La tontería de la pedrada me costó una segunda condena y, claro, como ya había copiado el Quijote completo, ahora me tocaba otro libro dictado por la misma profesora plomo. Le supliqué a los guardias que por favor me cambiaran la pena por cualquier otra: tortura física, limpieza de letrinas, enculamiento... No transigieron. Allí estaba yo, de nuevo, en el calabozo, copiando como un poseso el Quijote de Avellaneda, encima eso, el Quijote apócrifo. Creía que no iba a poder con tanto, pero lo superé, no sin secuelas.
Ya había comprobado que la telerrehabilitación tenía sus consecuencias y no quería imaginar lo que supondría haber copiado en dos días el Quijote de Avellaneda. Pronto lo supe.
Los propios nazarenos guardiaciviles me condujeron hasta mi casa. Como era Miércoles Santo simulamos un vía crucis para preservar las tradiciones y, con esa excusa, me cargaron con el mástil de la bandera (no encontraron una cruz adecuada). Desde los balcones nos cantaban saetas y algunos nos arrojaban piedras al grito de "madrileños go home". Llegué a mi casa deslomado y marcado por cintarazos y pedradas. Me sentía Brian (el de la Vida) y noté una pulsión irresistible a hacer algo que me traería muchos quebraderos de cabeza. Sin quitarme la sábana blanca con la que me habían vestido, cogí un bote de pintura dispuesto a pintarrajear la fachada del Ayuntamiento con el siguiente lema: "La telenseñanza es un invento del demonio".
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