Cuando uno, por lo que sea, pierde los vínculos familiares y juveniles, se convierte en un ser anómalo. Nuestras convenciones hacen que la gente con novio o novia, marido o esposa, se cierre en su círculo de conocidos y es difícil hacerlos participar en cualquier actividad (por nimia que sea) que no incluya a sus deudos o a su grey. El verso suelto, el hombre o la mujer sin ataduras, las parejas atípicas, actúan por impulsos y se dejan llevar por cualquier fuerza espontánea que se revuelva a su alrededor. Esto conlleva riesgos, pero sobre todo una ventaja incuestionable: la vida es menos predecible, más espontánea y diversa, se conoce a más fauna y permite abrir tu mundo de manera que cualquiera puede entrar en él. Es justo lo contrario de lo que ocurre en las parejas convencionales. Resulta muy difícil, casi imposible, que en esos círculos formales ingrese nadie que no haya pertenecido a ellos por vínculos casi de sangre.
Siempre resultan traumáticas las presentaciones de nueva gente, pero si uno se acostumbra a tratar con todo el mundo corre el "peligro" de volverse una persona más libre, más crítica y con menos prejuicios. Es violento conocer a desconocidos, sobre todo cuando uno tiene ya una edad, pero a la larga redunda en un beneficio incuestionable: el músculo de la receptividad se vuelve flexible y vigoroso, vamos, como un pilates del comportamiento social.
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