¿Por qué se prohíben los libros? ¿Por qué se queman? ¿Por qué en cualquier época se ha perseguido a escritores y a lectores? ¿Por qué incluso se ha ajusticiado a quien llevaba un libro en la mano? ¿Por qué el padre del poeta Miguel Hernández le propinaba palizas espeluznantes a su hijo cuando al niño Miguel se le ocurría leer mientras cuidaba de las cabras?
Al padre de Miguel, cabrero de profesión, le molestaba y mucho que su hijo leyera cuando lo mandaba a pastorear. Él lo quería pastor y nada más que pastor. Sabía que si Miguel adquiría más cultura de la necesaria, se iría del pueblo y perdería mano de obra barata. El padre del poeta quería a su niño ignorante, sumiso, para hacer de él lo que le placiera. El padre de Miguel es el poder y el dinero. Los poderosos, los gerifaltes, siempre han necesitado lacayos, criados, súbditos que les hagan el trabajo sucio, que no analicen su condición miserable y que no cuestionen el liderazgo de los amos.
En todos los momentos de la historia ha habido censura de libros, quema de libros, persecución de escritores y lectores, porque el libro se puede convertir en un arma subversiva, en un despertador de las conciencias. El primer índice de libros prohibidos apareció en España en el siglo XVI. La Iglesia católica tenía miedo de que el vulgo pudiera interpretar la Biblia a su albedrío, les aterraba que pudieran pensar por sí mismos. Los querían ignorantes, sumisos, como al niño Miguel. Cabía la posibilidad de que si cualquiera leía un Lazarillo o una Celestina o un Decamerón le viniera a la mente la idea de que el clero estaba corrupto, que el amor es un deleite espiritual o que el sexo era incluso placentero. La Iglesia, en pleno conflicto con los protestantes, eligió la persecución de los lectores. Había pena de muerte para quien fuera sorprendido con alguno de los libros del índice. El cura del Quijote hace una quema ejemplar, porque, según él, los textos escritos son peligrosos para el desarrollo de mentes débiles. Es todo un símbolo de algo que se hacía habitualmente. Quemar libros supone eliminar el peligro de que a uno le dé por ser un justiciero, un loco romántico, un amante de la aventura y de la vida. El cura del Quijote quería a Alonso Quijano ignorante y sumiso, como el niño Miguel.
En los siglos XVIII y XIX Voltaire, Baudelaire, Wilde, Lord Byron y muchos otros también sufrieron la persecución por escribir aberraciones que solo conducían a la locura, a la obscenidad y al desacato. Había que preservar la legalidad del biempensante. Los moralistas de la época, como el padre de Miguel, querían a sus hijos ignorantes y sumisos.
En el siglo XX, Hitler y Stalin llevaron al extremo la obsesión de eliminar todos los títulos dañinos, que no estuvieran de acuerdo con su fanatismo. Las SS quemaban libros, cuadros y lo que es peor, a quienes los escribían, a menudo judíos. Stalin se libró de todos los intelectuales que en principio lo rodearon. Algunos países musulmanes dictaron sentencia de muerte contra un hombre, ¿por qué?, por escribir un libro. Quieren a las masas ignorantes, sumisas y fanáticas, como el niño Miguel, y a fe que lo consiguieron.
Según los moralistas del XVI, una Diana (un libro amoroso y pastoril) en el regazo de una mujer puede provocar más desgracias que un cuchillo en manos de un loco. Porque, además, la prohibición se agudiza cuando la lectora es la mujer (que se lo digan a los talibanes). Las mujeres, desde siempre, han leído más que los hombres y a los popes de todas las religiones les entra el canguelo cuando ven a una mujer con un libro entre las manos. Porque si se perdiera la sumisión de la mujer, si la mujer dejara de servir al poder, ¡ay!, entonces, los cimientos de los estados y las iglesias temblarían y entonces sí que se habría perdido todo. Quieren a la mujer ignorante, sumisa y fanática, como deseaba el padre del niño Miguel.
Porque el libro inyecta poderes diabólicos: anima al intelecto y a la reflexión, provoca la duda y eso es incompatible para quien te quiere cabrero, supersticioso y sumiso. Miguel Hernández consiguió ser poeta, y de los buenos, se arrancó el yugo de la sumisión y de la ignorancia, aunque luego lo persiguieron y lo dejaron morir. A nosotros nos está costando más.
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