He puesto el Jardín de las Delicias de El Bosco encima de mi sofá. Casi todos los cuadros que he colgado a lo largo de mi existencia, se han caído, por eso temo, con razón, que, en cualquier momento, se desplome el Infierno sobre mi cabeza. Y no como al jefe de la tribu de Astérix, quien temía que el cielo le cayera encima, no, literalmente, a mí, el Infierno me puede destrozar la cepa de la oreja. ¿Es esto una vida intrépida o no lo es? ¿Quién podría desear más emociones? Pensad que tengo más riesgo de acabar fulminado por el Infierno que Bezos o que Amancio Ortega, que ya es decir. Nadie, ningún aventurero que se precie vive con el riesgo que yo lo hago: en cualquier momento, en mitad de Fargo o al comienzo de Amor de Haneke, me puede caer el Jardín de las Delicias sobre la cabeza y acabar con mi intrépida existencia. ¿Es o no esta la vida de un aventurero, de un amante del riesgo?
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