Eva amaba Roma, con delirio. Su decadencia, sus ruinas, su pasado glorioso, el Panteón, el Trastévere, la plaza Navonna, no sé. Hoy he vuelto a ver Amarcord y, luego, 8 y medio, de Fellini. Yo aficioné a Eva a las películas de Fellini; bueno, yo no, Roma. Estoy convencido de que si ella hubiera conocido a un Marcello Mastroianni no habría desarrollado esa enfermedad desastrosa, obscena, inmisericorde. Ella podría haber sido Claudia Cardinale y llevarse a Marcello a su casa y dejarme a mí, que no le aportaba nada. Me lo dijo muchas veces: "Si Mastroianni fuera más joven y me echara los trastos, te dejaría", "harías muy bien", le decía yo. Me lo decía en broma, pero yo lo decía en serio. Ojalá Mastroianni se la hubiera llevado a los estudios de Cinecittá. Ahora estaría viva, recordando al viejo Marcello desde el centro del Foro y yo la visitaría, subiría a lo alto de la estructura que aparece en 8 y medio para abrazarla entre la niebla, como el abuelo de Amarcord. Roma es melancolía, nostalgia y ensoñación. Roma es Eva.
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