Volar con Iberia es como volar con cualquier otra compañía, un coñazo. Solo te queda el consuelo que el lugar adonde nos dirigimos nos emocione, nos sorprenda, nos ofrezca los placeres propios que busca el viajero. De Nápoles tengo tantas referencias cinematográficas y literarias que me parece que voy a un lugar conocido: Sofía Loren, Maradona, La mano de Dios, Gambardella, Cervantes, Mateo Alemán, Lope, Elena Ferrante, todos los cantantes italianos antiguos, "Funiculi-funicula, la ra la la la"... Los lugares desconocidos, antes de ser visitados, ya están medio construidos, solo queda por saber cómo cambiarán cuando pisemos los adoquines (porque yo imagino Nápoles con adoquines), cuando visitemos sus bares, sus trattorías, sus callejuelas, sus monumentos, sus gentes (chillando, siempre chillando), sus catacumbas, sus tripas.
Italia siempre me ha deslumbrado. El sur, el norte, Roma, siempre Roma. A pesar de que la edad corroe los resortes de la sorpresa y la curiosidad, del viaje se espera siempre un engrasado de esos engranajes, atascados por el inmisericorde paso de los años.
En el avión se aprecian ya los dejes de un italiano rudo, explosivo. Me gusta este idioma, me gustan Mina, Battiato, Ornella Vanoni, Gino Paoli y algunos más que no me voy a detener en recordar. Viajar a Italia es, siempre, expectativa de belleza.
Leo El caballero de Illescas de Lope de Vega. Sorpresivamente aparece Nápoles en boca de uno de los personajes:
CAMILO.- ¿Tan bien os ha parecido Nápoles?
JUAN TOMÁS.- Vengo admirado / de haber visto el más honrado / lugar que Europa ha tenido...
Con la última palabra que habría relacionado a Nápoles, habría sido con "honrado".
La llegada es apoteósica. Un taxista intrépido y mal afeitado nos recoge en el aeropuerto. Le gusta charlar, manejar el móvil y saltarse los cedas todo al mismo tiempo. Y lo mejor es que lo hace con total naturalidad. La ciudad, de noche, es intrigante. El taxista nos lleva hasta una corrala destartalada, un Circo Máximo desvencijado, ropa tendida y fachadas desconchadas. Según él ahí está nuestro alojamiento, pero no, en un giro satisfactorio de los acontecimientos, comprobamos aliviados que ninguna de esas fincas a punto de caer es la nuestra. No acertamos y se nos vienen encima los primeros versos de la Divina Comedia: "...en una selva oscura me encontraba porque mi ruta había extraviado". El taxista, como un Virgilio de perra gorda nos señala una puerta verde y nos abandona a nuestra suerte entre los contenedores de basura colmados. Al fin encontramos la puerta, pero no terminan las tribulaciones, el acceso al Infierno no podía ser tan fácil. Después de varios intentos, damos con el código. Entramos en un zaguán y subimos una escalera divina, los escalones no son humanos, la altura indica que por aquí solo deambulan almas del otro mundo, tan tremendas como Bud Spencer o el propio Dante. El casero nos ha preparado un bonito "scape room" de bienvenida. En la puerta señalada un candado con un código (otro) y dentro la llave, "Yo no sé repetir cómo entré en ella pues tan dormido me hallaba en el punto que abandoné la senda verdadera".
Una vez asegurada la cama, salimos demasiado tarde en busca de la cena. Otra vez Dante, esta vez sí físicamente, en forma de estatua, nos recibe, enorme, oscuro, y nos señala el camino para beber las primeras Peroni "por aquí se va a la ciudad divina". De vuelta al apartamento, contemplamos en penumbra la grandeza decadente de la Plaza de Dante. Unos chavales hacen "botelloni" y dos ratas como conejos pasean, abúlicas, entre las desmayadas bolsas de basura, tranquilas, encantadas. A pesar de la noche, de la suciedad, del descuido, del desvencijamiento, de que Virgilio no fuera afeitado ni acertara con la puerta, algo nos dice que este es un lugar acogedor. Una de las ratas se detiene, levanta el hocico y nos da la razón.
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