa letra redonda y clara, sencilla, como la película de Carla Simón. La habría disfrutado mucho, seguro.  

domingo, 25 de septiembre de 2022

Diarios de la pena negra IV

25 de septiembre de 2022

En los últimos cuatro meses he envejecido cien años, mil años. Tengo la piel como recién abrasada, gelatinosa, blanquecina, arrugada. La quemadura ha sido grave, el dolor intenso y la fina capa que nos protege de los embates de la intemperie ha quedado inservible. Por suerte, el dolor físico se puede calmar con hielo; por desgracia, el de la ausencia, el de la muerte, no. Al día siguiente de la pérdida, del abrasamiento, la piel se hincha, se convierte en una vejiga purulenta. Hay que reventarla, hay que procurar que no se infecte la parte afectada. Hay que cuidarla con mimo, aplicar crema y cubrirla con un apósito. La carne se queda desvalida sin la piel que la protege. Se corre el riesgo de gangrena. 

El golpe de la ausencia irreversible actúa igual. Uno se queda como en carne viva, desnudo ante la intemperie de la soledad, con el riesgo constante de no soportar el desconcierto. Luego la piel quemada cae, se pudre. Si quienes te rodean te han servido de bálsamo, de crema antiquemaduras, aparecerá una nueva, enrojecida, como un niño recién nacido. Solo hay que esperar que el aire y el sol la endurezcan, la conviertan en armadura contra las inclemencias de la vida. Aún la veo una y otra vez en el lecho de muerte, pidiéndome un beso, rozándole la mejilla acartonada con el dorso de la mano. Es la piel abrasada, la piel gelatinosa, hinchada, que todavía no ha caído.  

martes, 20 de septiembre de 2022

Diarios de la pena negra III

19/IX/2022

He entrado hoy en las aulas con una congoja terrible y han sido ellos, los alumnos, quienes me la han destazado, quienes me han tratado con más dulzura, con más delicadeza. Parece mentira que los adolescentes, esos a quienes no paramos de descalificar por su falta de educación, me hayan regalado más ternura que nadie. Algunos de ellos habían dado clase con Eva, la mayoría no, pero todos sabían de nuestra desgracia. Hasta los desclasados de 1º de Grado Básico se comportan de una manera más delicada, más suave conmigo, cuando tienen razones familiares y sociales para arremeter contra todo y contra sí mismos con toda la violencia del mundo. 

Compartir estas primeras horas del curso con ellos, y lo digo con total sinceridad, ha resultado emotivo, aleccionador y vigorizante. Hasta he tenido una nueva satisfacción en la asignatura de Literatura Universal. A menudo, los alumnos que aparecen por allí, salvo excepciones, no son aficionados a la lectura. Pues bien, tengo cinco chicas entregadas a la literatura como quien se entrega a las influencers más perseguidas. Me han hablado de Las flores del mal, de Madame Bovary, de Dostoyevski... Y eso después de tan solo tres clases. Sí, hay esperanza, y la juventud, contradiciendo a Cicerón, ni es más lerda que antes, ni menos interesante, todo lo contrario, la adolescencia es nutritiva. Como y bebo de ella, en todos los sentidos.