Si me abres el cráneo
y palpas con la yema de los dedos
mi suave cerebro,
notarás un leve escalofrío.
No es la causa la conciencia
de acariciar mis pensamientos,
sino más bien el asco
que produce el vacío.
Si me sorbes los sesos
con una caña de plástico
podrás sentir el sabor
de mi grumosa edad,
y aunque gustes mis años,
vomitarás la bilis
de mi nonada.
Si rebañas con miga de pan
la oquedad de mi cabeza,
un jugo viscoso
impregnará tu lengua.
Es el detritus
de mi inteligencia.
Si amas la casquería
y tu voracidad no se calma,
escoge otros manjares,
mis vísceras
no tienen salsa.
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