sábado, 31 de diciembre de 2011

Enamorados de la muerte


Se enamoró de la muerte
aquella mañana de invierno.

La vida se había mostrado
como una amante caprichosa,
le hacía sufrir hasta la extenuación,
hasta dejarlo sin hálito.
Lo despreciaba con crueldad,
lo maltrataba en sus desdenes
como una amante caprichosa.
Cuando aparentaba rendirse a sus abrazos,
se alejó y le escupió con desprecio,
se rio de él y lo sometió a un martirio indecente,
como una amante caprichosa,
que ni siquiera conoce el amor.
Se sometió a sus melindres,
le prometió su salud
y ella lo premió con una bofetada de bilis,
como una amante caprichosa
que se complace con la sangría del amado.
Él se entregó a los hospitales,
se arrodilló como nunca lo hizo,
engulló su orgullo y le rindió sus últimas esperanzas.
Ella, como una amante caprichosa,
le pagó con ira cruel, con desprecio y dolor,
con un dolor hondo, agónico.

Cuando ella se alejó definitivamente,
una paz y un sosiego densos
encendieron su rostro ya lívido,
se enamoró de la muerte,
perdidamente,
embaucado por su encanto sincero,
por su mirada recta,
por su placidez de ama nutricia.
Se enamoró de la muerte
y una sonrisa de nubes
apagó su dolor.
Quienes lo observamos
envidiamos su suerte,
nos enterneció su entrega
y su complicidad de niebla.
Nos enamoramos de la muerte,
pero ella no nos concedió su sexo eterno,
todavía.

jueves, 29 de diciembre de 2011

29 de diciembre


Las horas avanzan a latigazos
sobre unos días sembrados de cristales.
En cada chasquido saltan jirones de piel
y se abren heridas de amargura insoportable.
¿Quién ha pagado al tiempo para imponer
este castigo indecente y gratuito?
¿Qué animal perverso se recrea
con el sufrimiento a que nos abocan los años?
Un cómitre salvaje revienta las espaldas del galeote,
al golpe de la vejez sigue el de la enfermedad,
luego el de la agonía, y se detiene en su violencia
para que la muerte se transforme en sosiego,
para que el último estertor se convierta en un martirio deseado.
Cae el cuerpo al suelo y se desangra rasgado por los vidrios,
en un rodar de labios deshechos.
¡Goza, hijo de puta, con tu obra,
complácete con nuestra derrota!

lunes, 26 de diciembre de 2011

Coplas al aviso de la muerte (II)


Recogerán las sábanas tristes,
una noche, tus huesos enfermos.
Harás caja y cerrarás la persiana metálica,
dejarás en penumbra la trastienda.
Cerrarás los párpados por última vez,
y pensarás que ya no habrá más mañanas
de sol, ni más tardes de lluvia.
Sentirás, en la oscuridad de la habitación,
cómo serán los días sin días,
cómo correrá el tiempo sin relojes,
cómo calentará el sol de la eternidad,
cómo se trabajará sin brazos,
sin manos, sin uñas.
Soñarás el último sueño
y la vida se irá con él:
se desvanecerán las higueras
tras los ventanales empañados,
hasta perderse en el limbo de la inexistencia.
Se vaciarán los vasos de limón
para apagar el tabaco negro
y se desharán los solitarios
para fundir la pantalla
de televisión.
Sobre la almohada reposará
una cabeza inerte,
rebañada de recuerdos y de sueños,
aún con la brillantina de la mañana,
pero sin el lustre de lo animado.
Quedará un rastro de aceite
sobre la tela blanca.
Volverás al origen,
al germen de lo nonato
y quedará en nosotros
un rastro oleaginoso
de tu alma.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Coplas al aviso de la muerte (I)


Cuando la muerte presenta su tarjeta de visita
con los bordes mordidos por la estupefacción,
se asienta un hedor de abismo
en lo más profundo de la garganta
que ahoga las palabras.
Ni siquiera el rumor de lo cotidiano
acalla el infame aroma de la putrefacción
y un temblor de pánico
se instala en el miserable pasar de las horas.

Cuando la muerte se abre paso
con la ferocidad que acostumbra,
nada, ni siquiera el amago del recuerdo,
nos sirve para retener su embestida.
Un adiposo traje de babosas estrujadas
nos viste por la mañana y no nos abandona,
nos persigue a través de nuestra memoria
y no deja que el bálsamo del pasado
sirva para despegar las babas pegajosas
que nos engullen.

Cuando la muerte se presenta de improviso,
ante quien te ha servido de apoyo tantos años,
fabrica una ira vacía que sacude el cuerpo hasta el llanto.
un llanto estéril y agrio que no encuentra recipiente
donde contenerse; un llanto feroz, desesperado,
como el gañido del infante cuando nace.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Gastronomía visceral


Si me abres el cráneo
y palpas con la yema de los dedos
mi suave cerebro,
notarás un leve escalofrío.
No es la causa la conciencia
de acariciar mis pensamientos,
sino más bien el asco
que produce el vacío.

Si me sorbes los sesos
con una caña de plástico
podrás sentir el sabor
de mi grumosa edad,
y aunque gustes mis años,
vomitarás la bilis
de mi nonada.

Si rebañas con miga de pan
la oquedad de mi cabeza,
un jugo viscoso
impregnará tu lengua.
Es el detritus
de mi inteligencia.

Si amas la casquería
y tu voracidad no se calma,
escoge otros manjares,
mis vísceras
no tienen salsa.