Cuando la muerte presenta su tarjeta de visita
con los bordes mordidos por la estupefacción,
se asienta un hedor de abismo
en lo más profundo de la garganta
que ahoga las palabras.
Ni siquiera el rumor de lo cotidiano
acalla el infame aroma de la putrefacción
y un temblor de pánico
se instala en el miserable pasar de las horas.
Cuando la muerte se abre paso
con la ferocidad que acostumbra,
nada, ni siquiera el amago del recuerdo,
nos sirve para retener su embestida.
Un adiposo traje de babosas estrujadas
nos viste por la mañana y no nos abandona,
nos persigue a través de nuestra memoria
y no deja que el bálsamo del pasado
sirva para despegar las babas pegajosas
que nos engullen.
Cuando la muerte se presenta de improviso,
ante quien te ha servido de apoyo tantos años,
fabrica una ira vacía que sacude el cuerpo hasta el llanto.
un llanto estéril y agrio que no encuentra recipiente
donde contenerse; un llanto feroz, desesperado,
como el gañido del infante cuando nace.
Me has dejado sin palabras. Me ha gustado mucho lo de la ira vacía. Por desgracia yo he tenido ese mismo sentimiento. Un abrazo, Pepe
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