Este año he descendido a los infiernos y el problema es que esto no es una mera imagen literaria. He descendido a los infiernos en cuerpo y alma, he comprobado el comportamiento más cruel de la muerte durante casi tres meses. Se cebó en ella, en mi compañera, en mi amante: primero le arrebató el aliento, apenas podía pasear unos metros sin fatigarse; luego le fue quitando las ganas de comer, el vino se le hizo aborrecible; después la postró en la cama y la fue consumiendo poco a poco, con una crueldad despiadada. Yo asistía a su decadencia, a su humillación, a su inmovilidad, a su dolor; sí, porque al final la sometió a un dolor insoportable. Ni siquiera la morfina más potente era capaz de calmárselo. Vagamos por los hospitales, entre radioterapias y quimioterapias inútiles. La muerte la iba consumiendo y yo lo comprobaba noche a noche, día a día. El sol quemaba inclemente las azoteas mientras a ella el cáncer la devoraba sin piedad, le quebraba las vértebras. "Cuánto penar, para morirse uno", me decía Miguel Hernández. Las enfermeras la trataban con piedad de moribunda y a mí se me rasgaba el alma cada vez que le cambiaban las sábanas, cuando no comía, cada minuto que gemía en las noches interminables de sufrimiento.
Este año he descendido a los infiernos, literalmente. Y cuando todo acabó, cuando el gotero se hizo añicos, yo estaba allí, en una sima profunda, en el último círculo y miraba hacia arriba y no veía nada, salvo oscuridad. Es difícil salir de un pozo profundo, atrapado por el cieno y sin saber hacia dónde ascender. No importan los días, los años, los minutos, pero sí las formas. La muerte no tiene decoro, no respeta nada, se recrea con los más vitales, con los más útiles. Los brazos, las manos de ellas (y digo ellas, porque sobre todo las mujeres son sensibles ante el que padece; los hombres rehuimos al doliente, al desconcertado), me ayudan a salir de la sima, a abandonar los círculos del infierno, a desprenderme del limo que me impide avanzar. Pasaré este año y mañana, casi liberado del trauma, casi fuera de esos círculos infernales, "siempre la claridad viene del cielo", celebraré la existencia, a pesar de que las fiestas impuestas me den un poco por saco.