En mitad de la zona de juerga de Albacete, hay una iglesia de construcción moderna. Me choca, porque parece haberse levantado expresamente para recoger a las almas descarriadas que los viernes y los sábados (y algún otro día entre semana) se besan, se manosean, beben, comen, vomitan y algunos hasta coítan. No me extrañaría que cualquier día saliera el párroco, recogiera la escoria viciosa de las calles, la fuera sentando en los bancos del templo y la preparara, con una colleja admonitoria, para la misa de doce. El edificio está situado en el lugar ideal: la intersección de la ruta de paso de los embriagados, los dispersos y los ansiosos. En los tugurios de alrededor, hay chicas en la puerta que animan a consumir bebidas muy espirituosas (delicioso adjetivo). ¿Por qué en el pórtico del templo no se coloca un monaguillo ataviado con una casulla de puntilla para atraer al interior a toda esa gente desorientada. La Iglesia, parece mentira, está desaprovechando un filón: una oportunidad de reclutamiento gratuito y numeroso. ¿Quién, con un tanto así de conciencia, no entraría a confesar sus pecados después de haber ingerido siete cubatas y una botella de vino, después de echar un polvo extraño en la oscuridad de un baño o de haber recibido veinte negativas de aproximación sexual? Despierten, señores obispos, señores párrocos. Tienen en sus mismas narices a los acólitos que ya les van faltando.
Por cierto, hoy tampoco han venido a La Botica ni Vila Matas ni el señor mayor del pelo blanco. Estoy preocupado. Por todo.
Una pareja (chico y chica) de unos veintimuchos años se sienta en la mesa de enfrente. Ella deja desmayada su mano sobre la mesa para que él se la coja. No lo hace. La evita. La conversación es cordial, ella se insinúa, pero creo que él es homosexual, no sé por qué. Les sirven té en tazas de cerámica moderna. Ella sonríe todo el tiempo, se muestra entregada, lúbrica, a pesar del té. Él no, él está distante. Apoya la barbilla en la palma de la mano y mira con melancolía a un bigardo medio barbudo que se acaba de sentar en la mesa de al lado. Y Vila Matas sin venir. Y Almodóvar tampoco.
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