Es la primera vez que tengo el placer inmenso de visitar un Primark (se trataba de una emergencia, pero yo me lo he tomado como una visita al Prado). Situado nada menos que en la Alexanderplatz. Sí, leí el libro y vi la película, “Berlín Alexanderplatz”, qué chasco. La apariencia moderna de la plaza me ha hundido a las dos: una explanada fría y árida (ríete tú de la nueva Puerta del Sol), rodeada de multinacionales y franquicias. Podríamos estar en Francia o en Inglaterra o en EEUU o en Australia. Nada distingue Alexanderplatz de otros engendros capitalistas del mundo.
En el Primark, mayoría absoluta de gente oscura: hindúes, chinos, vietnamitas, sudamericanos, turcos, españoles… Al contrario de lo que ocurre en las calles. No, el Primark no es lugar para arios, ya lo predijo Goebbels.
Hay algo en estas ciudades megalíticas que me incomoda, me desagrada. Los arquitectos, siguiendo seguramente los dictados de los poderosos delinearon estas avenidas y levantaron estos monumentos para constatar una evidencia: el pueblo llano (el volgst) es una mierda y se debe rendir al capricho y la voluntad del poderoso. Como en París, esa tendencia a la megalomanía me estomaga, no me resulta digerible. En Berlín solo se ha conservado una plazoleta medieval con iglesia para mostrar lo que era la ciudad habitable. El resto lo ha devorado el capitalismo y la megalomanía, ostentación y soberbia.
Lo que me pregunto es si esta obsesión megalómana no tendrá que ver con el carácter de sus habitantes. Estoy convencido de que es así. Nunca me he topado con gente tan desagradable como en Berlín o París. La verdad es que dudo si ese trato agrio tiene que ver con la altura de los monumentos o con la oscuridad de nuestra piel y con la estridencia de nuestras voces. Vengo de Sevilla, del barrio de Santa Cruz: calles estrechas, habitables, rumor de fuentes, bares con camareros competentes y trato cordial. Y, claro, el contraste es brutal. Estas imponentes urbes impiden el buen comer, el servicio profesional, la restauración de calidad. Aquí la comida no es comida y el ritual sagrado de sentarse en torno a una mesa para compartir conversación y buenos alimentos no existe. Todo son franquicias, monopolios, falta de personalidad y de humanidad. No quiero caer en el tópico, pero este país, Alemania, está subdesarrollado en cuanto a bares, restaurantes y amabilidad se refiere. Sí, toda la apariencia de ser muy alternativos, muy veganos, muy tolerantes, muy ecologistas… solo fachada y postureo. Es todo tan falso y tan plastificado como la salchicha que me han dado esta mañana en el desayuno, poliuretano con amoniaco. Una delicatessen. La puerta de Brandeburgo es de cartón piedra. Y que me perdone Schiller.
Qué fuerte! 😱
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