"Miguel me explicó que Áigor —Agustín— no andaba muy bien de la cabeza. Que se le había ido el ojo a un lado a la vez que un manojo de circunvoluciones cerebrales. No parecía una definición muy científica, aunque tampoco era el momento de analizar la teoría de su locura. El tarado nos vendía a las chicas como si fuera su proxeneta. Ellas lo miraban entre la diversión y la resignación".
No hay comentarios:
Publicar un comentario