Algunos de los vicios más habituales que malogran el oficio del docente son la soberbia, el endiosamiento y la pedantería. La soberbia unida a la pedantería hacen que el único fin de la enseñanza sea el endiosamiento del profesor, el cultivo de su ego. Es imposible conectar con nadie (y menos con un adolescente) si lo único que nos interesa es ensalzar nuestra propia figura. Es más, el hecho de que el alumnado no muestre ningún interés por las boberías que uno diga en clase se achacará siempre a la ignorancia de los muchachos, a su idiocia, y no a nuestra incapacidad para conectar con el otro. Es imposible dar algo si en realidad no lo queremos dar, porque nuestro único objetivo real es impresionar con pomposa gravedad para que nos adoren como a ídolos ridículos.
Por otra parte, nuestro ensoberbecimiento provoca que no aceptemos crítica alguna y que creamos en nuestra absoluta omnipotencia. Cualquier apunte que se nos haga, ya sea de un alumno o de un compañero, lo veremos como un ataque personal de alguien que no nos traga. Es una realidad incuestionable que en las reuniones de profesores se intenta, ante todo, evitar problemas. Y lo más grave es que, hacer cualquier tipo de indicación a tu colega para mejorar profesionalmente, suponga siempre un enfrentamiento personal. Mejor callar y dedicarse a un funcionariado insípido y mortificante.
Dicho esto, yo, personalmente, he tenido mucha suerte este año. Me toca compartir departamento con cuatro docentes que no saben de estos vicios y se nota muchísimo, ya lo creo que se nota: en las aulas, en los pasillos, en la cantina, en el grupo de guásap y hasta en el asco compartido hacia el complemento predicativo.
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