La ausencia pesa de una forma agria. Todo el que la ha sufrido lo sabe. Llegar a casa y encontrarte con el vacío, con la respuesta muda de los objetos, de los espacios, es una sensación muy desagradable, que provoca un dolor intenso, nuevo, más allá de lo físico. La ausencia se digiere poco a poco, eso me han dicho los que la han sufrido. Cuando está reciente, es lo que puedo decir desde la experiencia, una congoja automática te descarga el llanto y poco, muy poco puedes hacer por concentrar la atención en cualquier otra cosa. Ella está en todas partes, en todas. Machado convocaba a Leonor, "dame tu mano y paseemos", porque tienes la extraña sensación de que está a tu lado, como siempre, esperando a que le digas algo, a que le comentes la rutina de la mañana. La gravedad de la ausencia es una compañera indigesta que no se separa por mucho que lo intentes. Llevo más de dos meses sin poder leer nada, sn poder ver una película, una serie, sin escribir, sin poder concentrar la atención en otro asunto que no sea su recuerdo. Porque ya la recordaba antes de morir, porque durante la enfermedad ya no era ella, ya la echaba en falta. La ausencia de un ser con el que lo has vivido todo es un flagelo que te va azotando en cada rincón, en cada paisaje, en cada sorbo de vino. La ausencia es una mano que te aprieta la garganta con saña en cuanto te despiertas.
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